choza hospitalaria, calentando mis miembros ateridos por
el aire de la montaña, al amor de una lumbre bienhechora, y agasajado
por aquella gente ruda, pero sencilla y buena, a cuya virtud debía yo
desde hacía tiempo inolvidables servicios.
Mi criado, soldado viejo, y por lo tanto acostumbrado a las largas
marchas y al fastidio de las soledades, había procurado distraerse
durante el día, ora cazando al paso, ora cantando, y no pocas veces
hablando a solas, como si hubiese evocado los fantasmas de sus
camaradas del regimiento.
Entonces se había adelantado a alguna distancia para explorar el terreno,
y sobre todo, para abandonarme con toda libertad a mis tristes
reflexiones.
Repentinamente lo ví volver a galope, como portador de una noticia
extraordinaria.
--¿Qué hay, González?--le pregunté.
--Nada, mi capitán, sino que habiendo visto a unas personas que iban a
caballo delante de nosotros, me avancé a reconocerlas y a tomar
informes, y me encontré con que eran el cura del pueblo adonde vamos,
y su mozo, que vienen de una confesión y van al pueblo a celebrar la
Nochebuena. Cuando les dije que mi capitán venía a retaguardia, el
señor cura me mandó que viniera a ofrecerle de su parte el alojamiento,
y allí hizo alto para esperarnos.
--¿Y le diste las gracias?
--Es claro, mi capitán, y aun le dije que bien necesitábamos de todos
sus auxilios, porque venimos cansados y no hemos encontrado en todo
el día un triste rancho donde comer y descansar.
--¿Y qué tal? ¿parece buen sujeto el cura?
--Es español, mi capitán, y creo que es todo un hombre.
--¡Español!--me dije yo;--eso sí me alarma; yo no he conocido clérigos
españoles más que carlistas. En fin, con no promover disputas políticas,
me evitaré cualquier disgusto y pasaré una noche agradable. Vamos,
González, a reunimos al cura.
Diciendo esto, puse mi caballo a galope, y un minuto después llegamos
adonde nos aguardaban el eclesiástico y su mozo.
Adelantóse el primero con exquisita finura, y quitándose su sombrero
de paja me saludó cortésmente.
--Señor capitán--me dijo--en todo tiempo tengo el mayor placer en
ofrecer mi humilde hospitalidad a los peregrinos que una rara
casualidad suele traer a estas montañas; pero en esta noche, es doble mi
regocijo, porque es una noche sagrada para los corazones cristianos, y
en la cual el deber ha de cumplirse con entusiasmo: es la Nochebuena,
señor.
Dí las gracias al buen sacerdote por su afectuosidad, y acepté desde
luego oferta tan lisonjera.
--Tengo una casa cural muy modesta--añadió--como que es la casa de
un cura de aldea, y de aldea pobrísima. Mis feligreses viven con el
producto de un trabajo improbo y no siempre fecundo. Son labradores y
ganaderos, y a veces su cosecha y sus ganados apenas les sirven para
sustentarse. Así es que mantener a su pastor es una carga demasiado
pesada para ellos; y aunque yo procuro aligerarla lo más que me es
posible, no alcanzan a darme todo lo que quisieran, aunque por mi parte
tengo todo lo que necesito y aun me sobra. Sin embargo, me es preciso
anticipar a Vd. esto, señor capitán, para que disimule mi escasez, que,
con todo, no será tanta que no pueda yo ofrecer a Vd. una buena lumbre,
una blanda cama y una cena hoy muy apetitosa gracias a la fiesta.
--Yo soy soldado, señor cura, y encontraré demasiado bueno cuanto Vd.
me ofrezca, acostumbrado como estoy a la intemperie y a las
privaciones. Ya sabe Vd. lo que es esta dura profesión de las armas y
por eso omito un discurso que ya antes hizo Don Quijote[1] en un estilo
que me sería imposible imitar.
Sonrió el cura al escuchar aquella alusión al libro inmortal que siempre
será caro a los españoles y a sus descendientes, y así en buen amor y
compañía continuamos nuestro camino, platicando sabrosamente.
Cuando nuestra conversación se había hecho más confidencial, díjele
que tendría gusto en saber, si no había inconveniente en decírmelo,
cómo había venido a México, y por qué él, español y que parecía
educado esmeradamente, se había resignado a vivir en medio de
aquellas soledades, trabajando con tal rudeza y no teniendo por premio
sino una situación que rayaba en miseria.
Contestóme que con mucho placer satisfaría mi curiosidad, pues no
había nada en su vida que debiera ocultarse; y que por el contrario,
justamente para deshacer en mi ánimo la prevención desfavorable que
pudiera haberme producido el saber que era español, pues conocía
bastantemente nuestras preocupaciones a ese respecto, se alegraba de
poder referirme en los primeros instantes de nuestro conocimiento algo
de su vida, mientras llegábamos al pueblecillo, que ya estaba próximo.
[Footnote 1: #Don Quijote#, hero of Cervantes' famous novel of the
same name, a masterpiece known in all the civilized world. The speech
referred to may be
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