entonces no exist��a. Los clubs, que comenzaron siendo c��tedras elocuentes y palestra de la discusi��n cient��fica, salieron del c��rculo de sus funciones propias aspirando �� dirigir los negocios p��blicos, �� amonestar �� los gobiernos �� imponerse �� la naci��n. En este terreno fu�� f��cil que las personalidades sucedieran �� los principios, que se despertaran las ambiciones, y lo que es peor, que la venalidad, c��ncer de la pol��tica, corrompiera los caracteres. Los verdaderos patriotas lucharon mucho tiempo contra esta invasi��n. El absolutismo, disfrazado con la m��scara de la m��s abominable demagogia, socav�� los clubs, los domin�� y vendi��los al fin. Es que la juventud de 1820, llena de fe y de valor, fu�� demasiado cr��dula �� demasiado generosa. O no conoci�� la falacia de sus supuestos amigos, �� conoci��ndola, crey�� posible vencerles con armas nobles, con la persuasi��n y la propaganda.
Una sociedad decr��pita, pero conservando a��n esa tenacidad incontrastable que distingue �� algunos viejos, sosten��a encarnizada guerra con una sociedad lozana y vigorosa llamada �� la posesi��n del porvenir. En este libro asistiremos �� algunos de sus encuentros.
Sigamos nuestra narraci��n. Los curiosos se paraban ante la _Fontana_; sal��an los tenderos �� las puertas; el barbero Calleja, que se hac��a llamar ciudadano Calleja, estaba tambi��n en su puerta pasando una navaja, y contemplando el club y �� sus parroquianos con una mirada presuntuosa, que quer��a decir: "si yo fuera all��...."
Algunas personas se acercaron �� la barber��a formando corro alrededor del maestro. Uno lleg�� muy presuroso, y pregunt��:
"?Qu�� hay? ?Ocurre algo?"
Era el reci��n venido uno de esos individuos de edad indefinible, de esos que parecen viejos �� j��venes, seg��n la fuerza de la luz �� la expresi��n que dan al semblante.
Su estatura era peque?a, y ten��a la cabeza casi inmediatamente adherida al tronco, sin m��s cuello que el necesario para no ser enteramente jorobado. El abdomen le abultaba bastante, y generalmente cruzaba las manos sobre ��l con movimiento de cari?osa conservaci��n. Sus ojos eran medio cerrados y peque?os, pero muy vivos, formando armoniosa simetr��a con sus labios delgados, largos y el��sticos, que en los momentos m��s ardorosos de la conversaci��n avanzaban formando un tubo ac��stico que daba �� su voz intensidad extraordinaria. A pesar de su traje seglar, hab��a en este personaje no s�� qu�� de frailuno. Su cabeza parec��a hecha pura la redondez del cerquillo, y ancho gab��n que envolv��a su cuerpo, m��s que gab��n, parec��a un h��bito. Ten��a la voz muy destemplada y acre; pero sus movimientos eran sumamente expresivos y vehementes.
Para concluir, diremos que este hombre se llamaba Gil de nombre y Carrascosa de apellido; educ��ronle los frailes agustinos de M��stoles, y ya estaba dispuesto para profesar, cuando se march�� del convento, dejando �� los Padres con tres palmos de boca abierta. A fines de siglo logr��, por amistades palaciegas, que le hicieran abate; mas en 1812 perdi�� el beneficio, y depuso el capisayo. Desde entonces fu�� ardiente liberal hasta la vuelta de Fernando, en que sus relaciones con el favorito Alag��n le proporcionaron un destino de covachuelista con diez mil reales. Entonces era absolutista decidido; pero la Jura de la Constituci��n por Fernando en 1820 le hizo variar de opiniones hasta el punto de llegar �� alistarse en la sociedad de los Comuneros y formar pandilla con los m��s exaltados. Cuando tengamos ocasi��n de penetrar en la vida privada de Carrascosa, sabremos algunos detalles de cierta aventura con una beldad quinta?ona de la calle de la Gorguera, y sabremos tambi��n los malos ratos que con este motivo le hizo pasar cierto estudiantillo, poeta cl��sico, autor de la nunca bien ponderada tragedia de los Gracos.
"?Pues no ha de ocurrir?--dijo Calleja.--Hoy tenemos sesi��n extraordinaria en la Fontana. Se trata de pedir al Rey que nombre un Ministerio exaltado, porque el que est�� no nos gusta. Tendremos discurso de Alcal�� Galiano.
--Aquel andaluz feo...
--Si, ese mismo. El que el mes pasado dijo: _No haya perd��n ni tregua para los enemigos de la libertad. ?Qu�� quieren esos esp��ritus obscuros, esos...?_ Y por aqu�� segu��a con un pico de oro....
--Ya les dar�� que hacer--observ�� Carrascosa--?Qu�� elocuencia! ?Qu�� talento el de ese muchacho!
--Pues yo, se?or don Gil--manifest�� Calleja,--respetando la opini��n de usted, para mi tan competente, dir��...."
Y aqu�� tosi�� dos veces, emiti�� un par de gru?idos por v��a de proemio, y continu��:
"Dir�� que, aunque admiro como el que m��s las dotes del joven Alcal�� Galiano, prefiero �� Romero Alpuente, porque es m��s expresivo, m��s fuerte, m��s ... pues. Dice todas las cosas con un arranque ... por ejemplo, aquello de ?_al que quiera hierro, hierro_! y aquello de ?_no buscan los tiranos su apoyo en la vara de la justicia; b��scanle en los maderos del cadalso, en el hombro deshonrado del verdugo_! Si le digo �� usted que es un....
--Pues yo--contest�� el ex abate,--aunque admiro tambi��n �� Romero Alpuente, prefiero �� Alcal�� Galiano, porque es
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