mamá es querida del
brigadier ... todo queda en casa.
--Y tú, ¿sigues con tu primo?
--No te lo puedo decir. El lunes se marchó enfadado y no ha vuelto por
casa. Mi primo no es lo que parece; no es una mosquita muerta, sino un
pillo muy largo, que si le dan el pie se toma la mano.... ¡Anda! pues si
no anduviese yo con ojo, no sé adonde hubiera parado con la marcha
que llevaba.... ¿Sabes que estaba empeñado en que le regalase mis
ligas?
--¡Jesús!--exclamó la niña de Calderón riendo.
--Lo que oyes, hija.... Por supuesto que yo le puse de sucio y de gorrino
que no había por dónde cogerle.... Se marchó muy amoscado, pero ya
volverá.
--Tu primo monta muy bien. Le he visto ayer a caballo.
--Lo único que sabe hacer. Las letras le estorban. Se ha examinado ya
seis veces de Derecho romano y siempre ha salido suspenso.
--¡Qué importa!--exclamó la niña de Calderón con un desprecio que
hubiera estremecido a Heinecio en su tumba. Y añadió en seguida:
--¿Esos sombreros os los ha hecho Mme. Clement?
--No, los ha encargado mamá a París por la señora de Carvajal, que ha
llegado el sábado.
--Son muy bonitos.
--Más que los que hace Mme. Clement ya son.
Y se enfrascaron por breves momentos en una plática de moda.
La niña de Calderón, que era bastante fea, poseía, no obstante, cierto
atractivo que provenía acaso de sus cortos años, acaso también de una
boca de labios gruesos y frescos y dientes iguales y blancos, donde la
sensualidad había dejado su sello. La última de Alcudia era una
chicuela de temperamento enfermizo, que no tenía más que huesos y
ojos.
--Oye--le dijo Esperanza cuando se hubieron cansado de hablar de
sombreros--, ¿sabes que el último día que he estado en el colegio les
llevé el retrato de mi hermanito?... Verás qué paso más gracioso. Lo
han retratado desnudo, y como tiene aquello descubierto, la hermana
María de la Saleta no quería enseñarlo a las niñas. Las chicas
comenzaron a gritar: "¡queremos verlo! ¡queremos verlo!" ¿Sabes lo
que hizo entonces? Pues lo fué enseñando con la mano puesta encima,
dejando sólo ver el pecho y la cabeza.
--¡Chica, qué gracia tiene eso!--exclamó Pacita soltando la carcajada.
Esperanza la secundó, riendo ambas de tan buena gana que concluyeron
por llamar la atención de la tertulia, sobre todo de la marquesa, que
volvió a dirigir a su hija una mirada severísima.
Entraba en aquel momento una señora que representaba cuarenta años;
el rostro, hermoso aún, pintado, con señales impresas más que de los
años, de una vida agitada y galante.
--Aquí está Pepa Frías--dijo sonriendo Mariana, la esposa de Calderón.
--Eso es; aquí está Pepa Frías--respondió con afectado mal humor la
misma--. Una mujer que no tiene pizca de vergüenza al poner los pies
en esta casa.
Los tertulios rieron.
--¿Tú te crees por lo visto que soy de la Inclusa? ¿que no tengo casa?
Pues sí que la tengo, Salesas, 60, principal.... Es decir, la tiene el
casero.... Pero le pago, lo que no harán seguramente todos tus
inquilinos. Perdone usted, Pinedo; no le había visto.... Y también tengo
mis sábados ... y no hay tanto calor como aquí ¡uf! y doy chocolate y té,
y conversación y todo ... lo mismo que aquí.
Mientras decía esto, iba saludando a los circunstantes con semblante
furioso. Pero como todos sabían a qué atenerse, reían.
Era una mujer metida en carnes, los cabellos artificialmente rubios, los
ojos un poco saltones, pero hermosos, la boca fresca y sensual; una
mujer agradable, en suma, que había tenido y que seguía teniendo, a
pesar de sus años, muchos apasionados.
--Lo que no hay--añadió acercándose a la señora de Calderón y dándole
dos sonoros besos en las mejillas--es una mujer tan ingrataza y tan
insignificante como tú.... Por supuesto, que yo no vengo ya a verte a ti,
sino a mi señor D. Julián, que alguna vez que otra sube a darme las
buenas tardes y a decirme cómo anda la cotización.... Y a propósito de
cotización, Clementina, dile a tu marido que suspenda aquello hasta
que le avise.... Mejor dicho, no le digas nada; yo pasaré esta noche por
tu casa.
--¡Pero hija, qué líos traes siempre con el papel y la Bolsa y las
acciones!--exclamó Mariana.
--Pues los mismos que tú traerías si no tuvieses un marido tan activo
que se encarga de calentarse la cabeza para que tú la tengas fresca y
descansada....
--Vaya, Pepa, no me eche usted piropos, que voy a ponerme
colorado--dijo Calderón.
--No digo más que la verdad. ¡Si creerán que es plato de gusto estar
pensando en si baja o si sube el papel, escribir cartas y endosos y andar
camino del Banco!
--Imagino yo, Pepa--manifestó el general
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