su t��trica miseria a��n resaltaba m��s al contrastar con las tierras pr��ximas, rojas, bien cuidadas, llenas de correctas filas de hortalizas y de arbolillos, �� cuyas hojas daba el oto?o una transparencia acaramelada. Hasta los p��jaros hu��an de aquellos campos de muerte, tal vez por temor �� los animaluchos que rebull��an bajo la maleza �� por husmear el h��lito de la desgracia.
Sobre la rota techumbre de paja, si algo se ve��a era el revoloteo de alas negras y traidoras, plumajes f��nebres de cuervos y milanos, que al agitarse hac��an enmudecer los ��rboles cargados de gozosos aleteos y juguetones pi��dos, quedando silenciosa la huerta, como si no hubiese gorriones en media legua �� la redonda.
Pepeta iba �� seguir adelante, hacia su blanca barraca, que asomaba entre los ��rboles algunos campos m��s all��; pero hubo de permanecer inm��vil en el alto borde del camino, para que pasase un carro cargado que avanzaba dando tumbos y parec��a venir de la ciudad.
Su curiosidad femenil se excit�� al fijarse en ��l.
Era un pobre carro de labranza, tirado por un roc��n viejo y huesudo, al que ayudaba en los baches dif��ciles un hombre alto que marchaba junto �� ��l anim��ndole con gritos y chasquidos de tralla.
Vest��a de labrador; pero el modo de llevar el pa?uelo anudado �� la cabeza, sus pantalones de pana y otros detalles de su traje, delataban que no era de la huerta, donde el adorno personal ha ido poco �� poco contamin��ndose del gusto de la ciudad. Era labrador de alg��n pueblo lejano: tal vez ven��a del ri?��n de la provincia.
Sobre el carro amonton��banse, formando pir��mide hasta m��s arriba de los varales, toda clase de objetos dom��sticos. Era la emigraci��n de una familia entera. T��sicos colchones, jergones rellenos de escandalosa hoja de ma��z, sillas de esparto, sartenes, calderas, platos, cestas, verdes banquillos de cama, todo se amontonaba sobre el carro, sucio, gastado, miserable, oliendo �� hambre, �� fuga desesperada, como si la desgracia marchase tras de la familia pis��ndole los talones. En la cumbre de este revoltijo ve��anse tres ni?os abrazados, que contemplaban los campos con ojos muy abiertos, como exploradores que visitan un pa��s por vez primera.
A pie y detr��s del carro, como vigilando por si ca��a algo de ��ste, marchaban una mujer y una muchacha, alta, delgada, esbelta, que parec��a hija de aqu��lla. Al otro lado del roc��n, ayudando cuando el veh��culo se deten��a en un mal paso, iba un muchacho de unos once a?os. Su exterior grave delataba al ni?o que, acostumbrado �� luchar con la miseria, es un hombre �� la edad en que otros juegan. Un perrillo sucio y jadeante cerraba la marcha.
Pepeta, apoyada en el lomo de su vaca, les ve��a avanzar, pose��da cada vez de mayor curiosidad. ?Adonde ir��a esta pobre gente?
El camino aquel, afluyente al de Alboraya, no iba �� ninguna parte. Se extingu��a �� lo lejos, como agotado por las bifurcaciones innumerables de sendas y caminitos que daban entrada �� las barracas.
Pero su curiosidad tuvo un final inesperado. ?Virgen Sant��sima! El carro se sal��a del camino, atravesaba el ruinoso puente de troncos y tierra que daba acceso �� las tierras malditas, y se met��a por los campos del t��o Barret, aplastando con sus ruedas la maleza respetada.
La familia segu��a detr��s, manifestando con gestos y palabras confusas la impresi��n que le causaba tanta miseria, pero en l��nea recta hacia la destrozada barraca, como quien toma posesi��n de lo que es suyo.
Pepeta no quiso ver m��s. Ahora s�� que corri�� de veras hacia su barraca. Deseosa de llegar antes, abandon�� �� la vaca y al ternerillo, y las dos bestias siguieron su marcha tranquilamente, como quien no se preocupa de las cosas ajenas y tiene el establo seguro.
Piment�� estaba tendido �� un lado de su barraca, fumando perezosamente, con la vista fija en tres varitas untadas con liga, puestas al sol, en torno de las cuales revoloteaban algunos p��jaros. Era una ocupaci��n de se?or.
Al ver llegar �� su mujer con los ojos asombrados y el pobre pecho jadeante, Piment�� cambi�� de postura para escuchar mejor, recomend��ndola que no se aproximase �� las varitas.
Vamos �� ver, ?qu�� era aquello? ?Le hab��an robado la vaca?...
Pepeta, con la emoci��n y el cansancio, apenas pudo decir dos palabras seguidas.
?Las tierras de Barret.... Una familia entera.... Iban �� trabajar, �� vivir en la barraca. Ella lo hab��a visto.?
Piment��, cazador de p��jaros con liga, enemigo del trabajo y terror de la contornada, no pudo conservar su gravedad impasible de gran se?or ante tan inesperada noticia.
--?Recontracord��ns!...
De un salto puso recta su pesada y musculosa humanidad, y ech�� �� correr sin aguardar m��s explicaciones.
Su mujer vi�� c��mo corr��a �� campo traviesa hasta un ca?ar inmediato �� las tierras malditas. All�� se arrodill��, se ech�� sobre el vientre, para espiar por entre las ca?as como un bedu��no al acecho, y pasados algunos minutos volvi��
Continue reading on your phone by scaning this QR Code
Tip: The current page has been bookmarked automatically. If you wish to continue reading later, just open the
Dertz Homepage, and click on the 'continue reading' link at the bottom of the page.