Interiores | Page 7

Emilia Pardo Bazán
amortiguar.
-La mesa m��s cerca del vidrio...
Y, desde?oso del bol humeante, ensopando distra��damente la tostada embebida de rancia manteca, el viajero esperaba... Era domingo; las amigas campanas del Hinojo llamaban a misa; la gente no ten��a m��s remedio que pasar por all��; avizorar��a las caras, cuando desfilasen ante ��l...
Advirti�� al mozo:
-Al retirar el servicio del caf��, tr��igame una botella de Martel y una copa.
Sent��a el cuerpo desazonado; la fr��a modorra de las noches de tren entumec��a sus venas; el caf�� y la tostada hab��an ca��do como plomo en su est��mago disp��ptico... Se acordaba de sus luchas, de tanto sudor y fatiga para juntar un peto que le permitiese morir descansadamente donde hab��a nacido... La felicidad que se promet��a estaba en aquel momento representada por las caras, las caras en que iba a revivir la esperanza, la frescura aterciopelada de los d��as en que la vida no pesa. Temblaba de contento al pensar en el goce inexplicable y positivo que causan unos rasgos fison��micos -no los rasgos de una mujer adorada, ni los venerados del padre o de la madre, no-; los de varios rostros que, juntos, compendian la sugesti��n de la gran sirena del pasado, infinitamente divino...
Mientras ��l aguardaba, estremecido, pasaban ante el vidrio caras y caras, joviales, ce?udas, demacradas, rollizas; caras lampi?as y barbudas, caras inteligentes y bestiales; caras de se?oritas cuajadas en un moh��n de pudor pretencioso, caras de se?oritos fumadores que sacan los labios en gesto de bravata y chunga... Y el viajero, dando cuerda a su energ��a a puros sorbos de co?ac, no acababa de ver pasar, risue?a, bucles al viento, su juventud, su propia juventud enso?adora...
?No conoc��a ninguna, ninguna de aquellas caras que iban desfilando hacia el p��rtico de Santa Mar��a del Hinojo, donde hasta los angelotes del retablo y los rudos santos de las archivoltas le conoc��an a ��l!
Al fin le pareci��... ?S��, era indudable: reconoc��a varias caras!... ?Las reconoc��a... como se reconocen, en las l��pidas borrosas por el tiempo e invadidas por musgos y l��quenes, letras un tiempo clara y profundamente incisas por el cincel! Aquella se?ora obesa, que caminaba tan despacio, molestada por el peso de un embarazo tard��o, era..., ?Santo Dios!, la espiritual, la ingr��vida Luc��a Garc��s...,su pareja de vals en los bailecillos del Casino... Aquel viejo de marchitas mejillas, de ojos amarillentos, de bigote azul a fuerza de tinte, no parec��a sino Polvorosa, el tenorio alegre y varonil, el seductor de oficio de la ciudad... Aquella consumida anciana, de pelo gris, telara?oso, que llevaba de cada mano un chicarr��n..., deb��a de ser, sin duda, la coqueta Anto?ita Monluz, que arrojaba, desde su florida ventana, ramitas de romero a los muchachos. Y la que iba a su lado, conversando con ella... -?Jes��s! ?Se concibe!-, era su antigua rival, su prima hermana Carmen Monluz, que la odiaba porque, a fuerza de lagoter��as, ma?as y tretas, Anto?ita le hab��a quitado un excelente novio... Recordaba el viajero perfectamente el gesto de odio, desprecio y desaf��o con que se miraban las dos primas cuando la casualidad las hac��a encontrarse; las frases insultantes que se dec��an; las hablillas del pueblo, exaltado por la historia, hecho un hervidero de chismes... Y ahora, las rivales iban mano a mano, y cuando el grupo cruz�� ante el caf��, el viajero escuch�� que ambas mujeres depart��an sobre los precios de los alimentos, muy pac��ficas, comadreando, lament��ndose solo de la carest��a...
El viajero sinti�� una angustia honda, una desolaci��n de vac��o, como si acabase de sec��rsele dentro una ra��z viva y fresca... No le importar��a, en ��ltimo caso, el inevitable variar de las caras; las caras son carne corruptible. Lo que le confund��a, lo que le apretaba la garganta y el coraz��n, era otro cambio, el de lo que se adivina y se trasluce en una fisonom��a; el cambio ��ntimo, el desaparecer, sin que dejase rastro ni huella, del alma que se desborda de los semblantes y les presta su valor y significaci��n misteriosa, superior -?��l, por lo menos, lo hab��a cre��do!- al tiempo, a los sucesos, al giro indiferente del planeta...
Abismado, el viajero fij�� por casualidad la vista en el espejo que ten��a enfrente. La sorpresa dilat�� sus ojos. Tampoco su cara dejaba trasmanar el alma de anta?o. La expresi��n de la juventud, c��ndida, preguntadora, amorosa, no estaba all��. Si se buscaba a s�� mismo -y de fijo se buscaba- en las caras ajenas, ?mal hecho!, ?trabajo perdido!, no pod��a encontrarse; ?el yo de entonces no exist��a!
?Qu�� dolor tan grande, tan sutil y refinado! Llevaba consigo un muerto, y acababa de averiguarlo, en hora cr��tica, por la confidencia de un turbio espejo de caf��.
Se levant��, pag��, y lentamente se encamin�� hacia la fonda. Pregunt�� a qu�� hora sal��a el primer tren... A las doce; faltaban cuarenta minutos.
-?A la estaci��n! -grit�� al mozo que empu?aba el asa de su maleta.
Por dentro
Vistiendo el negro
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