su corazon, y para él únicamente vivia; el jóven archiduque pagaba este cari?o á Do?a Juana con todo el calor de su corta edad, y las galantes maneras de un príncipe, de suerte que la infanta se contaba por uno de esos seres mas felices, y mucho mas cuando llegó á notar que pronto iba á ser madre.
Llegó la ocasion en que partieron para Flandes despues de algun tiempo, donde dió á luz Do?a Juana el 15 de noviembre de 1498 á Do?a Leonor, continuando hasta entonces ileso su amor en ambos y no cesando de ser el ejemplo de los esposos bien queridos. A pesar de que aunque no hubiera sido asi, bastaba solamente la posesion del fruto de su casamiento para que hubiese tomado mas incremento su acendrado cari?o.
No tuvo para sus estados el mejor éxito haber nacido hembra; pero sin embargo, como eran queridos los padres, fue apreciada la hija. Dos a?os despues, el a?o de 1500, marcharon á Gante, donde el dia 21 de febrero tuvieron un hijo, al cual nominaron Cárlos, despues conocido en todo el universo por su fama y poderío. Grande era el alborozo que se veia pintado en los semblantes de los habitantes de aquellos estados, esforzándose cada cual á espresar la alegria que experimentaba por el heredero príncipe. Innumerables tambien fueron las fiestas que con tan solemne motivo se ejecutaron, y seria por lo tanto causa de elevar el estracto de esta historia á una inmensa altura.
Empezaba por esta época ya Do?a Juana á sumirse en la desesperacion; porque desde que la fortuna parecia inclinar todo el favor al recien nacido, empezaba á desvanecerse como por ensalmo la felicidad de la madre del emperador Cárlos V.
La desgracia vino á arrebatar la vida en el mismo a?o de 1500 á fines de julio al infante D. Miguel, hijo del rey D. Juan de Portugal, último vástago en la línea masculina de los reyes Católicos D. Fernando y Do?a Isabel, recayendo por consecuencia la corona de Espa?a, en la madre de Do?a Leonor y D. Cárlos.
D. Fernando y Do?a Isabel llamaron inmediatamente á Don Juan de Fonseca, obispo de Córdoba, y le intimaron la órden de pasar cuanto antes á Flandes para hacer sabedores á los archiduques de este suceso, para que les felicitase en sus reales nombres, y los hiciese conocer la imperiosa necesidad que tenian de preparar su viaje á Espa?a, pues ya los aguardaban con impaciencia para ser jurados como príncipes de esta gran nacion, de que el Cielo se habia dignado dejar por únicos herederos. Pocos dias transcurrieron sin que D. Juan de Fonseca cumpliera su cometido; pero el hallarse en cinta Do?a Juana y las muchas y delicadas ocupaciones que en este tiempo llegó á tener Felipe el Hermoso en aquellos estados, fueron causa de que no se pudiera verificar el proyectado viaje hasta finalizado ya el a?o de 1501, en el cual nació su tercer hijo, (Do?a Isabel.) Eran tan continuas las instancias que dirigia D. Fernando desde su córte, que se vieron obligados los archiduques á ponerse en camino, aun sin hallarse completamente restlablecida Do?a Juana de la indisposicion de su parto, de modo que resolvieron hacerlo por tierra, atravesando los estados franceses.
Los soberanos de esta nacion los recibieron con la mayor afabilidad, prodigàndoles incesantes muestras de cari?o, y tratándolos con el decoro y respeto debidos á tan poderosos se?ores.
Un peque?o disgusto ocurrido fue la causa de que los archiduques se pusieran mas pronto en marcha de Francia para Espa?a. Un dia de fiesta salió á misa solemne la real familia francesa, acompa?ada de sus augustos huéspedes. Al ofertorio se acercó una dama á Do?a Juana, aproximando á su mano una cantidad de monedas, para que segun costumbre la ofreciese al público en nombre de la reina. Esta la rechazó con violencia, diciendo: ?Haced saber á vuestra soberana que yo no ofrezco por nadie, ?lo entendeis??. Con el dinero y la respuesta volvió la mensajera á la reina, quien en alto grado sintió un desaire tan marcado; mas tratando de refrenar su enojo, se contentó con pagar aquel con otro mayor, que era el no ofrecerla la salida de la iglesia antes que á la real comitiva. La perspicacia de Do?a Juana la hizo presentir algo sobre este particular, y efectivamente no se enga?aba, porque concluida ya la misa, empezó á reunirse la familia, y sin embargo, ella quedaba en la iglesia. La reina aguardó un poco en la calle, pero Do?a Juana haciendo como que ignoraba todo esto, permaneció en aquella posicion largo rato, dirigiéndose luego sola á palacio.
Todo se volvian hablillas en la Córte sobre el desaire que queda esplicado, y hubieran pasado mas adelante si el archiduque no tratase de disculpar á su esposa de los tiros que se la dirigian; por lo
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