bordo se aprestó en el puerto de Laredo, embarcándose en ella quince mil hombres de guerra no incluyendo la tripulacion. A Don Alonso Enriquez, gran almirante de Castilla, estaba encomendado el mando de esta flota: iba de capellan mayor D. Diego de Villaescusa, dean de Jaen; y la encargada por el rey de servir y hallarse á las inmediatas órdenes de la infanta, era Do?a Teresa de Velasco, esposa del admirante que dirigia aquella espedicion. La cámara y todos los destinos pertencientes á su persona, se servian por damas y caballeros de la primera nobleza de Espa?a; asi lo dice en las listas que de ellos forma D. Lorenzo de Padilla. Inútil es hacer mencion de las ropas y alhajas que habian de adornar á tan augusta princesa: se puede decir para abreviar que se habian dispuesto con elegancia y profusion.
Terminados los preparativos, se dirigió toda la real familia por Almazan al puerto de Laredo, para despedir á tan escelsa infanta, escepto el rey D. Fernando que por hallarse celebrando de Córtes en Aragon, no pudo verificarlo, muy á pesar suyo. El malogrado príncipe D. Juan, hermano de Do?a Juana, y su augusta madre la acompa?aron hasta la entrada del navío, donde anegados en un mar de lágrimas, se dieron mútuamente el mas tierno y afectuoso á Dios. A Dios, que resonó por todos los ángulos de la embarcacion, en se?al de reconocimiento á las reales personas que quedaban en tierra. El dia 19 de agosto de 1496 se hicieron á la vela con direccion á los Estados flamencos. Ningun contratiempo se habia notado, ninguna cosa que hubiera venido á turbar la tranquilidad de la ilustre viajera habia acurrido, hasta tocar en las costas de Flandes, en donde se levantó un temporal tan borrascoso, que se vieron precisados á guarecerse en el primer punto de salvacion que encontraron. Grande era la afliccion de Do?a Juana al ver en tan inminente peligro su vida, pero Dios quiso pudiesen arribar en el puerto de Toorlan, en Inglaterra, despues de haber caminado por término de mas de dos horas, luchando con los embravecidos oleajes que un momento mas los hubiera sumergido en lo profundo de los mares. Permanecieron en esta poblacion siete dias, durante los cuales fue la infanta muy obsequiada por las damas y caballeros principales de aquel pais, que acudieron presurosos á besar su mano y juntamente á ofrecerla sus servicios.
CAPITULO II.
De cómo se casó Do?a Juana, los hijos que tuvo y otros asuntos del mayor interés.
[Illustration]
Cuando el temporal se hubo apaciguado, dispusieron el viaje hácia Flandes; y el 8 de setiembre desembarcaron en la bahia de Ramna, puerto situado en las inmediaciones de Holanda, sin otró contraste que haber desaparecido varias alhajas de gran valor de la princesa, porque el navío donde se encontraba su recámara encalló en un banco llamado el Monge, sitio bastante peligroso. El príncipe que el Cielo habia destinado para esposo de Do?a Juana, habitaba entonces un suntuoso palacio en Lande, pueblo del Tirol; mas cerciorado de la venida de su cara prometida, abandonó este, dirigiéndose con la mayor velocidad á Lieja, donde tuvo el placer de admirar la belleza de la infanta, despues de haberla esperado impaciente en esta ciudad trece dias. Inmediatamente se puso en ejecucion el casamiento habiéndoles dado las bendiciones D. Diego de Villaescusa, dean de Jaen.
Practicadas con la mayor solemnidad y magnificencia las ceremonias de costumbre, pasaron á Amberes, y de aqui á Bruselas, donde fueron colmados de enhorabuenas, y donde tenian dispuestas para su llegada los habitantes de esta provincia muchas fiestas, de las cuales estuvieron los jóvenes esposos disfrutando largo tiempo. Tales fueron las diversiones dispuestas por el pueblo de Bruselas, que afirman algunos autores, se le oyó mas de una vez decir á Felipe, que de buena gana seria su punto de residencia esta capital.
Es opinion comun que D. Felipe era de una arrogante figura, apuesto caballero y muy amigo de vestir con esplendidez. A?ádese á esto un carácter amable, por lo cual todos lo apreciaban. Estas cualidades fueron las que le grangearon el renombre de Hermoso. La infanta Do?a Juana, era por el contrario estremada y enérgica; pero no obstante, se apoderó de ella una pasion tan vehementísima, que desde el instante que le vió le amó con ciega idolatría. El cari?o de Do?a Juana hácia Felipe el Hermoso se aumentaba mas cada dia, por el modo de vivir que observaron, y por el buen comportamiento del archiduque, que como jóven, no pensaba en otra cosa que en los placeres; asi es que continuamente se hallaban en torneos, saraos y otras diversiones, con las cuales crecia mas la pasion de su jóven esposa, contemplando la gallardía y la destreza en las armas de su Felipe. Su marido era el objeto de sus adoraciones, en él tenia depositado
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