dicho en ninguna, tuvo parte la aficion á los trabajos que le proporcionaba su elevada gerarquia. Esta especie de hastío al destino árduo que debia ejercer á la edad que requieren las leyes, se le iba aumentando con los a?os; por el contrario, cualquier faena á que la dedicasen de las propias de su sexo, la abrazaba con el mas indecible júbilo; asi es que, todavia de corta edad, era la admiracion de cuantos la oian y observaban sus entretenimientos. A esto se puede a?adir que su nombre no era mas que una mera forma para dar á conocer que la heredera del trono de Castilla existia.
Cuando pocos a?os despues su hijo el célebre Cárlos V tomó las riendas del gobierno de Espa?a, por la habitual imposibilidad de su madre, observó el mismo método, ora porque asi lo dispusieron en varios Estamentos del reino, ora porque ella era la soberana en realidad y ora por respeto y atencion, como lo hizo conocer al renunciar los estados en su hijo Felipe, al cual pedia encarecidamente hiciese conservar ileso el nombre de su desventurada abuela al frente de los negocios públicos, para no causarla descontento.
Cincuenta a?os conservó esta soberana el título de reina de Espa?a, á pesar de no haber gobernado ni un solo dia; tal era la enagenacion mental de que se hallaba poseida causada por los poderosos y bien fundados motivos que mas adelante se irán conociendo.
El memorable D. Francisco Jimenez de Cisneros y el rey Don Fernando, ordenaron, como gobernadores durante la menor edad de Cárlos V, no se hiciese pública la insuficiencia de Do?a Juana, á pesar de estar íntimamente convencidos de su incapacidad; de manera que por muchos y reiterados esfuerzos que hicieron algunos para declarar su nulidad, no lo lograron; y eso que para nada les estorbaba, pues que jamás se resintió de que no contasen con su voluntad para ninguno de los actos de gobierno.
Su razon se encontraba sumamente turbada por los impulsos de una lícita y vehemente pasion: por esta causa fue su vida cruel la de un reo aprisionado; y si alguna vez pareció resentirse de su precaria suerte, era para en seguida fomentarla ella misma con los padecimientos de su imaginacion ardiente, creyéndose que tal vez cometeria un desacato contra el objeto de sus mas tiernas adoraciones.
Hé aqui el motivo por qué un nombre de suyo tan esclarecido, apenas ha figurado bajo, el concepto político, en el catálogo inmenso de los soberanos espa?oles; y por consecuencia es enteramente nulo. Mas no obstante de todo, fue reina de esta magnánima y poderosa nacion, hija de los grandes reyes católicos D. Fernando y Do?a Isabel, y madre del noble y valiente emperador Cárlos V; de suerte que los pormenores de su vida privada, los motivos por qué le sobrevino su demencia, y el fundamento con que se la llama la Loca, no pueden menos de escitar la curiosidad, y con doble causa, porque puede uno mirarse en esta soberana, como en el triste espejo de los funestos resultados que las violentas pasiones llevadas al estremo tienen, siempre que no se modifican y reprimen con la razon.
Dotada Do?a Juana de un talento nada comun, de una viva y ardiente imaginacion, fue educada de una manera no vulgar para aquella época: y especialmente en la lengua greco-latina, hizo tan admirables adelantos, que la hablaba con una soltura encantadora. El sábio Luis Vives afirma que de cualquier materia que se le tratase en este idioma, contestaba repentinamente como si fuera en castellano. A estas cualidades unia la de una figura esbelta y de mucho interés; era el tipo de la hermosura, colmada de gracia y dignidad: sus grandes ojos, espresivos y rasgados, denotaban el raro talento y energia de su alma, á lo que acompa?aban los dignos y elegantes modales de la córte de Isabel, dechado de virtudes y moralidad.
Todas estas grandes circunstancias, reunidas con el poderío de sus padres, hacian de Do?a Juana uno de esos partidos mas aventajados para cualquier jóven príncipe de Europa. Estas mismas circunstancias la constituian en una infanta acreedora á ser idolatrada, aun por los que no tuviera el placer y el honor de admirarla. Prueba evidente, que no tardaron mucho tiempo algunos príncipes en ver cuál era el que podia ser due?o de joya de tan inestimable valor. D. Fernando y Do?a Isabel no quisieron tampoco prolongar su casamiento, asi es que contando apenas quince a?os, esto es, en 1494, ajustaron las deseadas bodas con D. Felipe, archiduque de Austria, duque de Flandes, de Artois y del Tirol, é hijo del emperador de Alemania, Maximiliano I. Ajustadas que fueron, al instante se dió principio á los preparativos de marcha con el boato y solemnidad dignos de la hija de tan poderosos se?ores. Una armada de ciento veinte navíos de alto
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