Fortunata y Jacinta | Page 4

Benito Pérez Galdós
daba la masticaci��n, la gana con que tragaba y el reposo con que diger��a.

--ii--
Empez�� entonces para Barbarita nueva ��poca de sobresaltos. Si antes sus oraciones fueron pararrayos puestos sobre la cabeza de Juanito para apartar de ella el tifus y las viruelas, despu��s intentaban librarle de otros enemigos no menos atroces. Tem��a los esc��ndalos que ocasionan lances personales, las pasiones que destruyen la salud y envilecen el alma, los despilfarros, el desorden moral, f��sico y econ��mico. Resolviose la insigne se?ora a tener car��cter y a vigilar a su hijo. H��zose fiscalizadora, reparona, entrometida, y unas veces con dulzura, otras con aspereza que le costaba trabajo fingir, tomaba raz��n de todos los actos del joven, tundi��ndole a preguntas: ??A d��nde vas con ese cuerpo?... ?De d��nde vienes ahora?... ?Por qu�� entraste anoche a las tres de la ma?ana?... ?En qu�� has gastado los mil reales que ayer te di?... A ver, ?qu�� significa este perfume que se te ha pegado a la cara?...?. Daba sus descargos el delincuente como pod��a, fatigando su imaginaci��n para procurarse respuestas que tuvieran visos de l��gica, aunque estos fueran como fulgor de rel��mpago. Pon��a una de cal y otra de arena, mezclando las contestaciones categ��ricas con los mimos y las zalamer��as. Bien sab��a cu��l era el flanco d��bil del enemigo. Pero Barbarita, mujer de tanto esp��ritu como coraz��n, se las ten��a muy tiesas y sab��a defenderse. En algunas ocasiones era tan fuerte la acometida de cari?itos, que la mam�� estaba a punto de rendirse, fatigada de su entereza disciplinaria. Pero, ?quia!, no se rend��a; y vuelta al ajuste de cuentas, y al inquirir, y al tomar acta de todos los pasos que el predilecto daba por entre los peligros sociales. En honor a la verdad, debo decir que los desvar��os de Juanito no eran ninguna cosa del otro jueves. En esto, como en todo lo malo, hemos progresado de tal modo, que las barrabasadas de aquel ni?o bonito hace quince a?os, nos parecer��an hoy timideces y aun actos de ejemplaridad relativa.
Presentose en aquellos d��as al simp��tico joven la coyuntura de hacer su primer viaje a Par��s, adonde iban Villalonga y Federico Ruiz comisionados por el Gobierno, el uno a comprar m��quinas de agricultura, el otro a adquirir aparatos de astronom��a. A D. Baldomero le pareci�� muy bien el viaje del chico, para que viese mundo; y Barbarita no se opuso, aunque le mortificaba mucho la idea de que su hijo correr��a en la capital de Francia temporales m��s recios que los de Madrid. A la pena de no verle un��ase el temor de que le sorbieran aquellos gabachos y gabachas, tan diestros en desplumar al forastero y en maleficiar a los j��venes m��s juiciosos. Bien se sab��a ella que all�� hilaban muy fino en esto de explotar las debilidades humanas, y que Madrid era, comparado en esta materia con Par��s de Francia, un lugar de abstinencia y mortificaci��n. Tan triste se puso un d��a pensando en estas cosas y tan al vivo se le representaban la pr��xima perdici��n de su querido hijo y las redes en que inexperto ca��a, que sali�� de su casa resuelta a implorar la misericordia divina del modo m��s solemne, conforme a sus grandes medios de fortuna. Primero se le ocurri�� encargar muchas misas al cura de San Gin��s, y no pareci��ndole esto bastante, discurri�� mandar poner de Manifiesto la Divina Majestad todo el tiempo que el ni?o estuviese en Par��s. Ya dentro de la Iglesia, pens�� que lo del Manifiesto era un lujo desmedido y por lo mismo quiz�� irreverente. No, guardar��a el recurso gordo para los casos graves de enfermedad o peligro de muerte. Pero en lo de las misas s�� que no se volvi�� atr��s, y encarg�� la mar de ellas, repartiendo adem��s aquella semana m��s limosnas que de costumbre.
Cuando comunicaba sus temores a D. Baldomero, este se echaba a re��r y le dec��a: ?El chico es de buena ��ndole. D��jale que se divierta y que la corra. Los j��venes del d��a necesitan despabilarse y ver mucho mundo. No son estos tiempos como los m��os, en que no la corr��a ning��n chico del comercio, y nos ten��an a todos metidos en un pu?o hasta que nos casaban. ?Qu�� costumbres aquellas tan diferentes de las de ahora! La civilizaci��n, hija, es mucho cuento. ?Qu�� padre le dar��a hoy un par de bofetadas a un hijo de veinte a?os por haberse puesto las botas nuevas en d��a de trabajo? ?Ni c��mo te atrever��as hoy a proponerle a un mocet��n de estos que rece el rosario con la familia? Hoy los j��venes disfrutan de una libertad y de una iniciativa para divertirse que no gozaban los de anta?o. Y no creas, no creas que por esto son peores. Y si me apuras, te dir�� que conviene que los chicos no sean tan
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