Fortunata y Jacinta | Page 5

Benito Pérez Galdós
encogidos como los de entonces. Me acuerdo de cuando yo era pollo. ?Dios m��o, qu�� soso era! Ya ten��a veinticinco a?os, y no sab��a decir a una mujer o se?ora sino que usted lo pase bien, y de ah�� no me sacaba nadie. Como que me hab��a pasado en la tienda y en el almac��n toda la ni?ez y lo mejor de mi juventud. Mi padre era una fiera; no me perdonaba nada. As�� me cri��, as�� sal�� yo, con unas ideas de rectitud y unos h��bitos de trabajo, que ya ya... Por eso bendigo hoy los coscorrones que fueron mis verdaderos maestros. Pero en lo referente a sociedad, yo era un salvaje. Como mis padres no me permit��an m��s compa?��a que la de otros muchachones tan ?o?os como yo, no sab��a ninguna suerte de travesuras, ni habla visto a una mujer m��s que por el forro, ni entend��a de ning��n juego, ni pod��a hablar de nada que fuera mundano y corriente. Los domingos, mi mam�� ten��a que ponerme la corbata y encasquetarme el sombrero, porque todas las prendas del d��a de fiesta parec��an querer escap��rseme del cuerpo. T�� bien te acuerdas. Anda, que tambi��n te has re��do de m��. Cuando mis padres me hablaron... as��, a boca de jarro, de que me iba a casar contigo, ?me corri�� un fr��o por todo el espinazo...! Todav��a me acuerdo del miedo que te ten��a. Nuestros padres nos dieron esto amasado y cocido. Nos casaron como se casa a los gatos, y punto concluido. Sali�� bien; pero hay tantos casos en que esta manera de hacer familias sale malditamente... ?Qu�� risa! Lo que me daba m��s miedo cuando mi madre me habl�� de casarme, fue el compromiso en que estaba de hablar contigo... No ten��a m��s remedio que decirte algo... ?Caramba, qu�� sudores pas��! 'Pero yo ?qu�� le voy a decir, si lo ��nico que s�� es que usted lo pase bien, y en saliendo de ah�� soy hombre perdido...?'.
Ya te he contado mil veces la saliva amarga que tragaba ?ay, Dios m��o!, cuando mi madre me mandaba ponerme la levita de pa?o negro para llevarme a tu casa. Bien te acuerdas de mi famosa levita, de lo mal que me estaba y de lo desma?ado que era en tu presencia, pues no me arrancaba a decir una palabra sino cuando alguien me ayudaba. Los primeros d��as me inspirabas verdadero terror, y me pasaba las horas pensando c��mo hab��a de entrar y qu�� cosas hab��a de decir, y discurriendo alguna triqui?uela para hacer menos rid��cula mi cortedad... D��gase lo que se quiera, hija, aquella educaci��n no era buena. Hoy no se puede criar a los hijos de esa manera. Yo ?qu�� quieres que te diga!, creo que en lo esencial Juanito no ha de faltarnos. Es de casta honrada, tiene la formalidad en la masa de la sangre. Por eso estoy tranquilo, y no veo con malos ojos que se despabile, que conozca el mundo, que adquiera soltura de modales...?.
--No, si lo que menos falta hace a mi hijo es adquirir soltura, porque la tiene desde que era una criatura... Si no es eso. No se trata aqu�� de modales, sino de que me le coman esas bribonas...
--Mira, mujer, para que los j��venes adquieran energ��a contra el vicio, es preciso que lo conozcan, que lo caten, s��, hija, que lo caten. No hay peor situaci��n para un hombre que pasarse la mitad de la vida rabiando por probarlo y no pudiendo conseguirlo, ya por timidez, ya por esclavitud. No hay muchos casos como yo, bien lo sabes; ni de estos tipos que jam��s, ni antes ni despu��s de casados, tuvieron trapicheos, entran muchos en libra. Cada cual en su ��poca. Juanito, en la suya, no puede ser mejor de lo que es, y si te empe?as en hacer de ��l un anacronismo o una rareza, un non como su padre, puede que lo eches a perder.
Estas razones no convenc��an a Barbarita, que segu��a con toda el alma fija en los peligros y escollos de la Babilonia parisiense, porque hab��a o��do contar horrores de lo que all�� pasaba. Como que estaba infestada la gran ciudad de unas mujeronas muy guapas y elegantes que al pronto parec��an duquesas, vestidas con los m��s bonitos y los m��s nuevos arreos de la moda. Mas cuando se las ve��a y o��a de cerca, resultaban ser unas tiotas relajadas, comilonas, borrachas y ��vidas de dinero, que desplumaban y resecaban al pobrecito que en sus garras ca��a. Cont��bale estas cosas el marqu��s de Casa--Mu?oz que casi todos los veranos iba al extranjero.
Las inquietudes de aquella incomparable se?ora acabaron con el regreso de Juanito. ?Y qui��n lo dir��a! Volvi�� mejor de lo que fue. Tanto hablar de Par��s, y cuando Barbarita cre��a ver entrar a su hijo hecho una l��stima,
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