fué seguido de un espantoso trueno:
La lluvia caía con esa violencia propia de las tormentas de verano.
Nadie hizo caso. Caminaban en silencio por la carretera, preocupados
en aquel triste acontecimiento que afligía a todo el pueblo.
Cuando llegaron al puente, Cachucha que iba delante se detuvo,
reconoció el terreno, y dijo:
--Trabajo perdido; el barranco viene lleno de agua; es imposible bajar.
La avenida era grande; las turbias aguas se arrastraban con violencia
sobre el pedregoso cauce del barranco, rugiendo de un modo
amenazador.
--¡Qué lástima!--añadió un guardia civil;--no sólo hemos perdido la
carta sino las huellas de los secuestradores.
--¿Y qué hacemos ahora?--preguntó Cachucha.[21]
--Toma; regresar al pueblo;--contestó el alcalde.
Y sin hablar más, regresaron al pueblo tristes, silenciosos y empapados
de agua y lodo hasta los huesos.
El pobre don Salvador se quedó anonadado al saber la avenida del
barranco.
Cayó de rodillas, juntó las manos y elevó los ojos llenos de lágrimas al
cielo, murmurando con trémula voz:--Señor.... Dios mío.... Padre
misericordioso, sin cuya voluntad no se mueve una hoja de los árboles
ni un átomo de polvo de la tierra.... Vela por mi hijo, vela por Juanito.
Un profundo silencio se extendió por la habitación, todos rezaban en
voz baja, todos le pedían a Dios por el niño secuestrado.[J]
CAPÍTULO V
=El que siembra recoge=
Transcurrieron dos días. El pobre abuelito estaba inconsolable; cuarenta
y ocho horas sin dormir, sin comer, sin ver a su nieto.
El alcalde y la guardia civil habían oficiado a los pueblos inmediatos lo
ocurrido, pero nadie tenía noticias de Juanito.
Aquel silencio era espantoso para el pobre anciano.
--Ah, sin duda en la carta--se decía--me fijaban un plazo para entregar
el dinero.... Dios mío, ¿qué será de Juanito cuando ese plazo se
cumpla?[22]
En el pueblo no se hablaba de otra cosa que del secuestro del niño.
Todos hubieran dado la mitad de su sangre por encontrarle.
A fuerza de grandes ruegos consiguieron el cura y el médico que don
Salvador tomara algún alimento.
Llegó el tercer día. El pobre abuelito, pálido como un muerto, con los
ojos cerrados, se hallaba tendido en un sofá, y a no ser por los
estremecimientos nerviosos que agitaban su cuerpo, se le hubiera
tomado por un cadáver.
Comenzaba a obscurecer; la tenue luz del crepúsculo penetraba por una
ventana iluminando con vaga claridad la habitación.
La puerta se abrió poco a poco y asomó por ella la cabeza de un perro.
Era Fortuna, cubierto de lodo.
Se acercó al sofá y se quedó mirando fijamente al anciano. Esta
contemplación duró algunos segundos; luego comenzó a lamerle las
manos a don Salvador.
El cálido contacto de aquella lengua agradecida despertó al anciano. Al
ver a Fortuna lanzó un grito que hubiera sido imposible definir, porque
la presencia de aquel perro leal, que él creía muerto, le causaba al
mismo tiempo una inmensa alegría y un profundo dolor.
--¡Ah, eres tú, Fortuna!--exclamó sentándose en el sofá.--¿Dónde está
Juanito? ¿Dónde está el hijo de mi alma?
El perro ladró tres veces dirigiéndose hacia la puerta, en donde se
detuvo para mirar a su amo.
--Sí, sí; te comprendo perfectamente; tú vienes a decirme: sígueme y te
conduciré a donde está Juanito.
El perro ladró con más fuerza.
--¡Ah! qué importa que la naturaleza no te haya concedido el don de la
palabra; yo te entiendo perfectamente; bendito sea el momento que te
refugiaste en mi casa.
Y él mismo, que por instantes parecía recobrar sus perdidas fuerzas,
comenzó a dar voces, diciendo:
--¡Polonia, Atanasio, Macario, todo el mundo aquí! Que aparejen mi
jaca, que llamen a la guardia civil, al cuadrillero, a todo el que quiera
seguirme.
Don Salvador mientras tanto había descolgado una escopeta de dos
cañones del armero y se había ceñido una canana llena de cartuchos.
Algunos criados entraron precipitadamente en la habitación de su amo,
creyendo que el dolor le había vuelto loco. Al verle con la escopeta,
Polonia le dijo sobresaltada:[K]
--¿Pero adónde va Vd., señor?
--A donde está Juanito.... Mira, ahí tienes el amigo leal que va a
conducirme a su lado.
--¡Fortuna!--exclamó Polonia, que hasta entonces no había visto al
perro.
--Ése, ése sabe donde está mi nieto: sigámosle, pero es preciso hacer las
cosas con método. Tú, Atanasio, llama a la guardia civil y al cuadrillero;
tú, Polonia, pon en unas alforjas algunos comestibles; tú, Macario,
apareja mi jaca, pero de prisa, muy de prisa, pues me mata la
impaciencia.
Media hora después todo estaba dispuesto y los expedicionarios
reunidos en casa de don Salvador.
El perro no cesaba de ladrar y hacer viajes hacia la puerta, indicando su
impaciencia.
--En marcha, Fortuna, en marcha;--exclamó el anciano con firme
entonación,--condúceme a donde está Juanito, y que Dios nos ayude.
El perro comenzó a dar saltos de alegría, salió a
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