te aseguro que no le faltará
nada a tu abuelito.
--¡Pero si le faltan las fuerzas para tenerse en pie!...--añadió la
mendiga.--Hace más de veinticuatro horas que el pobre no ha comido
nada.[17]
--Pues bien, vamos a verle,--repuso Juanito,--y si no podemos llevarle
nosotros, yo iré en una carrera al pueblo a traer lo que haga falta.
Y como el perro no cesaba de gruñir de un modo hostil a la niña
mendiga, Juanito le dijo:
--Esta tarde tu mal humor es insufrible, Fortuna; te he dicho que te
calles. La niña, sin dejar sus dolorosos lamentos, se encaminó en
dirección al puente.
Juanito, Polonia y Fortuna la siguieron.
A la derecha del camino había una rampa que conducía al cauce del
barranco.
Por allí bajaron todos.
El puente tenía tres arcos. En el primero, tendido boca abajo sobre la
húmeda arena, se hallaba un hombre pobremente vestido. A su lado se
veía un zurrón de sucio y remendado lienzo y un garrote.
A unos quince pasos de distancia, en la orilla del barranco, se alzaban
unos espesos y grandes carrizales cuyas hojas, abrasadas por el ardiente
sol del verano, tenían un color rojo amarillento.
--Abuelo, vamos, haga Vd. un esfuerzo para levantarse,--dijo la niña
mendiga,--pues aquí vienen un señorito y una mujer para ayudarme a
conducirle a Vd. al pueblo.
El hombre, exhalando gemidos, se movió pesadamente como si le
faltara la fuerza para levantarse, luego apoyó una rodilla, después la
otra y por fin las manos, quedándose a gatas y bajando la cabeza como
si quisiera ocultar su cara.
Compadecidos ante tanta debilidad, se acercaron Juanito y Polonia para
ayudarle a levantarse, y en el mismo momento que se inclinaban hacia
la tierra, el hombre de un brinco se puso en pie, cogió por el cuello a
Polonia y la derribó brutalmente en el suelo.
Al mismo tiempo la niña mendiga saltaba con la ligereza de una
pantera sobre el aterrado Juanito, haciéndole rodar sobre la arena del
barranco.
[Illustration: FORTUNA SE ABALANZÓ FURIOSO SOBRE LA
MENDIGA.]
El perro Fortuna se abalanzó furioso sobre la mendiga, haciéndole
presa en una pierna y rasgándole en jirones el vestido.
La niña lanzó un grito agudo de rabia y de dolor.
--Maldito perro,--exclamó, cogiendo el garrote que había en el suelo y
defendiéndose de Fortuna con un valor increíble a su edad.
Entonces salieron precipitadamente dos hombres de mala facha de uno
de los carrizales. Llevaban revólver y cuchillo de monte en el cinto y
escopetas de dos cañones en las manos.
--Vamos a ver si te callas, Golondrina; no hay que gritar tanto por un
arañazo,--dijo uno de los hombres soltando una brutal carcajada.
--Despachemos antes que pase gente por la carretera,--añadió el otro
hombre.
--¿Qué haremos de esta mujer?--preguntó el que tenía sujeta a Polonia.
--Atarle las manos a la espalda, ponerle una mordaza y dejarla para que
vaya a contarle a su amo lo que voy a decirle.
--¿Pero dónde estará ese maldito perro?--preguntó la
Golondrina.--Apenas os ha visto salir del carrizal ha desaparecido;
parece que le dan asco las escopetas; pero yo juro que me las pagará, sí,
me las pagará; volveré al pueblo y le daré pan con alfileres o con
fósforos para que reviente.[14]
Todo esto lo decía la Golondrina poniéndose puñados de húmeda arena
en las heridas que le había hecho Fortuna.
--Oye,--dijo a Polonia el jefe de los secuestradores,--dile a don
Salvador que nos llevamos a su nieto, y que si quiere recuperarle, que
cumpla al pie de la letra lo que le digo en este papel.[H]
Y el capitán metió brutalmente un papel en el pecho de Polonia, cuyos
ojos enrojecidos parecían llorar sangre.
--¡Ah! no, no; yo no quiero ir con Vds.; mi abuelito les dará todo lo que
quieran, pero yo no quiero ir,--exclamó Juanito, arrodillándose y
juntando las manos ante aquellos miserables.
Polonia cayó también de rodillas como para unir sus súplicas a las del
niño; pero todo fue inútil; los corazones de roca no se ablandan jamás
ni ante las súplicas, ni ante las lágrimas de sus víctimas.
--Trae los caballos, Cascabel,--dijo el jefe dirigiéndose a uno de los
suyos.
Y luego, cogiendo bruscamente por un brazo a Juanito que lloraba,
añadió:
--A ver si cierras el pico, canario, y no me aturdas los oídos, porque me
disgusta tu música.
Uno de los malhechores sacó del espeso carrizal tres jacas.
El jefe montó en una de ellas, colocando en la delantera a Juanito y
rodeándole un brazo por la cintura.
Luego montaron los otros dos, y la Golondrina de un salto se puso en
las ancas de una de las caballerías.
Polonia, al verles emprender a galope por el barranco abajo, lanzó un
gemido y cayó de espaldas desmayada.
Entonces se agitaron las secas cañas del carrizal de la izquierda y
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