Fortuna | Page 8

Enrique Pérez Escrich
la guardia civil habían oficiado a los pueblos inmediatos lo ocurrido, pero nadie tenía noticias de Juanito.
Aquel silencio era espantoso para el pobre anciano.
--Ah, sin duda en la carta--se decía--me fijaban un plazo para entregar el dinero.... Dios mío, ?qué será de Juanito cuando ese plazo se cumpla?[22]
En el pueblo no se hablaba de otra cosa que del secuestro del ni?o. Todos hubieran dado la mitad de su sangre por encontrarle.
A fuerza de grandes ruegos consiguieron el cura y el médico que don Salvador tomara algún alimento.
Llegó el tercer día. El pobre abuelito, pálido como un muerto, con los ojos cerrados, se hallaba tendido en un sofá, y a no ser por los estremecimientos nerviosos que agitaban su cuerpo, se le hubiera tomado por un cadáver.
Comenzaba a obscurecer; la tenue luz del crepúsculo penetraba por una ventana iluminando con vaga claridad la habitación.
La puerta se abrió poco a poco y asomó por ella la cabeza de un perro. Era Fortuna, cubierto de lodo.
Se acercó al sofá y se quedó mirando fijamente al anciano. Esta contemplación duró algunos segundos; luego comenzó a lamerle las manos a don Salvador.
El cálido contacto de aquella lengua agradecida despertó al anciano. Al ver a Fortuna lanzó un grito que hubiera sido imposible definir, porque la presencia de aquel perro leal, que él creía muerto, le causaba al mismo tiempo una inmensa alegría y un profundo dolor.
--?Ah, eres tú, Fortuna!--exclamó sentándose en el sofá.--?Dónde está Juanito? ?Dónde está el hijo de mi alma?
El perro ladró tres veces dirigiéndose hacia la puerta, en donde se detuvo para mirar a su amo.
--Sí, sí; te comprendo perfectamente; tú vienes a decirme: sígueme y te conduciré a donde está Juanito.
El perro ladró con más fuerza.
--?Ah! qué importa que la naturaleza no te haya concedido el don de la palabra; yo te entiendo perfectamente; bendito sea el momento que te refugiaste en mi casa.
Y él mismo, que por instantes parecía recobrar sus perdidas fuerzas, comenzó a dar voces, diciendo:
--?Polonia, Atanasio, Macario, todo el mundo aquí! Que aparejen mi jaca, que llamen a la guardia civil, al cuadrillero, a todo el que quiera seguirme.
Don Salvador mientras tanto había descolgado una escopeta de dos ca?ones del armero y se había ce?ido una canana llena de cartuchos.
Algunos criados entraron precipitadamente en la habitación de su amo, creyendo que el dolor le había vuelto loco. Al verle con la escopeta, Polonia le dijo sobresaltada:[K]
--?Pero adónde va Vd., se?or?
--A donde está Juanito.... Mira, ahí tienes el amigo leal que va a conducirme a su lado.
--?Fortuna!--exclamó Polonia, que hasta entonces no había visto al perro.
--ése, ése sabe donde está mi nieto: sigámosle, pero es preciso hacer las cosas con método. Tú, Atanasio, llama a la guardia civil y al cuadrillero; tú, Polonia, pon en unas alforjas algunos comestibles; tú, Macario, apareja mi jaca, pero de prisa, muy de prisa, pues me mata la impaciencia.
Media hora después todo estaba dispuesto y los expedicionarios reunidos en casa de don Salvador.
El perro no cesaba de ladrar y hacer viajes hacia la puerta, indicando su impaciencia.
--En marcha, Fortuna, en marcha;--exclamó el anciano con firme entonación,--condúceme a donde está Juanito, y que Dios nos ayude.
El perro comenzó a dar saltos de alegría, salió a la calle y tomó a la derecha.
Todos le siguieron, Fortuna iba delante, luego dos guardias civiles a pie, don Salvador, el cuadrillero a caballo, y por último, cuatro criados de la casa.
Todos iban armados de escopetas y resueltos a salvar a Juanito. Tenían una fe ciega en las demostraciones del perro. Nadie dudaba de que aquel noble e inteligente animal les conduciría a donde estaba el ni?o secuestrado.
La noche era serena, apacible. La luna iluminaba con dulce claridad la tierra.
El perro, que caminaba siempre delante, volviendo de vez en cuando la cabeza para ver si le seguían, llegó al puente, y en vez de bajar al barranco, torció a la izquierda caminando por la orilla del cauce unos quinientos pasos. Allí bajó por una vereda, cruzó el barranco y tomó una senda que conducía al monte.
[Illustration]
Todos le siguieron en el mayor silencio. Después de dos horas de trepar por aquel camino de cabras, los expedicionarios llegaron a la cumbre de una elevada monta?a.
--Guardias, ?están Vds. cansados?--les preguntó don Salvador.
--Adelante, adelante; éste es nuestro oficio,--contestó uno de ellos.--Mientras el perro no vacile, le seguiremos.
Se hallaban en una meseta sembrada de espesos chaparrales y copudas encinas. La luna lo iluminaba todo; aquel espesar era interminable; a lo lejos parecía distinguirse grandes grupos de árboles en el fondo de un valle encerrado entre dos altísimas monta?as. El perro continuó descendiendo por la parte de la umbría durante media hora, luego torció a la derecha, caminando siempre a media ladera.[L]
Los expedicionarios comenzaban a impacientarse: llevaban cuatro horas de no interrumpida marcha por un camino fatigoso y duro.
Llegaron por fin al valle. Grandes
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