olas del mar al estrellarse sobre las rocas de las costas.
Este cambio repentino de tiempo, tan frecuente en el mes de agosto, no fué apercibido por Polonia, que corría y corría siempre, respirando de un modo fatigoso.
Ya cerca del pueblo vió venir gente hacia ella.
Eran don Salvador, el alcalde y el secretario, que, extra?ándoles la tardanza de Juanito, iban en su busca.
Al ver a Polonia amordazada y con las manos atadas a la espalda, don Salvador lanzó un grito de espanto, como si lo adivinara todo.
El alcalde y el secretario quitaron la mordaza y las ataduras de las manos de Polonia, que cayendo de rodillas a los pies de su buen amo, sólo pudo decir:
--?Me han robado a Juanito, se?or, me lo han robado!...
Y volvió a desmayarse.
Don Salvador se quedó aterrado, le flaquearon las piernas y se abrazó al cuello del alcalde para no caerse.
Afortunadamente, la pareja de la guardia civil, que salía del pueblo a hacer el servicio nocturno de carretera, llegó a tiempo y pudieron conducir hasta su casa a don Salvador y a Polonia.
Reanimados un poco con los auxilios que les prestaron, la nodriza contó detalladamente todo lo que les había ocurrido desde que oyeron los tristes lamentos de la infame ni?a mendiga hasta el instante que perdió el sentido.
--?Ah, si hubieras hecho caso de los gru?idos de Fortuna, que os anunciaban un peligro!--exclamó el anciano, golpeándose la frente.--?Pero dónde está que no le veo?
--Indudablemente le matarían, porque yo tampoco le vi más desde que salieron aquellos hombres del carrizal.[16]
--En fin, dame, dame esa carta, Polonia; no se ha perdido todo; esto será cuestión de dos, de tres, de cuatro mil duros, de todo lo que poseo si se les antoja pedírmelo. ?No es verdad, guardias? ?No es verdad, se?or alcalde? Los secuestradores son unos infames, unos criminales; pero generalmente no matan a los secuestrados. Me lo devolverán, sí; me lo devolverán, y yo en cambio les daré lo que me pidan. Don Salvador se ahogaba; tuvo que sentarse, se quitó la corbata y se desabrochó el chaleco; no podía respirar.[I]
Mientras tanto Polonia buscaba en vano la carta que tan brutalmente le había metido en el pecho el secuestrador.
--?Pero no me das esa carta!--exclamó el anciano.
--Si no la encuentro, se?or.
--?Que no la encuentras!--exclamó el abuelo, pálido como un cadáver y levantándose de la silla como impulsado por una fuerza superior a su voluntad.[18]
--No; no la encuentro,--exclamó Polonia con desesperación;--me la metió uno de ellos en el pecho mientras otro me ataba las manos y me ponía la mordaza; pero como luego caí desmayada en el barranco....
--Entonces se te habrá caído en el barranco y es preciso ir a buscarla.[19]
Y don Salvador se dirigió a la puerta.
El alcalde le detuvo, diciéndole:
--Para buscar la carta bastamos nosotros. Polonia nos acompa?ará. El tiempo ha cambiado y amenaza tormenta. A ver; Atanasio, coge la linterna; vamos andando.
Don Salvador quiso acompa?arlos, pero el médico y el cura, que también habían acudido al saber la desgracia de Juanito, se opusieron firmemente.
--?Oh, Dios mío, Dios mío!--exclamó el anciano con desesperación;--si no encuentran esa carta, mi pobre Juanito está perdido, porque le matarán viendo que no se les da el dinero que piden. Salieron en busca de la carta Polonia, los dos guardias civiles, el alcalde, el secretario, Cachucha y el jardinero.[20]
El médico y algunos vecinos del pueblo se quedaron acompa?ando a don Salvador.
Cuando los expedicionarios salieron a la calle, los deslumbró un relámpago que fué seguido de un espantoso trueno:
La lluvia caía con esa violencia propia de las tormentas de verano. Nadie hizo caso. Caminaban en silencio por la carretera, preocupados en aquel triste acontecimiento que afligía a todo el pueblo.
Cuando llegaron al puente, Cachucha que iba delante se detuvo, reconoció el terreno, y dijo:
--Trabajo perdido; el barranco viene lleno de agua; es imposible bajar.
La avenida era grande; las turbias aguas se arrastraban con violencia sobre el pedregoso cauce del barranco, rugiendo de un modo amenazador.
--?Qué lástima!--a?adió un guardia civil;--no sólo hemos perdido la carta sino las huellas de los secuestradores.
--?Y qué hacemos ahora?--preguntó Cachucha.[21]
--Toma; regresar al pueblo;--contestó el alcalde.
Y sin hablar más, regresaron al pueblo tristes, silenciosos y empapados de agua y lodo hasta los huesos.
El pobre don Salvador se quedó anonadado al saber la avenida del barranco.
Cayó de rodillas, juntó las manos y elevó los ojos llenos de lágrimas al cielo, murmurando con trémula voz:--Se?or.... Dios mío.... Padre misericordioso, sin cuya voluntad no se mueve una hoja de los árboles ni un átomo de polvo de la tierra.... Vela por mi hijo, vela por Juanito.
Un profundo silencio se extendió por la habitación, todos rezaban en voz baja, todos le pedían a Dios por el ni?o secuestrado.[J]
CAPíTULO V
=El que siembra recoge=
Transcurrieron dos días. El pobre abuelito estaba inconsolable; cuarenta y ocho horas sin dormir, sin comer, sin ver a su nieto.
El alcalde y
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