orilla del barranco, se alzaban unos espesos y grandes carrizales cuyas hojas, abrasadas por el ardiente sol del verano, tenían un color rojo amarillento.
--Abuelo, vamos, haga Vd. un esfuerzo para levantarse,--dijo la ni?a mendiga,--pues aquí vienen un se?orito y una mujer para ayudarme a conducirle a Vd. al pueblo.
El hombre, exhalando gemidos, se movió pesadamente como si le faltara la fuerza para levantarse, luego apoyó una rodilla, después la otra y por fin las manos, quedándose a gatas y bajando la cabeza como si quisiera ocultar su cara.
Compadecidos ante tanta debilidad, se acercaron Juanito y Polonia para ayudarle a levantarse, y en el mismo momento que se inclinaban hacia la tierra, el hombre de un brinco se puso en pie, cogió por el cuello a Polonia y la derribó brutalmente en el suelo.
Al mismo tiempo la ni?a mendiga saltaba con la ligereza de una pantera sobre el aterrado Juanito, haciéndole rodar sobre la arena del barranco.
[Illustration: FORTUNA SE ABALANZó FURIOSO SOBRE LA MENDIGA.]
El perro Fortuna se abalanzó furioso sobre la mendiga, haciéndole presa en una pierna y rasgándole en jirones el vestido.
La ni?a lanzó un grito agudo de rabia y de dolor.
--Maldito perro,--exclamó, cogiendo el garrote que había en el suelo y defendiéndose de Fortuna con un valor increíble a su edad.
Entonces salieron precipitadamente dos hombres de mala facha de uno de los carrizales. Llevaban revólver y cuchillo de monte en el cinto y escopetas de dos ca?ones en las manos.
--Vamos a ver si te callas, Golondrina; no hay que gritar tanto por un ara?azo,--dijo uno de los hombres soltando una brutal carcajada.
--Despachemos antes que pase gente por la carretera,--a?adió el otro hombre.
--?Qué haremos de esta mujer?--preguntó el que tenía sujeta a Polonia.
--Atarle las manos a la espalda, ponerle una mordaza y dejarla para que vaya a contarle a su amo lo que voy a decirle.
--?Pero dónde estará ese maldito perro?--preguntó la Golondrina.--Apenas os ha visto salir del carrizal ha desaparecido; parece que le dan asco las escopetas; pero yo juro que me las pagará, sí, me las pagará; volveré al pueblo y le daré pan con alfileres o con fósforos para que reviente.[14]
Todo esto lo decía la Golondrina poniéndose pu?ados de húmeda arena en las heridas que le había hecho Fortuna.
--Oye,--dijo a Polonia el jefe de los secuestradores,--dile a don Salvador que nos llevamos a su nieto, y que si quiere recuperarle, que cumpla al pie de la letra lo que le digo en este papel.[H]
Y el capitán metió brutalmente un papel en el pecho de Polonia, cuyos ojos enrojecidos parecían llorar sangre.
--?Ah! no, no; yo no quiero ir con Vds.; mi abuelito les dará todo lo que quieran, pero yo no quiero ir,--exclamó Juanito, arrodillándose y juntando las manos ante aquellos miserables.
Polonia cayó también de rodillas como para unir sus súplicas a las del ni?o; pero todo fue inútil; los corazones de roca no se ablandan jamás ni ante las súplicas, ni ante las lágrimas de sus víctimas.
--Trae los caballos, Cascabel,--dijo el jefe dirigiéndose a uno de los suyos.
Y luego, cogiendo bruscamente por un brazo a Juanito que lloraba, a?adió:
--A ver si cierras el pico, canario, y no me aturdas los oídos, porque me disgusta tu música.
Uno de los malhechores sacó del espeso carrizal tres jacas.
El jefe montó en una de ellas, colocando en la delantera a Juanito y rodeándole un brazo por la cintura.
Luego montaron los otros dos, y la Golondrina de un salto se puso en las ancas de una de las caballerías.
Polonia, al verles emprender a galope por el barranco abajo, lanzó un gemido y cayó de espaldas desmayada.
Entonces se agitaron las secas ca?as del carrizal de la izquierda y el perro Fortuna asomó la cabeza. Se había refugiado allí rápidamente al ver a los hombres con las escopetas.
Su instinto le había aconsejado aquella retirada, porque sus enemigos eran muchos y ventajosamente armados para vencerlos.[15]
Fortuna permaneció un momento indeciso y moviendo la cabeza con recelo como si temiera alguna emboscada.
Por fin se acercó a donde estaba Polonia desmayada y le lamió las manos y la cara.
Luego levantó de nuevo la cabeza moviendo la negra membrana de su hocico, con esa rapidez nerviosa del perro que ventea un rastro caliente.
De pronto lanzó un aullido apagado, y bajando el hocico hacia el suelo, se lanzó a la carrera por el barranco, siguiendo las huellas de los secuestradores.
CAPíTULO IV
=La tempestad=
Cuando Polonia recobró el conocimiento era de noche; quiso gritar, pero la mordaza ahogaba su voz en la garganta y su corazón latía de un modo violento.
Se levantó como pudo; sintió grandes dolores en todo su cuerpo. Comenzó a subir la rampa del barranco con gran fatiga.
Una vez en la carretera, echó a correr hacia el pueblo.
El cielo se había encapotado, el viento producía en las hojas de los árboles ese ruido que imita el eterno movimiento de las
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