dejado al pie del árbol mi precioso ejemplar de El libro de Job, parafraseado en verso por Fray Luís de León. Es preciso volver por él sentiría perderlo.[10]
Fortuna, que iba detrás, de dos saltos se puso delante, y levantando la cabeza, se quedó mirando a sus amos.
El perro llevaba el libro en la boca con tal delicadeza, que ni siquiera lo había humedecido.
--Muchas gracias, Fortuna,--le dijo don Salvador acariciando la inteligente cabeza del perro.--Este ejemplar lo tengo en gran estima y hubiera sentido mucho el perderle porque es un recuerdo de mi madre. Esta noche cuando cenemos procuraré hacerte alguna fineza para demostrarte mi agradecimiento.[11]
El perro comenzó a dar saltos y a ladrar con gran alegría, no por la golosina ofrecida, sino porque comenzaba a ser útil a sus amos.
A los ocho días Juanito y Fortuna eran los dos mejores amigos del mundo: no se separaban nunca. El perro dormía sobre un pedazo de alfombra a los pies de la cama del ni?o.[12]
Una ma?ana don Salvador y Juanito se hallaban en el jardín: el perro les seguía como siempre. Don Salvador tendió horizontalmente el bastón que llevaba en la mano para se?alar una planta, y entonces Fortuna dio un salto por encima del bastón con gran agilidad y luego se quedó sobre sus patas traseras, erguido y grave; volvió a tender su bastón don Salvador y volvió a saltar Fortuna, pero entonces se quedó con las manos apoyadas en el suelo y las patas traseras por el aire.
Un día Juanito estornudó con gran fuerza y Fortuna introdujo el hocico en el bolsillo de la americana del abuelo, le sacó el pa?uelo y fue a presentárselo a Juanito.
[Illustration: FORTUNA DIó UN SALTO POR ENCIMA DEL BASTóN]
Esto hizo reír mucho al abuelo y al nieto, porque Fortuna iba presentando de día en día nuevas habilidades que le elevaban a la ilustrada categoría de perro sabio; por lo que dedujeron que en sus mocedades habría sido perro de volatinero, y tanto al abuelo como al nieto se les pasaban grandes ganas de saber el origen de aquel amigo que les había deparado su buena suerte.
De seguro que por nada del mundo hubiera Juanito vendido a su perro.
Así las cosas, una tarde del mes de agosto se paseaban por la carretera Juanito, Polonia su nodriza y el perro Fortuna.
Don Salvador se había quedado en casa con el alcalde y el secretario del ayuntamiento, que habían ido a consultarle un asunto grave.
El sol se hallaba próximo a su ocaso, la temperatura era agradable y en el cielo no se veía ni una nube.
De pronto interrumpió el silencio de los campos un lamento triste, prolongado, que al parecer salía de la débil garganta de un ni?o.
Juanito y Polonia se miraron; el perro Fortuna gru?ó sordamente y se acercó a su amo como dispuesto a defenderle.
--?Has oído, Polonia?--preguntó Juanito.
--Sí; parece un ni?o o una ni?a que se queja,--contestó la nodriza.
--Y debe ser muy cerca.
Una muchacha de diez a doce a?os de edad, flaca, encubierta de harapos, el pelo enmara?ado y la tez cobriza, se levantó de la cuneta del camino, lanzando dolorosos lamentos.[G]
Fortuna gru?ó de un modo amenazador y se acercó más a su amo, con el pelo del lomo erizado y ense?ando sus blancos colmillos.
--Calla, Fortuna, calla,--le dijo Juanito, dándole una palmada en la cabeza y mirando al mismo tiempo a la ni?a mendiga que lloraba amargamente.
La muchacha siguió avanzando sin intimidarla los gru?idos amenazadores del perro.[13]
--?Qué tienes, pobrecita?--le preguntó Juanito.
--?Ah, se?orito, qué desgracia tan grande para mí!--exclamó la mendiga con los ojos arrasados en lágrimas.--Mi pobre abuelo se cayó desfallecido de hambre, en el barranco de ese puente, y voy al pueblo a pedir auxilio a la guardia civil o a la primera persona caritativa que encuentre.
--?Pero no podemos nosotros socorrerle?--contestó Juanito.--Mira, la primera casa del pueblo es la mía y allí yo te aseguro que no le faltará nada a tu abuelito.
--?Pero si le faltan las fuerzas para tenerse en pie!...--a?adió la mendiga.--Hace más de veinticuatro horas que el pobre no ha comido nada.[17]
--Pues bien, vamos a verle,--repuso Juanito,--y si no podemos llevarle nosotros, yo iré en una carrera al pueblo a traer lo que haga falta.
Y como el perro no cesaba de gru?ir de un modo hostil a la ni?a mendiga, Juanito le dijo:
--Esta tarde tu mal humor es insufrible, Fortuna; te he dicho que te calles. La ni?a, sin dejar sus dolorosos lamentos, se encaminó en dirección al puente.
Juanito, Polonia y Fortuna la siguieron.
A la derecha del camino había una rampa que conducía al cauce del barranco.
Por allí bajaron todos.
El puente tenía tres arcos. En el primero, tendido boca abajo sobre la húmeda arena, se hallaba un hombre pobremente vestido. A su lado se veía un zurrón de sucio y remendado lienzo y un garrote.
A unos quince pasos de distancia, en la
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