Florante | Page 8

Francisco Balagtas
ojos,
en que el hombre no tropiece.
202.
Los que en las comodidades se crían, desnudos
de discurso y bondad
andan, y de consejo horros;
acre fruto es del falso aprecio,
el
desmedido amor de los padres a los hijos.
203.
De la muletilla "benjamín" y del insensato cariño,
lo que pervierte al
niño, nace,
tal vez, algo de la negligencia
de los que deben enseñar
perezosos padres.
204.
Todo esto sabíalo mi padre,
así que las lágrimas de mi madre
desatendió,
y me envió a Atenas[30]
para que mi ciega inteligencia
allí se abriera.
205.
Mi educación la encomendó
a un prudente y sabio maestro,
de la

raza de Pitaco, por nombre Antenor;[31]
mi tristeza no era para decir,
cuando allí arribé.
206.
Un mes largo de talle que no probé bocado,
que las lágrimas no
restañaban,
pero tuve paz, merced a la buena voluntad
del ilustre
maestro que me educó.
207.
De entre los estudiantes que allí alcancé,
de mi edad y juventud,

uno era Adolfo, mi paisano,
hijo del conde Sileno, de alta fama.
208.
Sus años excedían en dos
a los que llevaba de once,
era el de más
prestigio en la escuela,
y el más hábil de los compañeros.
209.
Pulcro y nada díscolo,
solía andar con los ojos bajos,
mesurado en
el hablar y poco amigo de querellas,
aun con la injuria, no salía de
quicio.
210.
En fin, en prudencia era modelo
de la estudiantil compañía;
ni en
obra ni en dichos podría cogérsele
nimiedad en desdoro del buen
comedimiento.
211.
Como que ni la sagacidad de nuestro maestro,
ni su experiencia de las
cosas del mundo,
pudieron calar la profundidad y las tendencias

secretísimas del taimado corazón de Adolfo.

212.
Yo, que desde la infancia aprendí
de mi padre aquella rectitud ajena
al qué dirán;
(aquella que frutos da de bendición,
que inclinan al
corazón al amor y al respeto).
213.
De la que era admiración de la escuela,
rectitud de Adolfo mostrada,

no cataba aquella dulzura que
de los caracteres de mi padre y de mi
madre eran sabroso fruto.
214.
Mi corazón inclinábase a amarle,
no sé qué repugnancia mutua
nos
tuvimos Adolfo y yo;
percibíalo, aunque no daba con la causa.
215.
Corrieron los días, y la infancia
de mi aprendizaje fue,
mi prudencia
se afirmó y la sabiduría
alumbró mi ciego entendimiento.
216.
Llegué a la raíz de la Filosofía,
la Astrología conocí,
y me hice
diestro en el asombroso
y útil conocimiento de las Matemáticas.
217.
A los seis años de curso,
estas tres disciplinas del saber llegué a
abrazar,
mis camaradas se asombraron,
incluso el maestro, cuyo
contento no era poco.
218.
Mi aprovechamiento pareció increíble,
aun a Adolfo dejé en medio de
la senda,
y la ruidosa fama difundidora,
lo trompeteó en todo

Atenas.
219.
Así que fui la comidilla
y materia de conversaciones;
desde el niño
al más anciano
tuvieron conocimiento de mi nombre.
220.
Cayósele entonces a mi paisano
la máscara de humildad con que se
disfrazaba;
humildad ficticia,
que se conocía no ser ingénita en
Adolfo.
221.
Súpose que, si se vistió
de humildad insincera,
era para añadir al
buen entendimiento
la honra de ser manso y bueno.
222.
Este secreto se descubrió cuando
llegó el día de honesta holganza,

porque los estudiantes, niños y jóvenes,
habíamos preparado toda
clase de justas y torneos.
223.
Comenzó el bureo en la danza,
por causa de la música y poesía que
alternaban;
vino luego la lucha y esgrima que ponían a prueba
la
bizarría y habilidad de cada uno.
224.
Después representamos la tragedia
de los dos nietos de una misma
madre,[32]
y hermanos del padre que les crio,
hijo y esposo de la
reina Yocasta.
225.

Me tocó el papel de Eteocles,
y el de Polinice, a Adolfo.
un
condiscípulo representó a Adrasto,[33]
y el de Yocasta, al ilustre
Minandro.
226.
Al comenzar la primera escaramuza,
donde jugamos papel de
enemigos en lidia,
cuando debió decir que yo le reconociese,
que
era hermano mío, hijo de Edipo,[34]
227.
Se inyectaron de sangre los ojos y dijo,
no lo que rezaba el original,

sino el decir: "Tú, que arrebataste
mi honra, debes morir."
228.
Y al mismo tiempo me acometió
con el acero mortífero que tenía
preparado,
y, si no me hubiera hurtado de él, me hubiese tendido en el
suelo con los tres desaforados tajos que soltó.
229.
Como cayera a fuerza de huir el bulto,
a seguida me largó un bravo
tajo;
¡gracias a tí, oh querido Minandro,
si no por tu agilidad, mi
vida hubiera acabado!
230.
Le paró el golpe que era mi muerte,
saltó la espada que esgrimía
Adolfo,
y entonces acudieron nuestro maestro
y los alebrestados
camaradas y amigos.
231.
Terminado que hubo el juego,
de terror y pesadumbre,
a Adolfo no
le alcanzó el amanecer,
fue conducido, en el mismo momento, a la

patria Albania.
232.
Todavía duré un año más en Atenas,
esperando la voluntad de mi
querido padre;
por mi desdicha, recibí entonces carta
donde cada
letra me era puñal venenoso.
233.
Imaginación que nunca cesas de apurar,
a quien no consiguió arrollar
el ímpetu de mis lágrimas,
turbas mis ideas y sentimientos
y no
permites que mi alma tenga paz.
234.
Ponzoña eres, dejación de la muerte,
que no respetaste a mi idolatrada
madre,
refrescas la herida hecha
por carta-saeta que recibí.
235.
Te ayudaré ahora a agudizar
el
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