la membrana del corazón
afligido,
la angustia la arrojó,
y su dardo, luego, hincó.
170.
Apesaramientos estrecharon nuevamente su pecho;
(yugo es el amor
tan recio de sobrellevar),
y, si el moro de Persia no le consolase,
de
fijo el aliento se le habría ido.
171.
Te consta mi aprecio,
(dijo el persiano al escuchimizado duque);
deseo conocer el origen de tu desventura,
por si existe el remedio,
aplicarlo.
172.
Contestó el cuitado que: no sólo el origen
de mi sufrimiento he de
contar,
sino toda la vida desde que nací,
para cumplir con tus
deseos y ruego.
173.
Se sentaron, uno al lado del otro, al pie del árbol,
el pío moro y el
apesarado,
después narró, saltándole las lágrimas,
toda su vida hasta
caer en sin igual cautiverio.
174.
En un ducado del reino de Albania,
allí vi la luz primera;
mi ser
deuda es que recibí
del duque Briseo, ¡ay! mi padre amado.
175.
Ahora estás en esa tranquila patria,
en presencia de mi madre
idolatrada,
la princesa Floresca, tu dilecta esposa;
recibe las
lágrimas que escaldan mi rostro.
176.
¿Por qué vi la luz en Albania,
patria de mi padre, y no en Crotona,[20]
bulliciosa ciudad y tierra de mi madre?
Así mi vida no fuera tan
trabajada.
177.
El duque mi padre era privado y consultor
de rey Linceo en todos los
negocios,[21]
segundo jerarca del reino entero,
e imán del amor del
pueblo.
178.
En la prudencia, era modelo de todos,
y en el valor, la cabeza de la
ciudad,
incomparable en saber amar a sus hijos,
guiarles y
enseñarles sus deberes.
179.
Me alucina, aún ahora,
el comodín cariñoso de mi señor padre,
cuando criatura y de brazos llevar era:
"Florante, mi singular flor."
180.
Este es mi nombre desde niño,
y con que padre y madre me criaron,
apodo que dice bien a "sollozante"
y a "estrechado por el
infortunio."
181.
Toda mi infancia ya no relataré
nada de valer ha sucedido,
sino
cuando niño a punto iba de ser cogido por las garras
de un buitre, ave
de rapiña.[22]
182.
Mi madre, dice, que dormía
en la quinta que daba al monte,
entró el
ave cuyo olfato alcanzaba,
de animales muertos, hasta tres leguas.
183.
A los gritos de mi madre idolatrada,
entró el primo mío, de Epiro
procedente,
por nombre Menalipo, que portaba flecha;
disparó, y el
ave murió instantáneamente.
184.
Un día que comenzaba a andar,
jugaba en medio de la sala,
entró un
halcón y pilló rápidamente con las garras[23]
el cupidillo de diamante
que adornaba mi pecho.[24]
185.
Cuando arribé a los nueve años,
mi diversión favorita era el collado,
las saetas en el carcaj y el arco en el regazo,
para matar animales y
flechar pájaros.
186.
Las mañanas, cuando comenzaba a tender
el hijo del sol sus
bulliciosos rayos,[25]
me entretenía cerca del bosque
con una junta
de camaradas.
187.
Hasta ponerse en el cénit
el rostro de Febo, imposible de mirar a hito,
recogía la alegría,
ofrenda de la generosa solanera.
188.
Recibía lo que esparcía
el perfume alegrante de las flores,
jugaba
con mi propia sombra,
la tímida brisa y las avecillas volanderas.
189.
Cuando divisaba alguna pieza
en el cercano, talludo monte,
rápidamente armaba la flecha en el arco
y de un flechazo, al punto,
quedaba atravesada.
190.
Cada uno de la comitiva pujaba por ser
el primero en agavillar lo que
mataba,
y las espinas del zarzal no se sentían,
porque la alegría les
inmunizaba.
191.
Ciertamente era de ver
los caracoleos de los de la reata,
y, si
conseguían atrapar el cadáver del animal,
¡qué de tararira resonante
dentro del calvero!
192.
Si del arco-juguete me cansaba,
me sentaba al lado del manantial
corriente,
y me miraba en el cristal de sus aguas,
aspirando la
frescura que regalaba.
193.
Me eran aquí embeleso las cantigas suaves
de las náyades que
holgaban en el arroyo,[26]
los sonidos de la lira que acompañaban las
canciones[27]
eficaz sedante eran de la melancolía.
194.
Por la dulzura inefable de los timbres
de las alegres ninfas que
recitaban,[28]
quedaban atraídas las voladoras
aves de toda especie,
a cuál más hermosa.
195.
Así que en la rama del árbol que extendía sus brazos
sobre el
delicioso arroyo venerado[29]
por el pagano ciego, rebrincaban,
oyendo los cármenes dialogados.
196.
¿Para qué he de narrar las alegrías
de mi infancia, harto prolijas?
El
amor de mi padre fue la causa
de que dejase yo aquel bosque de paz.
197.
Tengo para mí que, respecto al amor,
al niño no debe criarse en la
holgura,
que el que a la alegría se acostumbra,
cuando crezca no ha
de esperar dicha.
198.
Y porque el mundo valle es de lágrimas,
los hombres han menester de
fortaleza del corazón;
si la alegría dice mal con la adversidad,
¿con
qué entonces se hará frente a la crueza del dolor?
199.
El hombre dado a entretenimientos y placeres,
flaco es de corazón y
harto susceptible,
aprehensión no más del desasosiego
que avecina,
ya no sabrá cómo arreglárselas.
200.
Cual planta criada en el agua,
que las hojas se ajan al menor desriego,
y la agosta un momento de calor;
así es el corazón que en la alegría
se imbuya.
201.
La más pequeña contrariedad se trueca en grande,
por la
inexperiencia del corazón en sobrellevarla,
cuando, en el mundo, no
hay abrir y cerrar de
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