Florante | Page 5

Francisco Balagtas
echar de menos
las
caricias de mi padre y su amparo,
grande sería mi suerte y harto
apetecible.
102.

Mas la estancada escasa agua,
que suele regar mi rostro y pecho,

procede, cierto, de mi padre, pero de su crueldad,
no de su amparo y
patrocinio.
103.
Lo que llamaré cariño
de mi padre, es su doblez,
birlarme la dama,
volverme desesperanzado,
agarrotarme de dolor y que mi vida se
elimine.
104.
¿Habrá hijo como yo, hecho una lástima,
cuya felicidad, obra del
padre, es pena y lágrimas,
que no probó mínima alegría
de amorosa
madre que presto la perdió?
105.
Tras breve silencio, volvió a oir
los quejidos del amarrado,
que
decía: ¡Ay, Laura, alegría de mis deseos,
adiós te doy desde el seno
del infortunio!
106.
Sea para tí toda bienandanza,
en presencia del que no es tu prometido
esposo,
y no te despeñes por la vía donde se despeñó
tu amante
olvidado y burlado.
107.
Aunque fuiste inhumana y falaz,
serás siempre el norte de mis
anhelos,
y, si es posible, hasta en la sepultura
mis huesos te
venerarán.
108.
Apenas hubo dicho esto,
dos leones sofocados de ambular,
se le

dirigieron con intención de devorarle,
pero se detuvieron delante de
él.
109.
Parece que tuvieron piedad, dejando de ser feroces,
del infeliz a quien
trucidarían, imagen del dolor;
levantaron la vista como queriendo
prestar oídos
al que no cesaba de sollozar.
110.
¿Qué sentiría, tal vez, este ligado,
ahora que dos fieras se le encaran,

cuyos dientes y uñas solo podrían ofrecerle
muerte horrorosa?
111.
Nada puedo contar ya, mis lágrimas corren,
enmudece mi narradora
lengua;
mi corazón sintió fatiga por piedad suma
del mísero
bloqueado por las torturas.
112.
¿Qué alma sensible no se dolería
de la precaria situación del
maniatado,
asiento de pesares, y todavía viendo
a los que a su carne
y huesos deshebrarían?
113.
Creyendo, pues, este colmo de amargura
que su vida ya había
traspuesto la raya,
sintió fiebre en el corazón, y perdió la voz,
que
casi eran ininteligibles estos gemidos:
114.
Adiós, Albania, patria
de pérfidos y crueles, feroces y embaidores,

yo, tu salvador, a quien diste muerte,
siento por tí infinita
misericordia.

115.
¡Que no salpiquen dentro de tus muros picaduras
de la espada
debeladora del enemigo;
que la tengas como la que esgrimió
la
diestra del que fue tu baluarte seguro!
116.
Bascas te dio la promesa
de hacerte holocausto de su sangre,
y
preferiste que bestias vertieran
la que por tu causa se hubiese dado
toda.
117.
Desde mi infancia nada aspiré
que no fuera en tu obsequio y defensa.

¿No se intentó a veces tu sumisión
y mi brazo fue el que te hizo
libre?
118.
Afrentosa muerte fue tu cínico galardón,
pero te seré agradecido
si,
con estimación, y no con venganza, te portases
con la amada por
quien hago duelo y que fue infiel.
119.
Aquella mi Laura que no arrancará
ni la muerte misma de mi leal
pecho;
adiós, patria mía, adiós, adorada,
mentido amor que nunca
se aparta de la mente.
120.
Patria sin alma, inconstante adorada,
Adolfo cruel, Laura
embaucadora,
triunfad ya hoy y entregaos a la alegría,
que vuestros
deseos se verán cumplidos.
121.

Ya tengo en frente la más horripilante
cruel especie de muerte,

vuestra perversidad así será colmada
como mis desventuras.
122.
¡Infeliz de mí! Con que, ¡oh, Laura!
¿habré de morir sin ser ya amado
por tí?
Amargura de amarguras;
¿de mí quién hará memoria?
123.
Con que, para mi infortunio,
¿no tendrás miaja de lágrima?
Cuando
descanse en la nada,
¿no me consagrarás recuerdo alguno?
124.
Estos pensamientos me asesinan;
corred ya, lágrimas mías; y, corazón
mío, derrítete;
abre, alma mía, y de los ojos salga;
caed, gotas de mi
sangre, a porfía.
125.
Hecha paz con el dolor
por este olvido de mi adorado tormento;

llórese, no por mi vida,
sino por el amor harto malogrado.
126.
Por estas angustias que consternan,
no pudo reprimir el guerrero su
compasión;
corrió tras las voces y las buscó,
abriéndose camino por
medio del acero.
127.
La tupida maraña crugía
a los golpes del afiladísimo acero,
no
dándose tregua el moro hasta dar
por donde los quejidos venían.
128.

Como a la altura de los ojos estaba el sol
en su carrera al Poniente,

cuando halló el paradero
del amarrado, tan sin ventura.
129.
Cuando llegó cerca y alcanzó con la vista
al que en sus ataduras
cercaron las penas,
perdió el conocimiento y lágrimas deslizó,

presos cuerpo y corazón de lástima.
130.
Ratos estuvo quedo y sin habla,
contuvo el aliento que se le escapaba,

e iba a adormecérsele, de compasión, la sangre,
no fuera por los
bravos leones que amenazaban de pie.
131.
Hostigados por el hambre y la maña devoradora,
cobraron saña,
inmisericordia,
prestos los dientes y las garras recién afiladas,
para,
a una, dar al maniatado el zarpazo.
132.
El pelo erizaron,
irguieron la cola que infundía terror
por la braveza
y saña de su catadura,
cual Furia crugiendo los dientes.
133.
Empinados y preparadas
contra el atado cuerpo las uñas carniceras,

iban a echar ya la zarpa cuando se atravesó
el nuevo Marte de la
tierra.
134.
Acosó de tajos a los dos leones,
como Apolo a la serpiente Pitón;[17]

no hubo tajo que no hiciera carne
del cortante y probadísimo acero.

135.
Cuando esgrimía la diestra mortífera,
y con la izquierda paraba los
golpes,
los briosos leones perdían el tino,
que,
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