cuerpo se lo llevaron
ansias, y desatóse en río de
lágrimas.
68.
Abatióse la cabeza en el tronco del árbol,
vencido el cuello por el
cordel que lo sujetaba,
puro cadáver era, y el color de yema
de su
rostro, tornóse blanco puramente.
69.
Ocurrió que recaló en el bosque
un guerrero, valiente de traza,
con
turbante hermosísimo por cimera,
y traje moro de la capital de
Persia.[12]
70.
Hizo alto y escudriñó con la mirada,
como si buscase sitio donde
descansar;
de repente tiró
pica y adarga, y juntó las manos.
71.
Luego alzó la vista y clavó los ojos
en la copa del árbol, tapia del
cielo;
parecía estatua muda de pie,
sin pausa en los suspiros.
72.
Cansado en tal guisa,
se sentó en el tronco de un árbol,
y habló,
"¡Oh suerte!", lanzando al mismo tiempo
de los ojos lágrimas como
saetas.
73.
La cabeza apoyó en la mano izquierda,
luego cogió la frente con la
diestra,
como si hiciese memoria
de cosa importante olvidada.
74.
Después se reclinó a la ventura,
sin dar tregua al manantial de sus
lágrimas;
sus desesperaciones iban entreveradas
de palabras:
"Flérida, ay, se acabó la alegría."
75.
Por momentos sembraba
todo el bosque de ayes,
que entonaban con
el canto melancólico
de las aves nocturnas que allí reposaban.[13]
76.
Luego se incorporó atónito,
requirió la pica y el escudo,
imprimió
en su rostro ferocidad de Furias,[14]
"No lo permitiré", exclamó.
77.
Si de Flérida el raptor fuera otro,
que no mi padre, a quien debo
respetar,
no respondería de que esta pica
no causara mil y diez mil
muertes.
78.
Descendería Marte de lo alto,[15]
surgirían de lo profundo las
Parcas,[16]
toda su rabia desencadenarían,
arrastradas por el ímpetu
de mi brazo.
79.
De las uñas del traidor arrebatara
la que es mitad de mi alma,
y
quienquiera, excepto mi padre,
no respetara el acero que llevo.
80.
¡Oh, soberano y despótico poder del amor,
que aun a padres e hijos
unces a tu yugo;
cuando te apoderas del corazón de cualquiera,
todo
se despreciará por seguir tus fueros!
81.
¡Y se pisoteará cuanto es santo y sagrado;
prudencia, razón, todo será
en vano;
la Autoridad será desacatada,
y la vida misma, aborrecida!
82.
Este fin de mi suerte tan descaminada,
espejo claro es que debe
apreciarse,
para que el que lo comprenda no esté abocado
a la
adversidad superior a mis fuerzas.
83.
Dicho esto, lágrimas vertió,
pica clavó y luego gimió;
resonaron
entonces, como si contestasen,
los quejidos del que estaba atado.
84.
Pasmóse el guerrero de oirlo;
fue mirando en derredor,
y, cuando
nada vio, esperó su repetición;
a poco volvió aquél a gemir.
85.
Pasmóse más el valiente guerrero,
"¿quién gime en esta soledad?"
Se acercó hacia donde venían
los quejidos, y se puso todo oídos.
86.
Alcanzó las siguientes quejas:
¡Ay, padre amantísimo que venero!
¿por qué tu vida se cortó antes,
y me dejó huérfano en medio de las
amarguras?
87.
Cuando mi imaginación hace cábalas,
sobre tu caída en manos del
traidor,
parece que veo lo que te acaeció,
y el castigo inhumano que
da grima.
88.
¡Qué castigo no aplicara
a tí el conde Adolfo tirano!
¡Si eras espejo
de la prudencia en el reino!
En tí descargaría su mayor furia.
89.
Tu cuerpo parece que lo barrunta
ahora tu hijo menor postrado en el
tormento;
lo desmenuza y desgarra,
el sayón verdugo del hipócrita.
90.
Tu carne y huesos al desprenderse,
manos y cuerpo huyeron de la
cabeza,
cual tobas los iban lanzando esos traidores,
y no hubo nadie
que se apiadase de soterrarlos.
91.
Hasta tus protegidos y amigos,
si son de la facción del traidor, son ya
tus enemigos;
y los que no abrazaron su causa, temen también
ser
castigados, si a tu cadáver dan sepultura.
92.
Hasta aquí, padre, parece que oigo
que tu cabeza ya está debajo de la
cuchilla,
tus ruegos y súplicas al cielo
de que yo me libre de uñas
cruentas.
93.
Deseabas todavía que me cubriesen
los cadáveres en medio de la
carnicería,
para no caer en la mortífera mano
del conde Adolfo,
peor que la de león.
94.
Sin terminar aún tus súplicas,
sobre tu cuello cayó de repente el
cuchillo,
salió de tus labios como últimas palabras:
"¡adiós, hijo
menor!", y tu vida pasó.
95.
¡Ay, padre y padre mío! cuando pienso
en lo que fue tu amor y tus
filiales complacencias,
la angustia asaetea
la lágrima del corazón
que de los ojos fluye.
96.
No tienes segundo como padre en la tierra,
en el mimar al hijo que
acaricia en su regazo,
por mínima la aflicción que se me asome en el
rostro,
tu misericordia, a seguida, te hace derramar lágrimas.
97.
Todas las alegrías se acabaron para mí,
hasta la vida me es un estorbo.
¡Padre! mucho no esperarás
para, en la descansada patria,
abrazarme.
98.
Interrumpió brevemente su soliloquio el desgraciado,
dando tiempo a
que las lágrimas se desatasen;
del piadoso moro que lo oía
de
lástima casi estallaba el pecho.
99.
Puso la mano en el corazón y articuló:
¿cuándo, decía, mis lágrimas
brotarán
de compasión por mi padre, y echarle de menos
como los
clamores del que gime?
100.
Por el amor secuestrado llora,
causa de mis lágrimas hechas arroyo;
él gime por su amor
al padre que murió, modelo de padres.
101.
Si lo que inunda sin cesar
mis ojos, fuera
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