Florante | Page 3

Francisco Balagtas
en alegría mis
cuitas.
31.
Mas, ¡infelíz de mí! ¡errada suerte!
¿qué valen ya tales amoríos,
si,
quietamente, mi único amor
descansa ya en los brazos de otro?
32.
En el regazo del conde Adolfo
veo a mi Laura amada.
Muerte,
¿dónde está tu antigua fiereza
para que me libre yo de este tormento?
33.
Aquí, preso de angustia, se desmayó,
rindió el corazón al asalto del
dolor,
la cabeza dobló y lágrimas vertió,
regando el árbol donde
estaba amarrado.
34.
De los pies a la cabeza
el dolor esculpió su saña,
dándole entonces
los celos
tirana y artera muerte.
35.

Al de condición más dura
su vista ablandará,
y lágrimas derramaría

que al propio autor fuercen a misericordia.
36.
Espectáculo tan sólo de la traza
de quien sus pesares logró enmudecer,

presto invitará al corazón a llorar
si ya, de los ojos, las lágrimas
huyeron.
37.
¿De qué misericordia el pecho no sentirá
del hombre de buena
voluntad,
si las plegarias y quejas oyese,
pasado el accidente, del
que era la propia imagen del pesar?
38.
Casi todo el bosque estaba sembrado
de quejidos tristísimos,
que
todavía repetían y resonaban
el eco contestando en lontananza.
39.
¡Ay, Laura idolatrada! ¿por qué otorgó
a otro el amor a mí prometido,

y traicionó al leal corazón,
por quien lágrimas derramó?
40.
¿No juraste delante del cielo
que no serías desleal a mi amor?
¡Y yo
que confié este pecho,
sin barruntar que a esto pararía!
41.
Creí que tu belleza,
pedazo de cielo, era inquebrantable,
fiel tu
corazón, sin recelar
que la infidelidad moraba en la hermosura.
42.

No creí que despreciarías
las lágrimas que vertiste por mí,
ni el
dulce remoquete de ser yo el bien amado,
y mi rostro el bálsamo a tus
tribulaciones.
43.
¿No era cierto, bien mío, que, cuando ordenaba invadir
el rey tu padre
cualquiera ciudad,
cuando trabajabas mi escudo,
tus dos ojos
destilaban perlas?
44.
Cuando a mi plumaje atabas
con tus dedos de coral,
tus ansias iban
y venían
con las oscilaciones del oro de hilar.
45.
¡Cuántas veces, Laura, me entregaste,
todavía mojada en lágrimas, la
banda que usaría,
y la dabas acongojadísima,
temerosa de que en la
lucha me hiriese!
46.
Volante y peto no permitías
que tocasen y se ajustasen a mi cuerpo,

sin antes desherrumbrarlos,
temerosa de que mi ropa manchasen.
47.
Examinabas su resistencia y brillo
para que los tajos resbalasen,
y
aun a distancia no cejaban tus reparos
para que, en medio del ejército,
al punto se distinguiesen.
48.
Adornabas mi turbante
con perlas, topacio y brillante rubí,
aparte el
movedizo diamante,
llenándolo con tu nombre, la letra L.

49.
Mientras ausente luchaba,
al rebusco ibas de cuanto pudiera divertirte,

y, aunque triunfase, al comenzar a entrar,
ya estaba a tu vista, y
todavía el miedo te sobrecogía.
50.
Todo tu temor era que me hiriesen,
nada creías que antes no vieras,

y si revelaba la piel leve rasguño,
lo lavabas con tus lágrimas.
51.
Cuando guardaba algún pesar,
al punto inquirías su motivo,
y, hasta
que lo conseguías, ibas besando
mi rostro con tus labios de rubí.
52.
No parabas hasta averiguarlo,
pronto le aplicabas el remedio,
me
conducías al jardín para allí buscar
de entre las flores la que podría
darme huelgo y solaz.
53.
Cogías las más hermosas,
y en mi cuello colgabas
ensartadas y
alternadas flores,
para desterrar mi tristeza.
54.
Si mis dolores no calmaban,
tus pestañas se inundaban de lágrimas;

¿dónde están ahora esos halagos
que apacigüen mis torturas?
55.
Vente, Laura, que necesito
ahora tus solicitudes de pasados días,

ahora recaba de tí auxilios
tu infeliz amante en agonía.

56.
Y ahora que es inmenso mi infortunio,
no te imploro caudal de
lágrimas,
una gota, aliviadora, bastará,
si arranca de tu corazón
amante.
57.
Palpa ahora mi cuerpo,
examina mi herida no inferida por espada,

lava la sangre que brota de las huellas de la atadura
de mis manos,
pies y cuello.
58.
Vente, amor mío, y cata mi ropa,
en la que no querías manchas de
herrumbre;
desata la cuerda y remúdame,
para que hallen lenitivo
mis aflicciones.
59.
Fija los ojos
en mi traza, echadero de amarguras,
para mitigar la
veloz carrera
de lo que ha de acabar con mi vida.
60.
Nadie, Laura, tú eres la única
que podrá sanar estos tormentos;
pon
tus manos en este cuerpo,
y, aunque cadáver fuera, volvería a la vida.
61.
Pero, ¡infeliz de mí! ¡ay, en la gran tribulación,
no existe ya Laura a
quien llamo!
se ha alejado, alejado, y no quiere acudir;
¡fue desleal
a mi fiel amor!
62.
En otro regazo enajenó
el corazón que mío era ya, y me engañó;


todo mi amor lo desvió de sí,
olvidó el suyo y despreció sus lágrimas.
63.
¿Qué desolación es ya la que no tengo?
¿Habrá muerte que todavía no
sufra?
Huérfano de padre y de adoptiva madre,
sin amigos y
olvidado por su adorada.
64.
Castigo a mi honor perdido;
flecha envenenada hincada en mi
corazón;
¡compasión por mi padre, enclavado dardo;
me están
abrasando estos celos!
65.
Dolor de los dolores,
la infidelidad de Laura es la que emponzoña
y
viene sepultando mi vida
en la fosa de los malhadados.
66.
¡Oh, conde Adolfo! aunque desencadenado
hubieras todos los males
de la tierra,
tu perfidia habría agradecido,
si no me hubieses robado
el corazón de Laura.
67.
Aquí se desgañitó espantosamente,
que resonó en el interior del
bosque;
espíritu y
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