3.
No pretendo estima en demasía,
haga chacota y ludibrio de mis
pobres versos;
haz lo que quieras, que el arpa está en tus manos,
pero no cambies únicamente el verso.
4.
Si a tu lectura hallas verso impropio,
antes de darlo al raspadillo, o
por erróneo,
examínalo bien de arriba a abajo,
y lo verás limpio y
correcto.
5.
Si viene, anotado, cualquier pie de verso,
si no lo entiende porque es
un erudito decir,
fije la vista hacia abajo,
y comprenderá todo su
sentido.
6.
Hago punto aquí, ¡oh lector discreto!
Así no me pase lo de
Segismundo,
que un tan dulce y sabroso lenguaje
trocó en salobre,
a fuerza de cambiar el verso.
COMIENZO DE LA NARRACIÓN
1.
Érase un sombrío, melancólico bosque,[1]
maraña sin intersticios de
espinoso bejuco;
donde con harta fatiga pugnaban los rayos de
Febo[2]
por visitar su interior de sobejana espesura.
2.
Gigantescos árboles daban allí
tan sólo apesaramientos, congojas y
tristura;
canto todavía de las aves ponía espanto
al ánimo más
sereno y regocijado.
3.
Cuantas yedras sarmentosas se enredaban
en las ramas, iban armadas
de púas;
y las frutas, afelpadas, picaban
al que se acercaba y las
tocaba.
4.
Las flores de los enhiestos árboles,
paramentos salientes de las hojas,
eran negras y armonizaban
con el olor que producía vértigos.
5.
En su mayoría cipreses y bajunas higueras,[3]
cuya sombra
abochornaba,
sin frutos y de anchas hojas
que oscurecían el interior
del bosque.
6.
Todavía, los animales que aquí pululaban
eran en su mayoría
serpientes y basiliscos en abundancia,
hienas y tigres carnívoros, que
así devoraban
al hombre como a los de su especie que vencían.
7.
Este bosque hallábase a la vera de la puerta
del Averno,[4] reino del
huraño Plutón,[5]
y sus dominios regaba
el río Cocito de venenosas
aguas.[6]
8.
Hacia el centro de este mustio bosque
se levantaba una higuera de
desteñidas hojas;
aquí estaba atado el infortunadísimo
a quien su
mal sino persiguió.
9.
Su continente era de mancebo,
a pesar de tener manos, pies y cuello
sujetos,
si no era Narciso,[7] era verdadero Adonis,[8]
su rostro
fulguraba en medio de los tormentos.
10.
Tersa la piel y cual yema de huevo,
tenía las pestañas y cejas hechas
puro arco,
el color del cabello era de recién purificado oro
y las
prendas del cuerpo en justa armonía.
11.
Hubiera allí oréadas,[9]
bosque-palacio de feroces arpías,[10]
tendrían misericordia y amor
al trasunto de la hermosura y del
infortunio.
12.
Este juguete de la desdicha y del dolor,
con sus dos ojos que parecían
fuentes,
por las lágrimas que a fuerza de llorar estallaban,
esto
articuló, que herirá todo pecho piadoso:
13.
¡Cielo vengador! Tu fiereza, ¿dónde está,
hoy que inmóvil yazgo,
mientras la bandera de la iniquidad
se enseñorea del reino de
Albania?
14.
Dentro y fuera de mi infeliz patria
la traición impera,
la bondad y el
mérito yacen echados,
asfixiados en el hoyo del tormento y de la
angustia.
15.
A la buena crianza se aherroja
en los abismos de la vaya y del
desasosiego;
a los honrados se soterra
y sepulta sin ataúd.
16.
Mas al alevoso y execrable
se sienta en el trono del honor,
y a cada
tartufo de bestial carácter
se sahuma con aromático pebete.
17.
Mientras los perversos y traidores yerguen la cabeza arrogantes, andan
los buenos avergonzados y cabizbajos;
la razón santa yace en el suelo,
quebrantada,
y lágrimas únicamente desliza.
18.
Los labios que despliegan
palabras de verdad y justicia,
al punto se
hienden y amordazan
con espada de muerte ignominiosísima.
19.
¡Oh traidor anhelo de riqueza y poder!
¡Oh ansia de honor cual aire
que se disipa!
Eres la causa de todos los males
y de los que me
trajeron a esta situación tan lastimosa.
20.
Acaso por la corona del rey Linceo
y la riqueza del duque mi padre,
fue osado el conde Adolfo
a sembrar de males el reino de
Albania.[11]
21.
Todo esto, misericordioso cielo,
lo ves: ¿cómo es que lo sufres?
Origen eres de todo bien y de toda razón,
¿y permites que un
desalmado los suplante?
22.
Mueve tu poderosa diestra,
esgrime la espada de la indignación,
y
en el reino de Albania haz sentir
tu venganza contra los malos.
23.
¿Por qué, cielos, eres sordo para mí,
y mis sinceros ruegos desoyes?
¿Será verdad que, para un sicofanta,
tus orejas son todo oídos?
24.
Mas ¿quién penetrará
tus inefables misterios, Dios omnipotente?
Nada será en la costra de la tierra
que a bien no fuera tu designio.
25.
¡Ay, dónde ahora acudiré!
¡Dónde echaré mis lágrimas,
si hoy el
cielo ya se niega a oir
el grito de mi doliente voz!
26.
Si tu deseo es que padezca,
¡cielo alto! hágase tu voluntad,
pero haz
que el corazón de Laura
palpite, de vez en cuando, por mí.
27.
Y en este océano de adversidades,
cuya inmensidad tengo de vadear,
la memoria que Laura del malogrado amor haga,
será de mi pecho
la única alegría.
28.
Su levísimo recuerdo
será para mí inmenso alborozo,
superior a la
fatiga y tormento
impuestos por el falaz e inmisericordioso.
29.
Si en mis ataduras pongo el pensamiento,
me siento ya cadáver frío
en profundo sueño,
y llorado por la que es mi placer y gozo,
parezco despertar a vida inacabable.
30.
Si hurgo en los ápices de la inteligencia
nuestros amores de mi bien
amada,
su llanto cuando tenía pesadumbre
trueca
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