nuevos cuidados, ni su libertad en peligro si se quedára en Sicilia.
Pachimerio dice que el Papa se le pidió á Don Fadrique, y que juzgando
no ser justo entregar á quien tambien le habia servido, ofreció entonces
de escribir y rogar al Emperador Andronico le trajese á su servicio;
porque de esta manera saldria honrado de sus tierras, y el Papa no
podria quejarse de que él amparaba los fugitivos de las Religiones. Pero
en este caso me parece dar más crédito á Montaner; porque al principio
de este capítulo escribe Pachimerio, que si en esta relacion se apartáre
de la verdad, no tendrá la culpa el escritor, sino la fama de quien él lo
supo, y como la que corria entre los Griegos de nuestras cosas, era
siempre falsa, no se le debe de dar crédito en lo que difiere de
Montaner, y facilmente en este caso les podemos conciliar; porque solo
difieren, en que Pachimerio dá por constante que el Papa pidió la
persona de Roger á Don Fadrique, y Montaner dice que se temió el
caso, pero no que sucedió; y así no fué mucho que la fama de tan lejos
añadiese lo demás.
Después de haber resuelto todos la jornada, y platicado por algunos
dias los medios más convenientes para su ejecucion, dieron cargo á
Roger que hablase á Don Fadrique, y le descubriese sus intentos, y le
suplicase de parte de todos que los favoreciese, porque no fuera justo
que se trátara públicamente, sin haber precedido su consentimiento y
gusto. Roger vino á Mesina, donde el Rey estaba, poco después de
concluido su casamiento con Leonor hija de Cárlos; y acabadas las
fiestas y regocijos de las bodas, hablando en secreto con el Rey, le dijo,
como los Catalanes y Aragoneses se querian salir de Sicilia, y pasar á
Levante, no tanto por el beneficio comun de todos ellos, como por la
quietud y provecho que le resultaría si le dejaban un Reino tan
trabajado por las guerras pasadas libre de carga tan molesta y pesada,
como eran ellos en tiempos de paz: que sus personas las tendria
siempre á su devocion, y que cuando importase, le vendrían á servir de
los últimos fines de la tierra; pero que por entónces le suplicaban
facilitase su jornada, y les ayudase con su autoridad y fuerzas; paga
bien merecida á sus servicios.
Respondió el Rey, que advirtiesen que la resolucion que habian tomado
de salir de Sicilia aunque le estaba bien para su conservacion, no para
su fama, porque muchos podrian entender que su salida era trazada por
su órden, para quedar libre de sus obligaciones; y que eran de tal
calidad las que él reconocia, que por este medio no se podia librar de
ellas sin conocida nota de ingrato. Pero si la esperanza de mayores
acrecentamientos les llamaba á nuevas empresas, y estaban resueltos,
que él les asistiria y ayudaria con sus fuerzas, con que ellos fuesen
testigos y publicasen la verdad del hecho, y que primero aventurará el
Reino y la vida, que faltara á la obligacion de tan señalados servicios;
pero que la estrecheza del tiempo por los excesivos gastos de la guerra,
no daba lugar á que el premio igualase á su deseo. Digna respuesta de
Príncipe tan esclarecido, tanto más de estimar, cuando es más rara en
los Príncipes la virtud del agradecimiento, y satisfacer grandes
servicios cuando son tales que no se pueden pagar con ordinarias
mercedes. Roger estimó en nombre de todos tan señalado favor, y la
honra que les hacia, y fuese luego á dar razon á los Capitanes de lo que
el Rey habia respondido, y entendido por ellos, lo celebraron y
agradecieron con alabanzas.
Fué Don Fadrique uno de los más señalados Príncipes de aquella edad,
por la grandeza de su ánimo, y gloria de sus hechos, cuyo valor deshizo
y quebrantó las fuerzas unidas para su ruina de Italia, Francia, y España,
y el que á pesar de todos sus competidores quedó con el Reino de
Sicilia para sí, y su posteridad, en quien hoy felizmente se conserva. No
pudo suceder á Don Fadrique cosa que más le importarse para la
seguridad y quietud de su nuevo reinado, que librar á su pueblo de las
contribuciones y alojamientos de huéspedes tan molestos, como suelen
ser los soldados mal pagados. Después que las paces y parentesco
desterraron la guerra, por mantenerla daban los pueblos de Sicilia con
mucha liberalidad sus haciendas á los soldados, que los defendian y
amparaban contra Cárlos á quien temian; pero despues que con la paz
se les quitó este miedo, comenzaron á sentir la mala vecindad de los
soldados, y á desavenirse con ellos; disgustos que forzosamente habian
de causar daños gravísimos, si la nueva expedicion no les atajara.
CAPITULO V.
Continue reading on your phone by scaning this QR Code
Tip: The current page has been bookmarked automatically. If you wish to continue reading later, just open the
Dertz Homepage, and click on the 'continue reading' link at the bottom of the page.