Escenas Montañesas | Page 8

D. José M. de Pereda
nosotros fuéramos tan bravos que osáramos prender á la justicia:
es que sobre ésta y sobre nosotros mismos, medio aclimatados ya á
aquella temperatura, estaba el verdadero señor del territorio haciendo
siempre de las suyas; el que intervenía en todos nuestros juegos como
socio industrial; el que pagaba, si perdía, con el crédito que nadie le
prestaba, pero que, por de pronto, ganaba cuanto jugábamos; el que con

sólo un silbido hacía surgir detrás de cada montón de escombros media
docena de los suyos, dispuestos á emprenderla con el mismo Goliat; el
que era tan indispensable al Muelle de las Naos como las ranas á los
pantanos, como á las ruinas las lagartijas; EL RAQUERO, en fin. Éste
era el terror de los guindillas, el aluvión de nuestras fiestas, la rana de
aquellos pantanos, la lagartija de aquellos escombros; el original del
retrato que con permiso de ustedes, voy á intentar con mejor ánimo que
colorido.
La palabra raquero viene del verbo raquear; y éste, á su vez, aunque
con enérgica protesta de mi tipo, del latino rapio, is, que significa
tomar lo ajeno contra la voluntad de su dueño.
Yo soy de la opinión del raquero: su destino, como escobón de
barrendero, es apropiarse cuanto no tenga dueño conocido: si alguna
vez se extralimita hasta lo dudoso, ó se apropia lo del vecino, razones
habrá que le disculpen; y sobre todo, una golondrina no hace verano.
El raquero de pura raza nace, precisamente, en la calle Alta ó en la de la
Mar. Su vida es tan escasa de interés como la de cualquier otro ser,
hasta que sabe correr como una ardilla: entonces deja el materno hogar
por el Muelle de las Naos, y el nombre de pila por el gráfico mote con
que le confirman sus compañeros; mote que, fundado en algún hecho
culminante de su vida, tiene que adoptar á puñetazos, si á lógicos
argumentos se resisten. Lo mismo hicieron sus padres y los vecinos de
sus padres. En aquellos barrios todos son paganos, á juzgar por los
santos de sus nombres.

II
Cafetera, para servir á ustedes, era el de mi personaje.
Cafetera, en el diccionario callealtero, es sinónimo de borrachera, una
de las cuales tomó aquél, cuando apenas sabía andar, á caballo sobre
una pipa de aguardiente, de cuyas entrañas extrajo el líquido con una
paja.

Cafetera nació en la calle Alta, del legítimo matrimonio del tío Magano
y de la tía Carpa, pescador el uno y sardinera la otra. Ya ustedes ven
que, para raquero, no podía tener más blasonada ejecutoria.
Su infancia rodó tranquila por todos los escalones, portales y basureros
de la vecindad.
No hay contusión, descalabro ni tizne que su cuerpo no conociera
prácticamente; pero jamás en él hicieron mella el sarampión, la
alfombrilla, la grippe, la escarlata ni cuantas plagas afligen á la culta
infantil humanidad. Solamente la sarna y las viruelas pudieron vencer
aquel pellejo: con la primera perdió la mitad de los cabellos; con las
segundas ganó los innúmeros relieves de su cara.
Pero así y todo, le querían en su casa; tanto, que no había cumplido
cuatro años cuando la tía Carpa le metió, de medio cuerpo abajo, en una
pernera de los calzones viejos de su padre, dádiva que, añadida á una
camisa que, también de desecho, le regaló su padrino el tío Rebenque,
llegó á formar un traje de lo más vistoso, y á ser la envidia de sus
pequeños camaradas, condenados á arrastrar su desnuda piel por los
suelos, mientras su industria no les proporcionase más lujosa
vestimenta.
Siete años contaría, cuando su madre, conociendo por la chispa de que
ya se hizo mención y por otras proezas análogas, que era apto para las
fatigas del mundo, comenzó á darle los tres mendrugos diarios de pan
envueltos en soplamocos y puntapiés. Cafetera, que no era lerdo,
comprendió al punto hasta dónde alcanzaba su privanza y lo que podía
esperar de sus dioses lares; y como, por otra parte, sus libérrimos
instintos se le habían revelado diferentes veces hablando con sus
compañeros sobre la vida raqueril, se decidió por el arte en el cual hizo
su estreno pocos meses después del último mendrugo, que le aplastó la
nariz para nunca más enderezársele.
Era un día en que el tío Magano andaba á la mar, y la tía Carpa á
vender un carpancho de sardinas.
Cafetera estaba solo en casa, sentado sobre un arcón viejo, único

mueble de ella, no contando el catre matrimonial, rascándose la cabeza
como aquel que acaricia una idea de gran transcendencia, y
murmurando algunas palabras, no todas evangélicas, las más de un
colorido asaz rabioso. Después de un largo rato así invertido, alzóse de
su asiento, corrió la tapadera del mismo y sacó media basallona y un
arenque, provisiones hechas por su
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