Escenas Montañesas | Page 6

D. José M. de Pereda

--¿Y qué le diré yo á usted?--me contestó:--entre nosotros no faltaba
quien dijera, como ustedes hoy, que era, más que escuela de vicios,
cátedra de moralidad; pero, sin embargo, yo opinaba mejor (y cuidado
que no soy fanático) con el padre Prior que decía, cuando de ello le
hablaban: «Podrán los devotos del teatro asistir á él como á una cátedra
de virtudes; pero lo cierto es que en ninguna parte se predica más moral
y más clara que en el púlpito, y si se pusiera la entrada á dos cuartos, tal
vez ni los monaguillos nos escucharan.» De todos modos, el pueblo no
echaba en falta esos pasatiempos: ¿á qué empeñarnos en dárselos
cuando, por lo menos, le habían de crear una nueva necesidad?
--Según ese sistema--repuse,--aún estaríamos como el indio Caupolicán.
Sepa usted, don Pelegrín, que es un deber para el nombre adoptar todo

aquello que puede dar ensanche á su inteligencia. Los progresos
materiales....
--Ya pareció el peine--me interrumpió con cierto despecho;--¡como si
hasta que ustedes vinieron al mundo no supiera el hombre lo que era
dignidad!
--No se ofenda usted, don Pelegrín, y óigame con calma. En todos
tiempos y en todas épocas ha habido hombres ilustres: no hago al
talento ni á la dignidad patrimonio de nuestros días; pero ¿á que en los
suyos echaban esos mismos hombres muchas cosas de menos?; ¿á que
hallaban un vacío en la sociedad, como si adivinaran algo de la gran
revolución que muy pronto iba á operarse en las costumbres? Usted
mismo....
--¡Qué vacío ni qué calabaza!--exclamó mi viejo amigo,
verdaderamente sulfurado, y con unos ademanes que no me dejaban
duda de que había cometido una torpeza en tocarle este resorte,
precisamente cuando necesitaba é iba yo á saber grandes cosas de la
tertulia de Su Ilustrísima.--Lástima--continuó--me causan ustedes
cuando les oigo hablar de esa manera. Ustedes, ustedes son, por el
contrario, los que desean siempre algo, y este algo es precisamente lo
que nosotros teníamos de sobra: la paz del espíritu. Ustedes tienen la
sensibilidad encallecida, expuesta al roce de todos los sucesos del siglo
en su atropellada marcha; el alma rendida de vagar por un espacio
enmarañado y de atmósfera pestilente, y las ideas revolviéndose en una
órbita insegura y desequilibrada, que no les permite encariñarse con un
objeto sin que otro nuevo venga á borrar su huella.
Nosotros, merced á lo que hoy se llama ignorancia, teníamos las
afecciones más limitadas, y con la sensibilidad casi virgen, nos
preocupaba el suceso más común en la vida de ustedes; nuestras
ilusiones eran pequeñas, es cierto, pero fuertes, y, sobre todo,
consoladoras. Nosotros, por lo mismo que ambicionábamos poco, nos
satisfacíamos al instante; pero ustedes, cuya ambición no conoce
límites, no se satisfarán jamás. Yo, únicamente, que he pasado por las
dos épocas, comprendo cuánta verdad encierra lo que le estoy diciendo:
para que usted lo comprendiera del mismo modo, sería preciso que

tocase y palpase aquello cuyo recuerdo le merece tan desdeñosa
compasión; es decir, que junto á este Santander de cuarenta mil almas,
con su ferrocarril, con sus monumentales muelles, con su ostentoso
caserío, con sus cafés, casinos, paseos, salones, periódicos, fondas y
bazares de modas, surgiese de pronto la vieja colonia de pescadores,
con sus diez mil habitantes y seis casas de comercio provistas de
Castilla por medio de recuas, ó de carros de violín; la vieja Santander
sin muelles, sin teatro, sin paseos, sin otro periódico propio ó extraño
que la Gaceta del Gobierno, recibida cada tres días. Era preciso que
usted pudiese apreciar vivos estos dos cuadros para que no dudase
sobre cuál de ellos cernía más el tedio sus negras alas, y que generación
vivía más tranquila y más risueña, si la que se cubre con el oropel de la
moderna sabiduría, ó la cobijada bajo los harapos de nuestra vieja
ignorancia. Seguro estoy de que no serían mis contemporáneos los que
en esta exposición presentasen más arrugas en el alma. Por lo demás,
amigo mío, pobres teníamos y pobres tienen ustedes; ricos avaros
existían junto á ellos, y ricos insaciables existen. Es verdad que á
nuestros pobres envilecían los mismos privilegios que hacían odiosos á
los ricos; pero ustedes, quemando con la luz que han dado á los
primeros las prerrogativas de los segundos y dejando las fortunas como
estaban, han hecho pobres orgullosos, y ricos que á ciencia y
conciencia son sordos á la voz del infortunio, y ciegos al aspecto de la
miseria.... ¡Luces, ilustración!...; todo estaría bien si á su claridad
hallase pan el hambriento y abrigo el que tirita de frío; pero,
desgraciadamente, la tan decantada luz sólo sirve para hacer más
patentes la miseria y la opulencia, y más insoportable para el pobre este
eterno contraste.... Si esto es una preocupación mía, que lo diga la
historia
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