Escenas Montañesas | Page 5

D. José M. de Pereda
en la imposibilidad de referir
punto por punto toda la historia de mi juventud, porque no acabaríamos
hoy, le diré á usted que á los cinco años de mi práctica de comerciante,
habiendo conocido perfectamente el manejo de los negocios y á una
joven vecina de mi principal, monté de cuenta propia un
establecimiento de géneros de refino, y me casé el día mismo en que
cumplía treinta y un años; cosa que me costó mis trabajillos, porque los
once meses de Salamanca me habían procurado una reputación de
calavera de todos los demonios.--Casado ya, mi vida tomó un giro
enteramente diverso del de hasta entonces. Desde luego fuí nombrado
síndico del gremio de zapateros, procurador municipal de dos pueblos

agregados á este ayuntamiento, vocal perpetuo de una junta de
parroquia, tesorero de la Milicia Cristiana y asesor jurado de una
comisión calificadora para los delitos de sospecha de traición á la causa
del Rey. Con todos estos cargos me puse en roce con las personas más
importantes de la ciudad y me dieron entrada en palacio, que era todo
mi anhelo ya mucho tiempo hacía, porque Su Ilustrísima era hombre de
gran eco entre las gentonas de Madrid, y lo que por su conducto se
averiguaba en Santander, no había que preguntar si era el Evangelio.
Tenía Su Ilustrísima tertulia diaria de ocho á nueve de la noche, y la
formábamos un médico muy famoso por sus chistes, que hablaba latín
como agua; el P. Prior de San Francisco, hombre sentencioso y de gran
consejo; un abogado del Rey, caballero de Carlos III; mi humildísima
persona, y un Intendente de rentas, hombre de bien, si los había,
temeroso de Dios como ninguno, servicial y placentero que no había
más que pedir.... Por cierto que murió años después en Cádiz, de una
disentería cuando el sitio del francés. Éstas eran las personas constantes
alrededor de Su Ilustrísima; además había otras muchas que alternaban
cuando les parecía oportuno. --Para que usted se forme una idea del
carácter del bendito señor Intendente, voy á referirle un suceso digno,
por otra parte, de que se imprimiese en letras de oro.
Presentóse una noche en la tertulia algo más tarde de lo acostumbrado y
con aire de hondo disgusto en su fisonomía. Tratamos de averiguar la
causa, y después de mil ruegos, hasta del señor Obispo que le quería
mucho, pudimos arrancarle estas palabras:--«Señores, tenemos
comediantes en la ciudad»; palabras que hicieron en la tertulia una
impresión desagradabilísima, porque faltaban diez y siete días para la
cuaresma, y el pueblo, con la guerra y con las ideas locas que se iban
apoderando de la gente, más que comedias necesitaba sermones. Pues,
señor, tratóse seriamente sobre el particular, y se autorizó al fin al
Intendente para que él lo arreglara á su antojo. Y, efectivamente, al otro
día se presentó al director de la compañía, que ya había arrendado una
bodega en la calle de las Naranjas, diciéndole que era preciso que á
todo trance saliese de Santander.--El pobre hombre se quedó hecho una
estatua al oir la proposición.--«Señor, le dijo, mire V.S. que vengo
desde más allá de Becerrilejo; que traigo ocho de familia y cuatro
caballerías para ellos y para los equipajes; que he pagado adelantado el

alquiler de la bodega, y he gastado mucho en colocar la tramoya que
V.S. está viendo. Si me marcho sin dar media docena de funciones, me
pierdo para toda la vida.--¿Cuánto pueden valerle á usted las seis
funciones?, le preguntó el Intendente.--Yo cuento, señor, con que no
baje de quinientos reales después de pagar la bodega, las luces y los dos
tamborileros que han de tocar durante los intermedios.--Pues ahí van
mil, contestó el bendito señor, dándole un cartucho de monedas que ya
llevaba preparado al efecto; pero es preciso que ahora mismo desaloje
usted el local, y sin perder un solo minuto salga con su gente de
Santander.» El comediante vió el cielo abierto, hizo lo que deseaba el
Intendente, y, sin salir éste de la bodega, se desarmó la tramoya, se
cargaron las caballerías, montaron los comediantes ... y nadie volvió á
acordarse de ellos. ¿Pero usted cree que cuando el Intendente, lleno de
júbilo, entró por la noche en la tertulia, hallábamos medio de hacerle
tomar la parte que nos correspondía de los mil reales? ¡Que si quieres!
Fué preciso que Su Ilustrísima se lo suplicara con mucho
empeño.--«He hecho una obra buena, decía; ¿qué mejor aplicación he
podido dar á esa parte del caudal que el Señor me ha confiado?...» Le
digo á usted que era todo un bendito de Dios el señor Intendente.
Reíme de veras con el sucedido de los comediantes.
--¿Es posible--dije á don Pelegrín--que tal idea se tuviese entre ustedes
del teatro?; ¿que así le tomasen como foco de desmoralización?
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