El paraiso de las mujeres | Page 6

Vicente Blasco Ibáñez
destrezas de danzarin, eran para la senora Haynes otros tantos titulos de incapacidad.
Ella apreciaba en los hombres cualidades mas positivas. ?A cuanto ascendia su fortuna? ?Que es lo que habia hecho hasta entonces de serio en su existencia?...
Era ingeniero; pero esto no representaba mas que un simple diploma universitario. Habia prestado sus servicios en unas cuantas fabricas, ganando lo preciso para vivir, y cuando llegaba el momento de la guerra, en vez de quedarse en America para trabajar en un gran centro industrial e inventar algo que le hiciese rico, preferia ser soldado, debiendo solo a un capricho de la suerte el no quedar tendido para siempre sobre la tierra de Europa.
Su marido habia sido otro hombre, y ella deseaba para Margaret un esposo igual, con una concepcion practica de la existencia, y que supiese aumentar los millones de la conyuge aportando nuevos millones producto de su trabajo.
La viuda no ahorro medios para hacer ver al ingeniero su hostilidad. Evitaba ostensiblemente el invitarlo a sus fiestas; fingia no conocerle; estorbaba con frecuentes astucias que su hija pudiera encontrarse con el.
Miss Margaret se mostraba triste cuando de tarde en tarde conseguia hablar con Edwin, lejos de la agresividad de su madre y de la animadversion de todas las familias amigas, igualmente hostiles a el.
Un dia, Gillespie, con un esfuerzo supremo de su voluntad y mas conmovido que cuando avanzaba en Francia contra las trincheras alemanas, visito a la majestuosa viuda para manifestarle que Margaret y el se amaban y que solicitaba su mano.
Aun se estremecia en el buque al recordar el tono glacial y cortante con que le habia contestado la senora. Su hija era heredera de una respetable fortuna, y bien merecia que su esposo aportase, cuando menos, otro tanto a la asociacion matrimonial.
--Ademas--dijo la viuda--, yo deseo un yerno que sea persona seria y trabaje con provecho. Nunca me han gustado los hombres que pasan el tiempo sonando despiertos, leyendo libros o escribiendo cosas que nada producen.
Gillespie tuvo que reconocer que la viuda estaba bien enterada de su existencia; tal vez por la indiscrecion de un amigo infiel, tal vez por las informaciones de algun detective particular. En realidad, este ingeniero era algo dado al ensueno, gustaba mucho de la lectura, y en sus cajones, junto con los planos y los calculos de su profesion, guardaba varios cuadernos de versos.
Margaret le amaba; pero el amor de una senorita de buena familia y excelente educacion, acostumbrada a las comodidades que proporciona una gran fortuna, debe tener sus limites forzosamente. No iba ella a abandonar a su madre y a renir con todas las familias amigas para casarse con un novio pobre, dedicado por completo a su amor e ignorante del camino que debia seguir en el presente momento. Estas resoluciones desesperadas solo se ven en las novelas.
Tenia ademas cierta confianza en el porvenir y consideraba oportuno dejar pasar el tiempo. Su madre tal vez cediese al ver que transcurrian los anos sin que ella amase a otro hombre. Edwin podia estar seguro de su fidelidad. Mientras tanto, la Fortuna tal vez se fijase de pronto en Gillespie, como se habia fijado en mister Haynes. Acostumbrada a ver en los salones de su casa a muchos hombres que habian empezado su carrera siendo pobres y ahora eran millonarios, se imagino que esta era inevitablemente la historia de todos los humanos y que a Edwin le llegaria su turno.
Pero la madre velaba, y corto con una energica resolucion esta rebeldia mansa. La senora y la senorita Haynes desaparecieron de su hotel. El ingeniero, despues de disimuladas averiguaciones entre las familias amigas de ellas residentes en Pasadena y en Los Angeles, llego a saber que se habian trasladado a San Francisco. Fue alla, y consiguio una tarde hablar con Margaret en el Gran Parque, cuando paseaba con su maestra de espanol.
La entrevista resulto grata para el joven, porque le dio la seguridad de que Margaret le amaba siempre; mas no por eso saco de ella un resultado positivo.
Miss Haynes era una buena hija y no se declararia nunca en rebelion contra su madre. Pero como en sus afectos solo podia mandar ella, juro a Edwin que le esperaria un ano, dos, tres, todos los que fuesen necesarios, hasta que el encontrase una situacion verdaderamente lucrativa o un medio indiscutible de hacer fortuna. Con esto era seguro que la madre cejaria en su resistencia.
El ingeniero juro tambien con el entusiasmo de una juventud energica. El conseguiria esta fortuna. Ignoraba completamente, al formular su juramento, de que modo puede obtenerse la riqueza; pero una nueva voluntad, mas fuerte que la que hasta entonces le habia guiado en la vida, empezaba a despertar en su interior.
--iAdios, Margaret! Antes de un ano sere rico, y nos casaremos....
Luego, al verse solo, sin la dulce embriaguez que parecia invadirle
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