vuestra
naturaleza, pues casi ninguno de vosotros sabe deletrear; que nacistes
para número de los demás, y para pescados de los estanques[41][42], de
los corrales[43], esperando, las bocas abiertas[44], el golpe del
concepto por el oído y por la manotada del cómico, y no por el ingenio.
Allá os lo habed con vosotros mismos, que sois corchetes[45] de la
Fortuna, dando las más veces premio a lo que aun no merece oídos, y
abatís lo que merece estar sobre las estrellas; pero no se me da de
vosotros dos caracoles: hágame Dios bien con mi prosa[46], entretanto
que otros fluctúan por las maretas[47] de vuestros aplausos, de quien
nos libre Dios por su infinita misericordia, Amén, Jesús.
CARTA DE RECOMENDACIÓN AL CÁNDIDO[48] O MORENO
LECTOR.
Lector amigo: yo he escrito este discurso, que no me he atrevido a
llamarle libro, pasándome de la jineta de los consonantes[49] a la brida
de la prosa, en las vacantes que me han dado las despensas[50] de mi
familia y los autores de las comedias por su Majestad[51]; y como es El
Diablo Cojuelo, no lo reparto en capítulos, sino en trancos[52].
Suplícote que los des en su leyenda[53], porque tendrás menos que
censurarme, y yo que agradecerte[54]. Y, por no ser para más[55] ceso,
y no de rogar a Dios que me conserve en tu gracia.
De Madrid, a los que fueren entonces del mes y del año, y tal y tal y
tal[56].
EL AUTOR Y EL TEXTO.
DE DON JUAN VÉLEZ DE GUEVARA A SU PADRE.
SONETO[57]
Luz en quien se encendió la vital mía, De cuya llama soy originado,
Bien que la vida sólo te he imitado, Que el alma fuera en mí vana
porfía,
Si eres el sol de nuestra Pöesía, Viva más que él tu aplauso eternizado,
Y pues un vivir solo es limitado, No te estreches al término de un día.
Hoy junta en el deleite la enseñanza Tu ingenio, a quien el tiempo no
consuma, Pues también viene a ser aplauso suyo.
Y sufra la modestia esta alabanza A quien, por parecer más hijo tuyo
Quisiera ser un rasgo de tu pluma.
TRANCO PRIMERO
Daban en Madrid, por los fines de julio, las once de la noche en punto,
hora menguada para las calles[58], y, por faltar la luna, juridición y
término redondo de todo requiebro lechuzo y patarata de la muerte. El
Prado boqueaba coches[59] en la última jornada de su paseo, y en los
baños de Manzanares los Adanes y las Evas de la Corte, fregados más
de la arena que limpios del agua[60], decían el Ite, río[61] es[62],
cuando don Cleofás Leandro Pérez Zambullo, hidalgo a cuatro
vientos[63], caballero huracán y encrucijada de apellidos[64], galán de
noviciado y estudiante de profesión, con un broquel y una espada,
aprendía a gato por el caballete de un tejado, huyendo de la justicia, que
le venía a los alcances[65] por un estrupo[66] que no lo había comido
ni bebido[67], que en el pleito de acreedores de una doncella al uso
estaba graduado en el lugar veintidoseno[68], pretendiendo que el
pobre licenciado escotase solo lo que tantos habían merendado[69]; y
como solicitaba escaparse del «para en uno son[70]» (sentencia
difinitiva del cura de la parroquia y auto que no lo revoca si no es el
vicario Responso[71], juez de la otra vida), no dificultó arrojarse desde
el ala del susodicho tejado, como si las tuviera, a la buarda[72] de otro
que estaba confinante, nordesteado de una luz que por ella escasamente
se brujuleaba, estrella de la tormenta que corría, en cuyo desván puso
los pies y la boca[73] a un mismo tiempo, saludándolo como a puerto
de tales naufragios, y dejando burlados los ministros del agarro[74] y
los honrados pensamientos de mi señora doña Tomasa de
Bitigudiño[75], doncella chanflona[76] que se pasaba de noche como
cuarto falso, que, para que surtiese efecto su bellaquería, había
cometido otro estelionato más con el capitán de los jinetes a gatas que
corrían las costas[77] de aquellos tejados en su demanda, y volvían
corridos de que se les hubiese escapado aquel bajel de capa y espada[78]
que llevaba cautiva la honra de aquella señora mohatrera de
doncellazgos[79], que juraba entre sí tomar satisfacción deste desaire
en otro inocente, chapetón[80] de embustes doncelliles, fiada en una
madre que ella llamaba tía, liga donde había caído tanto pájaro
forastero.
A estas horas, el Estudiante, no creyendo su buen suceso[81] y
deshollinando con el vestido y los ojos el zaquizamí, admiraba la
región donde había arribado, por las estranjeras estravagancias de que
estaba adornada la tal espelunca, cuyo avariento farol era un candil de
garabato, que descubría sobre una mesa antigua de cadena[82] papeles
infinitos, mal compuestos y ordenados, escritos de caracteres
matemáticos, unas efemérides abiertas[83], dos esferas y algunos
compases y cuadrantes, ciertas
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