El Diablo Cojuelo | Page 6

Luis Vélez de Guevara
palabras, no
hay que confiar en el valor directo de cualquiera de sus frases, porque
lo mejor del cuento pasaría quizás inadvertido. Es preciso estar siempre
ojo avizor para saborear como es debido aquellas atrevidas metáforas,
aquellas extravagantes relaciones, aquellos estupendos equívocos,
aquellas arbitrarias licencias en que se complace. Esta indispensable
atención fatiga en ocasiones; pero hace sacar doble fruto de la lectura
de un libro cuyo atractivo consiste, más bien que en el interés de los
lances, en la ingeniosidad dé los pensamientos. Sólo el muy

familiarizado con los secretos del habla podrá darse cabal cuenta de las
bellezas de una obra semejante.» Exactísimo todo ello, y porque lo es y
a los más de los lectores falta esa extremada familiaridad a que se
refiere el señor Bonilla, no podían buenamente pasar sin nota muchas
de las frases que no la tienen en sus ediciones. Ciento treinta y cinco
que están en este caso señalé de primera intención cuando, leído el
sobredicho discurso del señor Nercasseau y Morán, me sentí deseoso de
preparar, para la simpática colección de «Clásicos Castellanos», esta
humilde edicioncita de El Diablo Cojuelo.
Como el señor Bonilla, «procuro pecar antes por carta de más que por
carta de menos, por lo cual a veces he explicado palabras y giros que
podrán parecer a los eruditos de muy llana inteligencia. Téngase en
cuenta, sin embargo--añado con él--, que me dirijo a la generalidad y
que mi propósito es facilitar la comprensión del libro de Vélez de
Guevara a todo género de lectores.» Con mayor motivo había yo de
hacer lo propio en una edición vulgarizadora, como es la presente. Pero
aun así, he huído con mucho cuidado de escribir notas por las cuales se
me pudiese encasillar junto a Lucas de Valdés y Toro, aquel
empecatado cirujano cordobés que en 1630 dió a la estampa un
opúsculo perogrullesco intitulado así: Tratado en que se prueba que la
nieve es fría y húmeda[36].
No obstantes mi buena voluntad y la diligencia con que procuré
evitarlo, se me han quedado por entender algunas frases del texto. Hay
quien, puesto a anotar uno cualquiera, explica lo que buenamente se le
alcanza, y en cuanto a lo que no, hace, como dicen, la vista gorda y
pasa de largo sin decir palabra, dando a colegir con su silencio que
aquello que no explicó no lo ha menester, por ser cosa llanísima. Jamás
cometí esa reprobable fullería: antes por el contrario, en casos tales
confieso paladinamente que aquel lugar merece y pide explicación, y
que, por malos de mis pecados, yo no acerté a dársela[37].
Por último, aunque en esta edición sigo el texto de la original de Vélez
de Guevara (Madrid, Imprenta del Reyno, 1641), no la he copiado tan
fielmente, tan servilmente, que reproduzca su endiablada ortografía,
digo, la de los bárbaros cajistas que compusieron los moldes. «Para

regalar a los lectores--escribí trece años ha[38]--con bocados como
abaricia, hajo, coetes, hizquierda, voca, vobos, obtica, valbucientes,
abitos, hancas y hacechar, como lo hizo el señor Bonilla reproduciendo
la edición príncipe de El Diablo Cojuelo, siempre hay tiempo, o, dicho
mejor, no debe haberlo nunca. Ya no es poco hacer morder el ajo a uno;
pero hacerle morder el hajo es crueldad doblada, porque pica aún más
la hache que el ajo mismo.»
Y con esto, lector amable, quédate a Dios, y perdóname si te causé
enfado o tedio con la lectura de mi prólogo.
FRANCISCO RODRÍGUEZ MARÍN.
Madrid, 2 de junio de 1918.

EL DIABLO COJUELO

[AL EXCMO. SR. D. RODRIGO DE SANDOVAL, DE SILVA, DE
MENDOZA Y DE LA CERDA, PRÍNCIPE DE MÉLITO, DUQUE
DE PASTRANA, DE ESTREMERA Y FRANCAVILA, ETC.]
Excelentísimo señor:
La generosa condición de V.E., patria general de los ingenios, donde
todos hallan seguro asilo, ha solicitado mi desconfianza para rescatar
del olvido de una naveta[39], en que estaba entre otros borradores míos,
este volumen que llamo El Diablo Cojuelo, escrito con particular
capricho, porque al amparo de tan gran Mecenas salga menos cobarde a
dar noticia de las ignorancias del dueño. A cuya sombra excelentísima
la invidia me mirará ociosa, la emulación muda, y desairada la
competencia; que con estas seguridades no naufragará esta novela y
podrá andar con su cara descubierta por el mundo. Guarde Dios a V.E.,
como sus criados deseamos y hemos menester.
Criado de V.E., que sus pies besa,

LUIS VÉLEZ DE GUEVARA.

PRÓLOGO A LOS MOSQUETEROS[40] DE LA COMEDIA DE
MADRID.
Gracias a Dios, mosqueteros míos, o vuestros, jueces de los aplausos
cómicos por la costumbre y mal abuso, que una vez tomaré la pluma
sin el miedo de vuestros silbos, pues este discurso del Diablo Cojuelo
nace a luz concebido sin teatro original fuera de vuestra juridición; que
aun del riesgo de la censura del leello está privilegiado por
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