«en el Parnaso no
se conocen otras salinas sino las de su felicissimo ingenio»....
El insigne poeta ecijano, hoy más famoso por su novela intitulada El
Diablo Cojuelo, aún muy leída, que por sus obras teatrales, desterradas,
como todas las antiguas, de la escena actual, principalmente por falta de
buenos cómicos y consiguiente carencia de buenas compañías, escribió
más de cuatrocientas comedias, de las cuales ha llegado hasta nosotros
un centenar escaso. Por éstas se le puede diputar, si no como autor de
señaladísima personalidad literaria, a lo menos, como uno de los más
aventajados discípulos de Lope de Vega, cuyas huellas siguió tan
constante y acertadamente, que a las veces se hace harto difícil
diferenciarlos. Tal sucede, verbigracia, con la comedia intitulada Los
Novios de Hornachuelos, que pasa comúnmente por obra de Lope; pero
hay alguna indicación antigua que la atribuye a Vélez de Guevara, y,
leída y estudiada, quédase perplejo el entendimiento más avisado, sin
resolverse a adjudicarla con cabal certeza a ninguno de entrambos
ingenios. La misma grande semejanza con las de Lope se echa de ver
en todas las comedias del poeta ecijano: las fuentes, unas; iguales los
procedimientos; igualmente rica la dicción; análogo el nervio en lo
dramático; parecidísimas las gracias en lo festivo, e idéntica en ambos
la propensión a avalorar lo propio entreverándolo con todos los
elementos del folklore nacional; aquí, con la conseja vulgar y la
tradición legendaria; allá, con el refrán hábilmente desleído y glosado
en cuatro o seis versos; acullá, con la vieja cancioncilla histórica, que
siempre, por lo grata, parece nueva a los oídos españoles; y en otro lado,
en fin, con el sabroso cuentecillo popular, picante sin demasía.
De El Diablo Cojuelo, única de las obras de Vélez que ha conservado
para su nombre alguna parte de la amplia popularidad que disfrutó en
vida, se han hecho en nuestros días, amén de tal cual edición corriente,
dos eruditas y anotadas. Ambas se deben a la vasta cultura y harto
probada laboriosidad de don Adolfo Bonilla y San Martín,
ventajosamente conocido en el campo literario y en el filosófico.
Enderezando un antiguo entuerto que se había hecho a Vélez de
Guevara con interpretarle desaforadamente[23], publicó la primera de
estas dos ediciones (Vigo, 1902); pero como mi antiguo camarada y
docto amigo don Felipe Pérez y González, cuyo felicísimo ingenio
estaba emparentado muy de cerca, a pesar de los siglos que se habían
puesto en medio, con el del donairoso ecijano, juntase burla burlando,
artículo por artículo, en La Ilustración Española y Americana, para
formar un libro muy interesante y ameno, que sacó a luz en 1903 bajo
el título de El Diablo Cojuelo: notas y comentarios, libro en el cual
patentizó algunos errores de las notas del señor Bonilla, éste, en 1910,
año en que tras cruelísima enfermedad pasó a mejor vida su festivo,
pero amable corrector--que no sin fundamento había usado en su
mocedad el seudónimo de Urbano Cortés--, dió a la estampa en Madrid
una nueva edición de la obrita de Vélez, mejoradas las notas y
reconocido con nobleza el valioso auxilio que para ello le había
prestado el tan culto como donairoso escritor hispalense[24].
Pero, aun así, El Diablo Cojuelo ¿se había hecho del todo accesible a la
inteligencia de los lectores medianamente ilustrados de nuestros días?
Aun rectificadas en su segunda edición, ¿bastan las notas del señor
Bonilla para ahorrar tropiezos, en muchos lugares de la novela, hasta a
los lectores más avisados e instruidos? A estas preguntas, que algunos
aficionados a las letras nos hacíamos, respondió, como si estuviera en
nuestro pensamiento, don Enrique Nercasseau y Morán, en su discurso
de recepción leído ante la Academia Chilena, correspondiente de la
Española, el día 21 de noviembre de 1915[25]: «La novela toda de
Vélez de Guevara--dijo--es una sátira cortés de la sociedad de su
tiempo, felicísima en la mayor parte de sus cuadros, y no afeada por la
licencia y crudeza tan comunes en las novelas de la época. El Diablo
Cojuelo sería una narración clásica de primer orden, y aun leíble hoy
día, si no la deslustrara el conceptismo, y si no se hallara
sobreabundante en equívocos y frases convencionales de difícil o
imposible comprensión en nuestra era. Aun después del trabajo llevado
a cabo por don Adolfo Bonilla y San Martín en su edición de Madrid de
1910, la novela de Vélez de Guevara queda aguardando un comentario
que la explique y la ponga al alcance general.» Ese comentario que el
señor Nercasseau echaba de menos es el que, con temeridad que no
puede buscar disculpa en la inexperiencia de los pocos años, he
intentado en la presente edición. ¿Habré conseguido darle cima?
Nuestro señor el público lo dirá: a su inapelable fallo me someto
gustoso.
En las aprobaciones insertas en la edición príncipe de
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