desuello; y empez�� �� latigazos con D. Fadrique.
La se?orita de la guitarra par�� un instante la m��sica; pero D. Diego la mir�� de modo tan terrible, que ella tuvo miedo de que la hiciese tocar como quer��a hacer bailar �� su hijo, y sigui�� tocando el bolero.
Don Fadrique, despu��s de recibir ocho �� diez latigazos, bail�� lo mejor que supo.
Al pronto se le saltaron las l��grimas; pero despu��s, considerando que hab��a sido su padre quien le hab��a pegado, y ofreci��ndose �� su fantas��a de un modo c��mico toda la escena, y vi��ndose ��l mismo bailar �� latigazos y con casaca, se ri��, �� pesar del dolor f��sico, y bail�� con inspiraci��n y entusiasmo.
Las se?oras aplaudieron �� rabiar.
--Bien, bien --dijo D. Diego.-- ?Por vida del diablo! ?Te he hecho mal, hijo m��o?
--No, padre --dijo D. Fadrique.-- Est�� visto: yo necesitaba hoy de doble acompa?amiento para bailar.
--Hombre, disimula. ?Por qu�� eres tonto? ?Qu�� repugnancia pod��as tener, si la casaca te va que ni pintada, y el bolero cl��sico y de buena escuela es un baile muy se?or? Estas damas me perdonar��n. ?No es verdad? Yo soy algo vivo de genio.
As�� termin�� el lance del bolero.
Aquel d��a bail�� otras cuatro veces D. Fadrique en otras tantas visitas, �� la m��s leve insinuaci��n de su padre.
Dec��a el cura Fern��ndez, que conoci�� y trat�� �� D. Fadrique, y de quien sab��a muchas de estas cosas mi amigo D. Juan Fresco, que D. Fadrique refer��a con amor la an��cdota del bolero, y que lloraba de ternura filial y re��a al mismo tiempo, diciendo mi padre era un v��ndalo, cuando se acordaba de ��l, d��ndole de latigazos, y retra��a �� su memoria �� las damas aterradas, sin dejar una de ellas de tocar la guitarra, y �� ��l mismo bailando el bolero mejor que nunca.
Parece que hab��a en todo esto algo de orgullo de familia. El mi padre era un v��ndalo de D. Fadrique casi sonaba en sus labios como alabanza. D. Fadrique, educado en el lugar y del mismo modo que su padre, D. Fadrique cerril, hubiera sido m��s v��ndalo a��n.
La fama de sus travesuras de ni?o dur�� en el lugar muchos a?os despu��s de haberse ��l partido �� servir al Rey.
Hu��rfano de madre �� los tres a?os de edad, hab��a sido criado y mimado por una t��a solterona, que viv��a en la casa, y �� quien llamaban la chacha Victoria.
Ten��a adem��s otra t��a, que si bien no viv��a con la familia, sino en casa aparte, hab��a tambi��n permanecido soltera y compet��a en mimos y en halagos con la chacha Victoria. Llam��base esta otra t��a la chacha Ramoncica. D. Fadrique era el ojito derecho de ambas se?oras, cada una de las cuales estaba ya en los cuarenta y pico de a?os cuando ten��a doce nuestro h��roe.
Las dos t��as �� chachas se parec��an en algo y se diferenciaban en mucho.
Se parec��an en cierto entono amable y ben��volo de hidalgas, en la piedad cat��lica y en la profunda ignorancia. Esto ��ltimo no proven��a s��lo de que hubiesen sido educadas en el lugar, sino de una idea de entonces. Yo me figuro que nuestros abuelos, hartos de la bachiller��a femenil, de las cultas latini-parlas y de la desenvoltura pedantesca de las damas que retratan Quevedo, Tirso y Calder��n en sus obras, hab��an ca��do en el extremo contrario de empe?arse en que las mujeres no aprendiesen nada. La ciencia en la mujer hubo de considerarse como un manantial de perversi��n. As�� es que en los lugares, en las familias acomodadas y nobles, cuando eran religiosas y morigeradas, se educaban las ni?as para que fuesen muy hacendosas, muy arregladas y muy se?oras de su casa. Aprend��an �� coser, �� bordar y �� hacer calceta; muchas sab��an de cocina; no pocas planchaban perfectamente; pero casi siempre se procuraba que no aprendiesen �� escribir, y apenas s�� se les ense?aba �� leer de corrido en El A?o Cristiano �� en alg��n otro libro devoto.
Las chachas Victoria y Ramoncica se hab��an educado as��. La diversa condici��n y car��cter de cada una estableci�� despu��s notables diferencias.
La chacha Victoria, alta, rubia, delgada y bien parecida, hab��a sido, y continu�� siendo hasta la muerte, naturalmente sentimental y curiosa. �� fuerza de deletrear, lleg�� �� leer casi de corrido cuando estaba ya muy granada; y sus lecturas no fueron s��lo de vidas de santos, sino que conoci�� tambi��n algunas historias profanas y las obras de varios poetas. Sus autores favoritos fueron do?a Mar��a de Zayas y Gerardo Lobo.
Se preciaba de experimentada y desenga?ada. Su conversaci��n estaba siempre como salpicada de estas dos exclamaciones: --?Qu�� mundo ��ste! --?Lo que ve el que vive!-- La chacha Victoria se sent��a como hastiada y fatigada de haber visto tanto, y eso que sus viajes no se hab��an extendido m��s all�� de cinco �� seis leguas de distancia de Villabermeja.
Una pasi��n, que hoy
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