El Comendador Mendoza | Page 5

Juan Valera
calificar��amos de rom��ntica, hab��a llenado toda la vida de la chacha Victoria. Cuando apenas ten��a diez y ocho a?os, conoci�� y am�� en una feria �� un caballero cadete de infanter��a. El cadete am�� tambi��n �� la chacha, que no lo era entonces; pero los dos amantes, tan hidalgos como pobres, no se pod��an casar por falta de dinero. Formaron, pues, el firme prop��sito de seguir am��ndose, se juraron constancia eterna y decidieron aguardar para la boda �� que llegase �� capit��n el cadete. Por desgracia, entonces se caminaba con pies de plomo en las carreras, no hab��a guerras civiles ni pronunciamientos, y el cadete, firme como una roca y fiel como un perro, envejeci�� sin pasar de teniente nunca.
Siempre que el servicio militar lo consent��a, el cadete ven��a �� Villabermeja; hablaba por la ventana con la chacha Victoria, y se dec��an ambos mil ternuras. En las largas ausencias se escrib��an cartas amorosas cada ocho �� diez d��as; asiduidad y frecuencia extraordinarias entonces.
Esta necesidad de escribir oblig�� �� la chacha Victoria �� hacerse letrada. El amor fu�� su maestro de escuela, y le ense?�� �� trazar unos garrapatos an��rquicos y misteriosos, que por revelaci��n de amor le��a, entend��a y descifraba el cadete.
De esta suerte, entre temporadas de pelar la pava en Villabermeja, y otras m��s largas temporadas de estar ausentes, comunic��ndose por cartas, se pasaron cerca de doce a?os. El cadete lleg�� �� teniente.
Hubo entonces un momento terrible: una despedida desgarradora. El cadete, teniente ya, se fu�� �� la guerra de Italia. Desde all�� ven��an las cartas muy de tarde en tarde. Al cabo cesaron del todo. La chacha Victoria se llen�� de presentimientos melanc��licos.
En 1747, firmada ya la paz de Aquisgr��n, los soldados espa?oles volvieron de Italia �� Espa?a; pero nuestro cadete, que hab��a esperado volver de capit��n, no parec��a ni escrib��a. S��lo pareci��, con la licencia absoluta, su asistente, que era bermejino.
El bueno del asistente, en el mejor lenguaje que pudo, y con los preparativos y rodeos que le parecieron del caso para amortiguar el golpe, di�� �� la chacha Victoria la triste noticia de que el cadete, cuando iba ya �� ver colmados sus deseos, cuando iba �� ser ascendido �� capit��n, en v��speras de la paz, en la rota de Trebia, hab��a ca��do atravesado por la lanza de un croata.
No muri�� en el acto. Vivi�� a��n dos �� tres d��as con la herida mortal, y tuvo tiempo de entregar al asistente, para que trajese �� su querida Victoria, un rizo rubio que de ella llevaba sobre el pecho en un guardapelo, las cartas y un anillo de oro con un bonito diamante.
El pobre soldado cumpli�� fielmente su comisi��n.
La chacha Victoria recibi�� y ba?�� en l��grimas las amadas reliquias. El resto de su vida le pas�� recordando al cadete, permaneciendo fiel �� su memoria y llor��ndole �� veces. Cuanto hab��a de amor en su alma fu�� consumi��ndose en devociones y transform��ndose en cari?o por el sobrino Fadriquito, el cual ten��a tres a?os cuando supo la chacha Victoria la muerte de su perpetuo y ��nico novio.
La pobre chacha Ramoncica hab��a sido siempre peque?uela y mal hecha de cuerpo, sumamente morena y bastante fea de cara. Cierta dignidad natural �� instintiva le hizo comprender, desde que ten��a quince a?os, que no hab��a nacido para el amor. Si algo del amor con que aman las mujeres �� los hombres hab��a en germen en su alma, ella acert�� �� sofocarlo y no brot�� jam��s. En cambio tuvo afecto para todos. Su caridad se extend��a hasta los animales.
Desde la edad de veinticuatro a?os, en que la chacha Ramoncica se qued�� hu��rfana y viv��a en casa propia, sola, le hac��an compa?��a media docena de gatos, dos �� tres perros y un grajo, que pose��a varias habilidades. Ten��a asimismo Ramoncica un palomar lleno de palomos, y un corral poblado de pavos, patos, gallinas y conejos.
Una criada llamada Rafaela, que entr�� �� servir �� la chacha Ramoncica cuando ��sta viv��a a��n en casa de sus padres, sigui�� sirvi��ndola toda la vida. Ama y criada eran de la misma edad y llegaron juntas �� una extrema vejez.
Rafaela era m��s fea que la chacha, y, hasta por imitarla, permaneci�� siempre soltera.
En medio de su fealdad, hab��a algo de noble y distinguido en la chacha Ramoncica, que era una se?ora de muy cortas luces. Rafaela, por el contrario, sobre ser fea, ten��a el m��s innoble aspecto; pero estaba dotada de un despejo natural grand��simo.
Por lo dem��s, ama y criada, guardando siempre cada cual su posici��n y grado en la jerarqu��a social, se identificaron por tal arte, que se dir��a que no hab��a en ellas sino una voluntad, los pensamientos mismos y los mismos prop��sitos.
Todo era orden, m��todo y arreglo en aquella casa. Apenas se gastaba en comer, porque ama y criada com��an poqu��simo. Un vestido, una saya, una
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