llaman el ?paradisiaco?.
En las costas del Per�� y de Bolivia, donde el agua pura es muy rara, miran frecuentemente con desesperaci��n la vasta extensi��n de las ondas saladas. La tierra ��rida tiene un color amarillo, el cielo es azul �� de un color de acero. Sucede �� veces que una nube se forma en la atm��sfera: inmediatamente, las gentes se juntan para seguir con la mirada el hermoso lienzo de vapor que se deshace en el espacio sin resolverse en lluvia. No obstante, despu��s de meses y a?os de espera, un feliz movimiento del aire funde en agua �� la nube sobre las arideces de la costa. ?Qu�� alegr��a, ver caer el chaparr��n tanto tiempo esperado! Los ni?os salen de la casa para recibir la lluvia sobre sus cuerpos desnudos y se ba?an en las charcas lanzando gritos de alegr��a; los adultos esperan impacientes el final de la tormenta para salir al aire libre y gozar del contacto con las mol��culas h��medas que flotan todav��a en la atm��sfera. La lluvia que acaba de caer va �� renacer por todas partes, no en fuentes, sino cambiada por la maravillosa qu��mica del suelo, en verdura, en flores y en aromas, para transformar durante algunos d��as el desierto ��rido en hermoso prado. Por desgracia, esas hierbas se secan en muy pocas semanas, la tierra se calcina de nuevo, y los habitantes, afligidos, se ven obligados �� ir en busca del agua necesaria, �� las llanuras lejanas cubiertas de eflorescencias salitrosas. El agua se deposita en grandes tinajas, y les gusta mirarse en ella, lo mismo que en nuestros felices climas podemos hacer en el m��gico espejo de nuestras fuentes.
El extranjero que se aventura por ciertos pueblos del alto Arag��n, constru��dos sobre las cumbres de los montes que sirven de base �� los Pirineos lo mismo que rocas �� punto de rodar hasta el valle, se ve sorprendido por la tierra roja que cimenta las piedras irregulares de las miserables casuchas. Supone que la roja argamasa se ha amasado con arena rojiza, pero no es as��; los constructores, avaros de su agua, han preferido hacer el mortero con vino. La cosecha del a?o anterior ha sido buena, sus bodegas est��n llenas de l��quido, y si se quiere colocar la nueva cosecha, no tiene otro recurso que vaciar una buena parte. Para ir en busca del agua, muy lejos en el valle, al pie de las colinas, ser��a necesario perder d��as enteros y cargar numerosas caravanas de mulas. En cuanto �� servirse del agua que cae gota �� gota por la hendidura de la roca inmediata, es un sacrilegio en el cual nadie piensa. Esta agua, las mujeres que van todos los d��as �� recogerla en sus c��ntaros, la conservan con un amor religioso.
?Cu��nto m��s viva todav��a debe ser la admiraci��n que por el agua siente el viajero que atraviesa el desierto de piedras �� de arena, y que ignora si tendr�� la suerte de hallar un poco de humedad en alg��n pozo, cuyas paredes est��n formadas con huesos de camello! Llega al punto indicado, pero la ��ltima gota acaba de ser evaporada por el sol; ahonda el h��medo suelo con la punta de su lanza; todo in��til, la fuente que buscaba no volver�� �� tener agua hasta la pr��xima temporada de lluvias. ?Qu�� tiene, pues, de extra?o que su imaginaci��n, siempre obsesionada por la visi��n de las fuentes, dirigida hacia la imagen de las aguas, se las haga aparecer repentinamente? El espejismo no es s��lo, tal como lo dice la f��sica moderna, una ilusi��n de la vista producida por la refracci��n de los rayos del sol al trav��s de un plano en el que la temperatura no es en todas partes la misma; es tambi��n con frecuencia una alucinaci��n del fatigado viajero. Para ��l, el colmo de su felicidad ser��a ver aparecer �� sus pies mismo un lago de agua fresca, en el cual pudiera al mismo tiempo que calmar su sed, refrescar su cuerpo, y tal es la intensidad de su deseo, que transforma su ensue?o en una imagen visible. El hermoso lago que describe en su pensamiento, se le aparece al fin reflejando �� lo lejos la luz del sol y presentando �� su vista la orilla dilatada hasta el horizonte, poblada de tupidas y elegantes palmeras. Dentro de algunos minutos nadar�� voluptuosamente en sus aguas, y ya que no puede gozar de la realidad, disfruta al menos con la ilusi��n.
?Qu�� momento de entusiasmo y alegr��a aquel en que el gu��a de la caravana, dotado de vista m��s penetrante que sus compa?eros, divisa en el horizonte el punto negro que le revela el verdadero oasis! Lo se?ala con el dedo �� los que le siguen, y todos sienten en el mismo instante disminuir la laxitud: la vista de ese peque?o punto casi
Continue reading on your phone by scaning this QR Code
Tip: The current page has been bookmarked automatically. If you wish to continue reading later, just open the
Dertz Homepage, and click on the 'continue reading' link at the bottom of the page.