en alguna playa salir �� borbotones la maravillosa agua.
?Y �� qu�� es debido el que hombres, gozando despu��s, de todo de un excelente buen sentido y gran fuerza de voluntad, buscaran con tanta pasi��n la fuente divina que deb��a renovar sus cuerpos y se expon��an alegremente �� todos los peligros con la esperanza de encontrarla? Consiste en que nada les parec��a imposible �� los que hab��an visto realizarse las maravillas del Renacimiento. En Italia, los sabios hab��an sabido resucitar el mundo griego con sus pensadores y artistas; en la brumosa Alemania los magos de la verdad hab��an descubierto la maravilla de hacer grabar el metal y la madera; los libros se imprim��an, y el dominio infinito de las ciencias se abr��a as�� �� las masas del pueblo, condenadas en otro tiempo �� la obscuridad de la ignorancia; en fin, los navegantes genoveses, venecianos, espa?oles y portugueses hab��an hecho surgir, como un segundo planeta unido al nuestro, un continente nuevo con sus plantas, sus animales, sus pueblos y sus dioses. La inmensa renovaci��n de las cosas hab��a embriagado los esp��ritus; s��lo lo posible parec��a quim��rico. La Edad Media desapareci�� en el abismo de los siglos pasados, y, para los hombres empezaba una nueva era, m��s libre y feliz. Los que por el estudio se hab��an emancipado del error y las supersticiones, comprendieron que la ciencia, el trabajo y la uni��n fraternal pod��an s��lo aumentar el poder de la humanidad y hacerla triunfar definitivamente de la influencia del pasado; pero los soldados groseros, h��roes contra el buen sentido, iban buscando en el pasado legendario esa gran era de renovaci��n que se abr��a precisamente por las conquistas de la observaci��n y la negaci��n del milagro; ten��an necesidad de un s��mbolo material para creer en el progreso, y este s��mbolo era el de la fuente, en donde los miembros del anciano recobraran la fuerza y la belleza. La imagen que se presentaba naturalmente �� su imaginaci��n era la de la fuente, naciendo �� la libertad del fondo tenebroso del suelo y haciendo crecer en seguida sobre sus orillas frondosas las plantas, las flores y la juventud.
CAP��TULO II
#El agua del desierto#
Para comprender la importancia que han tenido los manantiales y los arroyos en la vida de las sociedades, es preciso transportarse, aunque s��lo sea con el pensamiento, �� los pa��ses donde la tierra avara no deja brotar m��s que muy raras fuentes. Acostados blanda y c��modamente sobre la hierba de nuestros prados, cerca del agua que se escapa �� borbotones, es muy f��cil abandonarnos �� la voluptuosidad de vivir, content��ndonos s��lo con los encantadores horizontes de nuestro clima; pero dejemos nuestro esp��ritu vagar bastante m��s all�� de los l��mites donde alcanza nuestra mirada. Viajemos �� capricho lejos de las matas gram��neas que se balancean �� nuestro lado �� la otra parte de los ��lamos que hacen sombra �� la fuente, y de los surcos que rayan la falda de la colina; m��s all�� todav��a de las ondulaciones vaporosas de las crestas que marcan las fronteras del valle y de los blancos jirones de nubes que festonean el horizonte. Sigamos en su vuelo, al otro lado de los montes y los mares, al p��jaro que se marcha hacia otros continentes. La frente refleja un instante su r��pida imagen pero bien pronto desaparece en el espacio.
Aqu��, en nuestros ricos valles de la Europa occidental, el agua corre en abundancia; las plantas bien regadas, se desarrollan con toda su belleza; las ramas de los ��rboles, con su corteza lisa y tierna, est��n rebosando savia; el aire tibio est�� cargado de vapores. Por influencia del contraste, es natural pensar en otras comarcas menos felices, en las que la atm��sfera no produce lluvia, y el suelo, demasiado ��rido, da vida raqu��tica �� una insignificante vegetaci��n. En esas regiones es donde las gentes saben apreciar el agua en su justo valor. En el interior del Asia, en la Pen��nsula ar��biga, en el Sahara y el desierto del Africa Central, en las llanuras del Nuevo Mundo, y hasta en ciertas regiones de Espa?a, cada fuente es algo m��s que el s��mbolo de la vida; es la vida misma: que el agua sea abundante y la prosperidad del pa��s se acrecentar��; si la cantidad disminuye �� desaparece completamente, los pueblos se empobrecen �� mueren: su historia es la del hilo de agua, cerca del cual construyen sus caba?as.
Los orientales, cuando tienen ensue?os de felicidad, se ven siempre al borde de un arroyuelo, y en sus cantos celebran, sobre todo, la belleza de las fuentes. Mientras que en nuestra Europa, con bastante agua para el desenvolvimiento de la vida, nos saludamos burguesamente pregunt��ndonos por la salud y los negocios, los gallos del Africa oriental, se preguntan inclin��ndose. ??Has hallado agua?? En el Indost��n, al criado encargado de refrescar la morada rociando el piso, le
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