aun, los sitios encantadores en donde alegremente salen del suelo las aguas cristalinas, han sido maldecidos como parajes frecuentados por demonios. Durante los dolorosos siglos de la Edad Media, el temor transform�� los hombres, y este sentimiento funesto les hizo ver caras gesticulantes y rid��culas, en donde nuestros antepasados sorprendieron la sonrisa de los dioses, transformando en antesala del infierno la alegre tierra que para los helenos fu�� la base del Olimpo. Los negros sacerdotes, comprendiendo por instinto que la libertad podr��a renacer del amor �� la naturaleza, hab��an entregado la tierra �� los genios infernales; hab��an puesto los demonios y los fantasmas en el mismo punto que antes ocupaban los dr��adas y las fuentes donde en otro tiempo se ba?aban las ninfas. Al nacimiento de las aguas acud��an los espectros de los muertos para unir sus sollozos con los quejidos lastimeros de los ��rboles y el murmullo del agua al chocar con las piedras; era tambi��n el punto de reuni��n de las bestias salvajes, en donde por las noches el siniestro duende se emboscaba detr��s de una bre?a para lanzarse de un salto sobre los caminantes y convertirlos en cabalgadura suya. En Francia, como en Espa?a ?cu��ntas ?fuentes del diablo? y ?bocas de infierno? existen, no frecuentadas por los campesinos supersticiosos, y teniendo ��nicamente de infernal, sin embargo, esas fuentes temidas y esos antros subterr��neos, la majestad salvaje del lugar �� la azul profundidad de sus aguas!
En adelante, �� todos los hombres que aman �� la vez la poes��a y la ciencia, �� todos los que deben trabajar de com��n acuerdo para el bienestar general, corresponde el deber de levantar la maldici��n arrojada sobre las fecundas y encantadoras fuentes por los sacerdotes de la Edad Media. No adoraremos, es cierto, como nuestros antepasados, arios, semitas �� ��beros, el agua transparente que sale �� borbotones del suelo; para manifestar nuestro agradecimiento por la vida y las riquezas que produce �� las sociedades, no lo construiremos ning��n ninfeo, no le dedicaremos ninguna libaci��n solemne, pero en honor de la fuente haremos m��s que todo eso. Estudiaremos en sus aguas, en su espuma, en la arena que arrastra, en las tierras que disuelve y, �� pesar de las tinieblas, remontaremos el curso subterr��neo hasta la primera gota que la roca transpira; �� la luz del d��a la seguiremos de cascada en cascada, de curva en curva, hasta llegar al inmensa dep��sito del mar �� donde va �� confundirse, y conoceremos con exactitud el papel importante que desempe?a en la historia del planeta. Al mismo tiempo, aprenderemos �� utilizarla de un modo completo en el riego de nuestros campos, convirti��ndola en una de nuestras riquezas, poni��ndola al servicio com��n de la humanidad, en vez de dejarla arrasar los cultivos �� perderse en pestilentes pantanos. Cuando hayamos, en fin, comprendido �� la fuente con exacta perfecci��n, entonces ser�� nuestra fiel asociada en la obra de embellecimiento del globo; entonces apreciaremos pr��cticamente su encanto y su belleza, y nuestras miradas no ser��n ya de infantil admiraci��n. El agua, como la tierra que vivifica, nos parecer�� cada d��a m��s hermosa en cuanto se haya purificado, no sin pena, de su larga maldici��n. Las tradiciones de nuestros antepasados, los ciudadanos hel��nicos, que miraban con tanto amor el perfil de los montes, el nacimiento de las aguas y el contorno accidentado de las orillas del arroyo, han sido vueltas �� la vida por nuestros artistas para la tierra entera como para la fuente, y gracias �� esta resurrecci��n la humanidad florece de nuevo en su juventud y su alegr��a.
Cuando empez�� el renacimiento de los pueblos europeos, un mito extra?o se propag�� entre los hombres. Se contaba que lejos, muy lejos, m��s all�� de los l��mites del mundo conocido, exist��a una fuente maravillosa, que reun��a las virtudes de todas las dem��s fuentes; no s��lo curaba los males sino que rejuvenec��a y daba la inmortalidad. El vulgo crey�� esta f��bula y se puso �� buscar la ?Fuente d�� la Juventud,? esperando encontrarla, no en la entrada de los infiernos, como la laguna Estigia, sino al contrario, en un para��so terrestre, en medio de flores y verdura, bajo una primavera eterna. Despu��s del descubrimiento del Nuevo Mundo, los soldados espa?oles, �� millares, se aventuraban con hero��smo inusitado en medio de tierras desconocidas, �� trav��s de los bosques, pantanos, barrancos y montes, y en regiones pobladas de enemigos; iban siempre adelante, y cada una de sus etapas se marcaba con la muerte de muchos de ellos; pero los que quedaban avanzaban sin detenerse, esperando hallar al fin, en recompensa de sus esfuerzos, esa agua maravillosa cuyo contacto les har��a vencer �� la muerte. Aun hoy, seg��n se dice, los pescadores descendientes de los primeros conquistadores espa?oles dan vueltas alrededor de las islas del estrecho de las Bahamas, con la esperanza de ver
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