se cuenta en el Libro de los Reyes, en el capítulo
que vos halláredes que se escribe. Tras esto, para mostraros hombre erudito en letras
humanas y cosmógrafo, haced de modo como en vuestra historia se nombre el río Tajo, y
veréisos luego con otra famosa anotación, poniendo: El río Tajo fue así dicho por un rey
de las Españas; tiene su nacimiento en tal lugar y muere en el mar océano, besando los
muros de la famosa ciudad de Lisboa; y es opinión que tiene las arenas de oro, etc. Si
tratáredes de ladrones, yo os diré la historia de Caco, que la sé de coro; si de mujeres
rameras, ahí está el obispo de Mondoñedo, que os prestará a Lamia, Laida y Flora, cuya
anotación os dará gran crédito; si de crueles, Ovidio os entregará a Medea; si de
encantadores y hechiceras, Homero tiene a Calipso, y Virgilio a Circe; si de capitanes
valerosos, el mesmo Julio César os prestará a sí mismo en sus Comentarios, y Plutarco os
dará mil Alejandros. Si tratáredes de amores, con dos onzas que sepáis de la lengua
toscana, toparéis con León Hebreo, que os hincha las medidas. Y si no queréis andaros
por tierras extrañas, en vuestra casa tenéis a Fonseca, Del amor de Dios, donde se cifra
todo lo que vos y el más ingenioso acertare a desear en tal materia. En resolución, no hay
más sino que vos procuréis nombrar estos nombres, o tocar estas historias en la vuestra,
que aquí he dicho, y dejadme a mí el cargo de poner las anotaciones y acotaciones; que
yo os voto a tal de llenaros las márgenes y de gastar cuatro pliegos en el fin del libro.
»Vengamos ahora a la citación de los autores que los otros libros tienen, que en el vuestro
os faltan. El remedio que esto tiene es muy fácil, porque no habéis de hacer otra cosa que
buscar un libro que los acote todos, desde la A hasta la Z, como vos decís. Pues ese
mismo abecedario pondréis vos en vuestro libro; que, puesto que a la clara se vea la
mentira, por la poca necesidad que vos teníades de aprovecharos dellos, no importa nada;
y quizá alguno habrá tan simple, que crea que de todos os habéis aprovechado en la
simple y sencilla historia vuestra; y, cuando no sirva de otra cosa, por lo menos servirá
aquel largo catálogo de autores a dar de improviso autoridad al libro. Y más, que no
habrá quien se ponga a averiguar si los seguistes o no los seguistes, no yéndole nada en
ello. Cuanto más que, si bien caigo en la cuenta, este vuestro libro no tiene necesidad de
ninguna cosa de aquellas que vos decís que le falta, porque todo él es una invectiva
contra los libros de caballerías, de quien nunca se acordó Aristóteles, ni dijo nada San
Basilio, ni alcanzó Cicerón; ni caen debajo de la cuenta de sus fabulosos disparates las
puntualidades de la verdad, ni las observaciones de la astrología; ni le son de importancia
las medidas geométricas, ni la confutación de los argumentos de quien se sirve la retórica;
ni tiene para qué predicar a ninguno, mezclando lo humano con lo divino, que es un
género de mezcla de quien no se ha de vestir ningún cristiano entendimiento. Sólo tiene
que aprovecharse de la imitación en lo que fuere escribiendo; que, cuanto ella fuere más
perfecta, tanto mejor será lo que se escribiere. Y, pues esta vuestra escritura no mira a
más que a deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los libros
de caballerías, no hay para qué andéis mendigando sentencias de filósofos, consejos de la
Divina Escritura, fábulas de poetas, oraciones de retóricos, milagros de santos, sino
procurar que a la llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga
vuestra oración y período sonoro y festivo; pintando, en todo lo que alcanzáredes y fuere
posible, vuestra intención, dando a entender vuestros conceptos sin intricarlos y
escurecerlos. Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a
risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención,
el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla. En efecto, llevad la mira puesta a
derribar la máquina mal fundada destos caballerescos libros, aborrecidos de tantos y
alabados de muchos más; que si esto alcanzásedes, no habríades alcanzado poco.
Con silencio grande estuve escuchando lo que mi amigo me decía, y de tal manera se
imprimieron en mí sus razones que, sin ponerlas en disputa, las aprobé por buenas y de
ellas mismas quise hacer este prólogo; en el cual verás, lector suave, la discreción de mi
amigo, la buena ventura mía en hallar en tiempo
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