en Xenofonte y en Zoílo o Zeuxis, aunque fue maldiciente el uno
y pintor el otro. También ha de carecer mi libro de sonetos al principio, a lo menos de
sonetos cuyos autores sean duques, marqueses, condes, obispos, damas o poetas
celebérrimos; aunque, si yo los pidiese a dos o tres oficiales amigos, yo sé que me los
darían, y tales, que no les igualasen los de aquellos que tienen más nombre en nuestra
España. En fin, señor y amigo mío -proseguí-, yo determino que el señor don Quijote se
quede sepultado en sus archivos en la Mancha, hasta que el cielo depare quien le adorne
de tantas cosas como le faltan; porque yo me hallo incapaz de remediarlas, por mi
insuficiencia y pocas letras, y porque naturalmente soy poltrón y perezoso de andarme
buscando autores que digan lo que yo me sé decir sin ellos. De aquí nace la suspensión y
elevamiento, amigo, en que me hallastes; bastante causa para ponerme en ella la que de
mí habéis oído.
Oyendo lo cual mi amigo, dándose una palmada en la frente y disparando en una carga de
risa, me dijo:
-Por Dios, hermano, que agora me acabo de desengañar de un engaño en que he estado
todo el mucho tiempo que ha que os conozco, en el cual siempre os he tenido por discreto
y prudente en todas vuestras aciones. Pero agora veo que estáis tan lejos de serlo como lo
está el cielo de la tierra. ¿Cómo que es posible que cosas de tan poco momento y tan
fáciles de remediar puedan tener fuerzas de suspender y absortar un ingenio tan maduro
como el vuestro, y tan hecho a romper y atropellar por otras dificultades mayores? A la fe,
esto no nace de falta de habilidad, sino de sobra de pereza y penuria de discurso. ¿Queréis
ver si es verdad lo que digo? Pues estadme atento y veréis cómo, en un abrir y cerrar de
ojos, confundo todas vuestras dificultades y remedio todas las faltas que decís que os
suspenden y acobardan para dejar de sacar a la luz del mundo la historia de vuestro
famoso don Quijote, luz y espejo de toda la caballería andante.
-Decid -le repliqué yo, oyendo lo que me decía-: ¿de qué modo pensáis llenar el vacío de
mi temor y reducir a claridad el caos de mi confusión?
A lo cual él dijo:
-Lo primero en que reparáis de los sonetos, epigramas o elogios que os faltan para el
principio, y que sean de personajes graves y de título, se puede remediar en que vos
mesmo toméis algún trabajo en hacerlos, y después los podéis bautizar y poner el nombre
que quisiéredes, ahijándolos al Preste Juan de las Indias o al Emperador de Trapisonda,
de quien yo sé que hay noticia que fueron famosos poetas; y cuando no lo hayan sido y
hubiere algunos pedantes y bachilleres que por detrás os muerdan y murmuren desta
verdad, no se os dé dos maravedís; porque, ya que os averigüen la mentira, no os han de
cortar la mano con que lo escribistes.
»En lo de citar en las márgenes los libros y autores de donde sacáredes las sentencias y
dichos que pusiéredes en vuestra historia, no hay más sino hacer, de manera que venga a
pelo, algunas sentencias o latines que vos sepáis de memoria, o, a lo menos, que os
cuesten poco trabajo el buscalle; como será poner, tratando de libertad y cautiverio:
Non bene pro toto libertas venditur auro.
Y luego, en el margen, citar a Horacio, o a quien lo dijo. Si tratáredes del poder de la
muerte, acudir luego con:
Pallida mors aequo pulsat pede pauperum tabernas, Regumque turres.
Si de la amistad y amor que Dios manda que se tenga al enemigo, entraros luego al punto
por la Escritura Divina, que lo podéis hacer con tantico de curiosidad, y decir las palabras,
por lo menos, del mismo Dios: Ego autem dico vobis: diligite inimicos vestros. Si
tratáredes de malos pensamientos, acudid con el Evangelio: De corde exeunt cogitationes
malae. Si de la instabilidad de los amigos, ahí está Catón, que os dará su dístico:
Donec eris felix, multos numerabis amicos,
tempora si fuerint nubila, solus eris.
Y con estos latinicos y otros tales os tendrán siquiera por gramático, que el serlo no es de
poca honra y provecho el día de hoy.
»En lo que toca el poner anotaciones al fin del libro, seguramente lo podéis hacer desta
manera: si nombráis algún gigante en vuestro libro, hacelde que sea el gigante Golías, y
con sólo esto, que os costará casi nada, tenéis una grande anotación, pues podéis poner:
El gigante Golías, o Goliat, fue un filisteo a quien el pastor David mató de una gran
pedrada en el valle de Terebinto, según
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