Don Quijote | Page 5

Miguel de Cervantes
imaginarse. Pero no he podido yo contravenir al orden de naturaleza; que en ella cada cosa engendra su semejante. Y as��, ?qu�� podr�� engendrar el est��ril y mal cultivado ingenio m��o, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendr�� en una c��rcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitaci��n? El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del esp��ritu son grande parte para que las musas m��s est��riles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de contento. Acontece tener un padre un hijo feo y sin gracia alguna, y el amor que le tiene le pone una venda en los ojos para que no vea sus faltas, antes las juzga por discreciones y lindezas y las cuenta a sus amigos por agudezas y donaires. Pero yo, que, aunque parezco padre, soy padrastro de Don Quijote, no quiero irme con la corriente del uso, ni suplicarte, casi con las l��grimas en los ojos, como otros hacen, lector car��simo, que perdones o disimules las faltas que en este mi hijo vieres; y ni eres su pariente ni su amigo, y tienes tu alma en tu cuerpo y tu libre albedr��o como el m��s pintado, y est��s en tu casa, donde eres se?or della, como el rey de sus alcabalas, y sabes lo que com��nmente se dice: que debajo de mi manto, al rey mato. Todo lo cual te esenta y hace libre de todo respecto y obligaci��n; y as��, puedes decir de la historia todo aquello que te pareciere, sin temor que te calunien por el mal ni te premien por el bien que dijeres della.
S��lo quisiera d��rtela monda y desnuda, sin el ornato de pr��logo, ni de la inumerabilidad y cat��logo de los acostumbrados sonetos, epigramas y elogios que al principio de los libros suelen ponerse. Porque te s�� decir que, aunque me cost�� alg��n trabajo componerla, ninguno tuve por mayor que hacer esta prefaci��n que vas leyendo. Muchas veces tom�� la pluma para escribille, y muchas la dej��, por no saber lo que escribir��a; y, estando una suspenso, con el papel delante, la pluma en la oreja, el codo en el bufete y la mano en la mejilla, pensando lo que dir��a, entr�� a deshora un amigo m��o, gracioso y bien entendido, el cual, vi��ndome tan imaginativo, me pregunt�� la causa; y, no encubri��ndosela yo, le dije que pensaba en el pr��logo que hab��a de hacer a la historia de don Quijote, y que me ten��a de suerte que ni quer��a hacerle, ni menos sacar a luz las haza?as de tan noble caballero.
-Porque, ?c��mo quer��is vos que no me tenga confuso el qu�� dir�� el antiguo legislador que llaman vulgo cuando vea que, al cabo de tantos a?os como ha que duermo en el silencio del olvido, salgo ahora, con todos mis a?os a cuestas, con una leyenda seca como un esparto, ajena de invenci��n, menguada de estilo, pobre de concetos y falta de toda erudici��n y doctrina; sin acotaciones en las m��rgenes y sin anotaciones en el fin del libro, como veo que est��n otros libros, aunque sean fabulosos y profanos, tan llenos de sentencias de Arist��teles, de Plat��n y de toda la caterva de fil��sofos, que admiran a los leyentes y tienen a sus autores por hombres le��dos, eruditos y elocuentes? ?Pues qu��, cuando citan la Divina Escritura! No dir��n sino que son unos santos Tomases y otros doctores de la Iglesia; guardando en esto un decoro tan ingenioso, que en un rengl��n han pintado un enamorado destra��do y en otro hacen un sermoncico cristiano, que es un contento y un regalo o��lle o leelle. De todo esto ha de carecer mi libro, porque ni tengo qu�� acotar en el margen, ni qu�� anotar en el fin, ni menos s�� qu�� autores sigo en ��l, para ponerlos al principio, como hacen todos, por las letras del A.B.C., comenzando en Arist��teles y acabando en Xenofonte y en Zo��lo o Zeuxis, aunque fue maldiciente el uno y pintor el otro. Tambi��n ha de carecer mi libro de sonetos al principio, a lo menos de sonetos cuyos autores sean duques, marqueses, condes, obispos, damas o poetas celeb��rrimos; aunque, si yo los pidiese a dos o tres oficiales amigos, yo s�� que me los dar��an, y tales, que no les igualasen los de aquellos que tienen m��s nombre en nuestra Espa?a. En fin, se?or y amigo m��o -prosegu��-, yo determino que el se?or don Quijote se quede sepultado en sus archivos en la Mancha, hasta que el cielo depare quien le adorne de tantas cosas como le
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