Muchos: pero los voy matando a casi todos.
DON BASILIO. ¿Entonces cómo te quieren tanto?
LUJÁN. Porque elijo bien. ¿A quién no le sobra un pariente?
DON BASILIO. ¡Ja, ja, ja! Veo que también conservas aquellas tus salidas chuscas de
mozo. _Reparando en Tata, que se acerca._ Ahora verás.
LUJÁN. ¿Cómo?
DON BASILIO. Que ahora verás.
Sale TATA.
TATA. Aquí estoy ya de vuelta. _Encarándose con Luján._ Bueno, señor: es costumbre
de la señora que sus servidores demos los recados a todas las personas de la misma forma
que ella los da.
LUJÁN. Bien. Me parece muy bien.
DON BASILIO. ¿Tú le has dicho?...
TATA. Yo le he dicho que había llegado y que tenía gusto en saludarla su amigo de usted
el forastero.
DON BASILIO. ¿Y qué te ha contestado ella?
TATA. Que dime con quien andas, te diré quién eres.[13] Que está en el oratorio, y que
no sale porque no quiere ver visiones. Y que mañana con la luz del sol tendrá usted mejor
vista. Con permiso. _Se va por la puerta del foro hacia la derecha._
_Luján la mira fijamente, un poco estupefacto, sin dar crédito a lo que oye. Don Basilio
traga alguna saliva. Pausa._
LUJÁN. ¿Qué es esto, Basilio?
DON BASILIO. Isidoro, abrázame.
LUJÁN. Basilio, ¿qué es esto?
DON BASILIO. Abrázame, Isidoro.
LUJÁN. ¿Por qué no?
DON BASILIO. Eres el rigor de las desdichas.
LUJÁN. En los cuarenta y nueve años que tengo, no me ha ocurrido cosa igual. ¿Quieres
explicarme?...
DON BASILIO. ¡Ay, querido Isidoro! No sólo has venido a Guadalema a que te fría la
sangre la familia de don Rodrigo, sino a cumplir al lado mío, en el caserón de los
Olivenzas, un alto deber profesional.
LUJÁN. ¡Carape! como dices tú.
DON BASILIO. Mi hermana Clarines... _Barrenándose con un dedo la sien._ Mi
hermana Clarines ha perdido el juicio.
LUJÁN. ¿Qué me cuentas?
DON BASILIO. Lo que oyes, Isidoro; lo que oyes. Sufrió, en una edad crítica de su vida,
una conmoción moral extraordinaria, espantosa...
LUJÁN. Algo recuerdo que me escribiste...
DON BASILIO. Pues de aquella fecha arranca el mal. La sonrisa se fué de sus labios, se
le pusieron blancos los cabellos, su carácter se desquició, se envenenó su espíritu, dió en
mil manías y aberraciones, y un día tras otro, para no cansarte, ha llegado a tal punto, que
creo un deber de conciencia, ya que estás aquí, consultar el caso contigo.
LUJÁN. ¡Diablo, diablo!
DON BASILIO. ¿Comprendes ahora que me tiña las canas?
LUJÁN. Hombre, no: comprendo que te salgan. Que te las tiñas no lo comprendo,
francamente.
DON BASILIO. Bien, bien: no divaguemos. Esta desgracia que yo te anuncio con el
temor de que tu ciencia pueda llevarme a la certidumbre, es una verdad axiomática en
toda Guadalema: «Doña Clarines está loca; doña Clarines está como un cencerro; que la
aten; que la encierren...» Éste es el rumor público: esto es lo que oyes dondequiera que de
ella se habla.
LUJÁN. ¿Qué vida lleva ella?
DON BASILIO. La más extraña que puedes imaginarte. O en sus habitaciones
misteriosamente encerrada--¡ni a mí me deja entrar!--y haciendo no sabemos qué, o
sentada en este butacón, devorando las horas en silencio. Si habla, es para reñir y
desatinar; si alguien viene a verla, seguro está que ella no lo insulte y lo haga salir[14] a
espetaperros por las escaleras. A excepción de Tata, la vieja, que desde niña la conoce y
la quiere, no hay criado alguno que pueda resistirla ocho días seguidos. Ninguno para en
esta casa. ¡Y cuidado que se les paga con largueza! ¡Pues ninguno para! Todos se van
jurando y perjurando que es loca.
LUJÁN. ¿Y quién le administra sus bienes? ¿Quién lleva el cargo de su hacienda?
DON BASILIO. ¡Ella misma! Y éste es mi gran temor, Lujanito. Yo creo que nos está
arruinando. Y digo nos, porque, claro es, yo... desde que... por los azares de mi vida, me
quedé sin blanca de lo mío, vivo naturalmente al lado de ella. Figúrate si su ruina me
interesará como cosa propia.
LUJÁN. Ya, ya me lo figuro. ¿Es pródiga tu hermana?
DON BASILIO. A quien le pide, jamás le da un céntimo: me consta de un modo
indudable. Pero temporadas hay en que su mano no se cansa de dar dinero; que no parece
sino que tiene el prurito de quedarse con el día y la noche.[15]
LUJÁN. Pues eso ya es más serio.
DON BASILIO. ¿Crees que no lo sé? ¡Si yo no hago un sueño de dos horas![16] Porque
es que nos va el bienestar, la tranquilidad de la vida, en estos años en que se empieza a
bajar la cuesta... Te digo que hay para no dormir.[17]
LUJÁN. Ciertamente.
DON BASILIO. Y aún queda el rabo por desollar, amigo Isidoro.
LUJÁN. ¿Sí? ¿Cuál es el
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