Doña Clarines y Mañana de Sol | Page 9

Serafín y Joaquín Álvarez Quintero
rabo?
DON BASILIO. Mi hermano Juan, viudo con una hija de diez y ocho años, ha muerto en
Madrid hace tres meses.
LUJÁN. ¿Que ha muerto Juan?[18]
DON BASILIO. Hace tres meses murió el pobre. ¿Extrañarás no verme de luto?
LUJÁN. Sí.
DON BASILIO. ¡Cosas de Clarines! ¡Dice que el luto es una vanidad del dolor y que no
se pone luto por nadie!
LUJÁN. ¿Y tú piensas lo mismo que ella?
DON BASILIO. ¿Yo qué he de pensar?[19]
LUJÁN. ¿Entonces cómo no vas de negro?
DON BASILIO. ¡Por no hacer más patente su chifladura!... ¡Y porque no me da una
peseta para el traje!...
LUJÁN. Ya.
DON BASILIO. Pero concluyamos con mi cuento. Mi hermano Juan--Dios lo tenga en su
gloria,[20]--ha hecho al morir el disparate--asómbrate, Isidoro--de confiarle su hija y sus
bienes a esta desventurada doña Clarines. ¿Qué tal? ¿Debo yo permanecer ocioso? ¿Eh?
Mi responsabilidad moral ante los hechos, es enorme. El pobre Juan seguramente
desconocía el estado de perturbación de nuestra hermana. ¿No es deber mío ponerme al
lado de esa niña?
LUJÁN. Claro.
DON BASILIO. ¿Verdad que sí? Por eso, ya que la providencia te envía, me atrevo a

suplicarte que observes detenidamente, concienzudamente, científicamente a la infeliz
Clarines, y si por desgracia tú confirmas mis secretos temores... algo habrá que hacer, ¿no
te parece? ¡algo habrá que hacer!... Yo hablaría con mi sobrinita, que es muy razonable...
y... ¡qué carape! de acuerdo contigo le buscaríamos al caso la mejor solución. Así como
así, mi vida es un tanto aburridilla, y el administrar los cuatro cuartos de la muchacha me
serviría de entretenimiento. ¿Qué me dices tú?
LUJÁN. _Con gran sorna._ Yo, querido Basilio, hace ya tiempo que procuro no darles a
las cosas sino sólo el valor que tienen. Determinar qué valor tienen es lo primero. Hay
que vivir en la realidad de la vida.
DON BASILIO. Quiere eso significar...
LUJÁN. Quiere esto significar que acepto la delicada comisión que me encomiendas, y
que empiezo a atar cabos desde este momento.
DON BASILIO. Pero ¿lo tomarás con interés?
LUJÁN. Con todo el interés que merece. Declarándote que, para mí, pocas cosas logran
ya tener ninguno. Porque es un hecho, Basilio amigo: el planeta se enfría, y este tinglado
va a durar poco.
DON BASILIO. Sí, pero... ¿A qué viene?...
LUJÁN. Viene...
DON BASILIO. Calla ahora.
_Por la puerta de la izquierda salen los ojos de Marcela, y luego_ MARCELA, _la
sobrina de doña Clarines. Viste de negro. Su hablar es comedido y prudente._
MARCELA. Buenas noches.
DON BASILIO. Aquí la tienes. Ésta es Marcelita. Mi amigo Luján...
MARCELA. Ya, ya me he figurado... Tanto gusto... Acabo de darle los últimos toques a
su alcoba de usted.
LUJÁN. Mil gracias. No podía yo sospechar que manos tan lindas...
MARCELA. Calle usted, por Dios.
DON BASILIO. Chico, eres el mismo de antaño. Este perillán es muy galante.
LUJÁN. ¡Bah!
MARCELA. Cualquiera falta que usted note allá, cualquier cosa que necesite, me lo dice
a mí.[21]

DON BASILIO. Sí, mejor es: porque si se lo dices a Tata, Tata va con el cuento a doña
Clarines y tenemos gresca.
MARCELA. Eso, no; a doña Clarines no hace falta que le digan las cosas para saberlas
ella. Tiene un poder de adivinación que a mí me da susto.
DON BASILIO. _A Luján._ ¿Eh?
MARCELA. Es natural, después de todo: en soledad constante, no para de discurrir
aquella cabeza, y alambicando alambicando, siempre va a dar con la verdad. ¿Usted ha
entrado a saludarla?
LUJÁN. Ha habido un pequeño inconveniente.
MARCELA. Pues a estas horas, sin haberlo visto, esté usted seguro de que sabe doña
Clarines cómo es usted.
DON BASILIO. Te advierto, Marcelita, que ha dicho que no lo recibe porque no quiere
ver visiones.
MARCELA. ¿Sí?
LUJÁN. Así mismo.
MARCELA. Sus cosas... Usted me dispense... yo no sabía... Si yo adivinara como ella...
LUJÁN. No le preocupe a usted. Me importa poco parecerle visión a la tía, si a la sobrina
no se lo parezco.
MARCELA. A la sobrina de ninguna manera.
LUJÁN. Entonces... Sobre que doña Clarines fundó su juicio en el antiquísimo proverbio
de: «Dime con quien andas, te diré quién eres»...
MARCELA. ¡Ja, ja, ja!
DON BASILIO. Total: que la visión soy yo. Ven a tu alcoba, cepíllate un poco, y vamos
a dar una vuelta por la ciudad. La noche convida. ¿Tú ya no vuelves[22] a casa de don
Rodrigo?
LUJÁN. Hasta mañana, no.
MARCELA. ¿Qué es lo que tiene ese caballero?
LUJÁN. ¡Ganas de fastidiarme a mí!
MARCELA. Todo sea por Dios.
LUJÁN. Con que estoy a tus órdenes incondicionales. Y no se diga a las de usted,[23]

Marcela.
MARCELA. Muchas gracias.
DON BASILIO. Anda, anda, mediquillo.
_Se van por la puerta de la izquierda los dos camaradas._
MARCELA. Es muy simpático este señor. Y
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