Diario historico de la rebelion y guerra de los pueblos Guaranis situados en la costa oriental del | Page 7

Tadeo Xavier Henis
corrobora la concordia: que esta nunca la
habria si se buscaban nuevos motivos de desavenencia; que no se debia
solamente confiar en las propias fuerzas contra un enemigo que, aunque
inferior en nùmero, les aventajaba en el sitio, la destreza de las armas
de fuego y la experiencia: que eran vanas tambien todas las fuerzas de
los hombres, y vana la multitud, si el Señor de los ejèrcitos que nos
fortalece no las protege: que entonces no hay esperanza ninguna de
victoria: que Dios aborrece las enemistades: que se ahuyenta con las
discordias, y se enajena ó pone uraño con las disenciones. El mismo

predicador puso por egemplo su sufrimiento, que habia esperado por
espacio de dos meses; y así esperasen un dia, los que habian sido
esperados por meses. Callaron los capitanes, y consintieron esperar
hasta el dia postrero de Pascua.
22. Los Lorenzistas volvieron otra vez con sus escusas, esponiendo la
debilidad y cansancio de sus caballos, y por tanto decian, que enviarian
30 soldados al socorro, que ellos se defenderian por sus tierras, y por
otra parte pelearian con el enemigo. Pareció frívola la escusa, porque
los otros habian andado mas largos caminos en caballos asimismo
cansados; ni parecia que se debia contemporizar con los animales,
estando en peligro la tierra. Y por tanto no se admitió la escusa, y se les
avisò que si tardaban, custodiasen ellos sus casas, y mirasen á lo
porvenir. Tampoco pareció oportuno esperarlos, porque como
estuviesen los demas distantes ò retirados, habian de causar una
tardanza perjudicial, ni tan poquita gente (eran cerca de 60) podia dar
tanto socorro para indemnizar el daño que se juzgaba causaria su
tardanza.
23. Era ya el dia que debian llegar los Juanistas, y aun se habia pasado,
y con todo no parecian, no obstante su campo apenas distaba tres ò
cuatro leguas. Poco despues de mediodia, llegò del paso de San Juan el
Alcalde de primer voto, que era enviado por el cabildo y los pueblos,
para que tomase el gobierno en lugar del alferez real, quien mandaba su
destacamento, y era el cabeza y caudillo de las disenciones; lo que ya
se habia hecho saber à aquellos que mandaban en el pueblo. Luego al
punto fué despachado, y se le encomendò diese priesa á los suyos: vino
finalmente con algunos de ellos despues de visperas, y fué recibido
como antes de ayer, de los Miguelistas. Pero se traslucia en todos su
mal ánimo, porque venian sin banderas, sin pompa, y con un triste
silencio; y la misma alma de la guerra, que son los tambores y
trompetas, apenas resonaban. Con eso se ajustaron despues de visperas,
y cada uno dió sus consejos, y pareció que todos conspiraban à una
misma cosa.
24. Despues al dia siguiente, que era el 17 de Abril, al salir el sol,
invocaron el Santo Espíritu del Señor con una misa solemne, y del

modo que permitia el tiempo: no faltaron quienes se fortaleciesen con
el sacramento de la penitencia y comunion. Despues hecha señal,
enlazaron los caballos, los ensillaron, quitaron las tiendas, fueron à la
capilla, y se ofrecieron al Señor con las oraciones y ritos que
acostumbra esta gente. Finalmente á la falda del collado se formaron
los escuadrones, pasaron revista, los numeraron, y no pareciò estaba
entero ò cumplido el ejército, porque aun no habian pasado el rio los
escuadrones de San Juan, ni los que estaban allí salian de sus reales,
demostrando su ànimo no aplacado bastantemente. Los que entonces
estaban presentes, pareciò que llegaban al nùmero de 200, debiéndose
aumentar á 500 mas, luego que se juntasen todos. Entretanto se
emprendiò el camino con alborozos, à son de trompetas y cajas.
25. Pasado el rio Guacacay Chico, al pié de las mismas montañas, se
hizo noche siete leguas distantes de la estancia de San Borja: la
siguiente se hizo pasados los cerros de Araricá. Habiendose llegado á
este sitio, salieron al encuentro los exploradores, los que allì fijaron un
palo, y trajeron por novedad que el enemigo habia fortificado el bosque
con faginas y garitas de tierra, y que no pasaban el número de 50
hombres: empero apenas supieron decir cosa cierta. Se les mandó
expusiesen todo lo que sabian; y habièndoseles pedido despues à los
capitanes su parecer, dijeron que nada importaba, que ellos irian
intrèpidamente confiados en el divino auxilio, en la justicia de su causa,
en la muchedumbre de su gente, y tambien en la calidad de su artilleria,
mayor que la del enemigo. Se hizo alto en el mismo lugar. Con todo
eso, la sospecha que recientemente se tenia de algunos de los pueblos,
(es à saber que habia entre los Luisistas uno que tenia secreto comercio
con el enemigo) parece que se confirmaba: porque la noticia de las
cosas exploradas del
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