Cuentos de Amor de Locura y de Muerte | Page 6

Horacio Quiroga
demudado en el espejo.--?La madre era quien hab��a inspirado la carta, ella y su maldita locura! Lidia no hab��a podido menos que escribir, y la pobre chica, trastornada, lloraba todo su amor en la redacci��n. ?Ah! ?Si pudiera verla alg��n d��a, decirle de qu�� modo la he querido, cu��nto la quiero ahora, adorada del alma!
Temblando fu�� hasta el velador y cogi�� el rev��lver, pero record�� su nueva promesa, y durante un rato permaneci�� inm��vil, limpiando obstinadamente con la u?a una mancha del tambor.

#Oto?o#
Una tarde, en Buenos Aires, acababa N��bel de subir al tramway, cuando el coche se detuvo un momento m��s del conveniente, y aqu��l, que le��a, volvi�� al fin la cabeza. Una mujer con lento y dif��cil paso avanzaba. Tras una r��pida ojeada a la inc��moda persona, reanud�� la lectura. La dama se sent�� a su lado, y al hacerlo mir�� atentamente a N��bel. Este, aunque sent��a de vez en cuando la mirada extranjera posada sobre ��l, prosigui�� su lectura; pero al fin se cans�� y levant�� el rostro extra?ado.
--Ya me parec��a que era usted--exclam�� la dama--aunque dudaba a��n... No me recuerda, ?no es cierto?
--S��--repuso N��bel abriendo los ojos--la se?ora de Arrizabalaga...
Ella vi�� la sorpresa de N��bel, y sonri�� con aire de vieja cortesana que trata a��n de parecer bien a un muchacho.
De ella, cuando N��bel la conoci�� once a?os atr��s, s��lo quedaban los ojos, aunque m��s hundidos, y apagados ya. El cutis amarillo, con tonos verdosos en las sombras, se resquebrajaba en polvorientos surcos. Los p��mulos saltaban ahora, y los labios, siempre gruesos, pretend��an ocultar una dentadura del todo cariada. Bajo el cuerpo demacrado se ve��a viva a la morfina corriendo por entre los nervios agotados y las arterias acuosas, hasta haber convertido en aquel esqueleto, a la elegante mujer que un d��a hoje�� la Illustration a su lado.
--S��, estoy muy envejecida... y enferma; he tenido ya ataques a los ri?ones... y usted--a?adi�� mir��ndolo con ternura--?siempre igual! Verdad es que no tiene treinta a?os a��n... Lidia tambi��n est�� igual.
N��bel levant�� los ojos:
--?Soltera?
--S��... ?Cu��nto se alegrar�� cuando le cuente! ?Por qu�� no le da ese gusto a la pobre? ?No quiere ir a vernos?
--Con mucho gusto--murmur�� N��bel.
--S��, vaya pronto; ya sabe lo que hemos sido para... En fin, Boedo, 1483; departamento 14... Nuestra posici��n es tan mezquina...
--?Oh!--protest�� ��l, levant��ndose para irse. Prometi�� ir muy pronto.
Doce d��as despu��s N��bel deb��a volver al ingenio, y antes quiso cumplir su promesa. Fu�� all��--un miserable departamento de arrabal.--La se?ora de Arrizabalaga lo recibi��, mientras Lidia se arreglaba un poco.
--?Conque once a?os!--observ�� de nuevo la madre.--?C��mo pasa el tiempo! ?Y usted que podr��a tener una infinidad de hijos con Lidia!
--Seguramente--sonri�� N��bel, mirando a su rededor.
--?Oh! ?no estamos muy bien! Y sobre todo como debe estar puesta su casa... Siempre oigo hablar de sus ca?averales... ?Es ese su ��nico establecimiento?
--S��,... en Entre R��os tambi��n...
--?Qu�� feliz! Si pudiera uno... Siempre deseando ir a pasar unos meses en el campo, y siempre con el deseo!
Se call��, echando una fugaz mirada a N��bel. Este con el coraz��n apretado, reviv��a n��tidas las impresiones enterradas once a?os en su alma.
--Y todo esto por falta de relaciones... ?Es tan dif��cil tener un amigo en esas condiciones!
El coraz��n de N��bel se contra��a cada vez m��s, y Lidia entr��.
Estaba tambi��n muy cambiada, porque el encanto de un candor y una frescura de los catorce a?os, no se vuelve a hallar m��s en la mujer de veintis��is. Pero bella siempre. Su olfato masculino sinti�� en la mansa tranquilidad de su mirada, en su cuello m��rbido, y en todo lo indefinible que denuncia al hombre el amor ya gozado, que deb��a guardar velado para siempre, el recuerdo de la Lidia que conoci��.
Hablaron de cosas muy triviales, con perfecta discreci��n de personas maduras. Cuando ella sali�� de nuevo un momento, la madre reanud��:
--S��, est�� un poco d��bil... Y cuando pienso que en el campo se repondr��a en seguida... Vea, Octavio: ?me permite ser franca con usted? Ya sabe que lo he querido como a un hijo... ?No podr��amos pasar una temporada en su establecimiento? ?Cu��nto bien le har��a a Lidia!
--Soy casado--repuso N��bel.
La se?ora tuvo un gesto de viva contrariedad, y por un instante su decepci��n fu�� sincera; pero en seguida cruz�� sus manos c��micas:
--?Casado, usted! ?Oh, qu�� desgracia, qu�� desgracia! ?Perd��neme, ya sabe!... No s�� lo que digo... ?Y su se?ora vive con usted en el ingenio?
--S��, generalmente... Ahora est�� en Europa.
--?Qu�� desgracia! Es decir... ?Octavio!--a?adi�� abriendo los brazos con l��grimas en los ojos:--a usted le puedo contar, usted ha sido casi mi hijo... ?Estamos poco menos que en la miseria! ?Por qu�� no quiere que vaya con Lidia? Voy a tener con usted una confesi��n de madre--concluy�� con una pastosa sonrisa y bajando la voz:--usted conoce bien el coraz��n de Lidia, ?no es cierto?
Esper�� respuesta, pero N��bel permaneci�� callado.
--?S��, usted la conoce! ?Y cree que
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