Cuentos de Amor de Locura y de Muerte | Page 4

Horacio Quiroga
desordenados repiqueteaban hacia adentro, y de aqu�� la s��bita tenacidad en un disparate, el brusco abandono de una convicci��n; y en los prodromos de las crisis, la obstinaci��n creciente, convulsiva, edific��ndose a grandes bloques de absurdos. Abusaba de la morfina, por angustiosa necesidad y por elegancia. Ten��a treinta y siete a?os; era alta, con labios muy gruesos y encendidos, que humedec��a sin cesar. Sin ser grandes, los ojos lo parec��an por un poco hundidos y tener pesta?as muy largas; pero eran admirables de sombra y fuego. Se pintaba. Vest��a, como la hija, con perfecto buen gusto, y era ��sta, sin duda, su mayor seducci��n. Deb��a de haber tenido, como mujer, profundo encanto; ahora la histeria hab��a trabajado mucho su cuerpo--siendo, desde luego, enferma del vientre. Cuando el latigazo de la morfina pasaba, sus ojos se empa?aban, y de la comisura de los labios, del p��rpado globoso, pend��a una fina redecilla de arrugas. Pero a pesar de ello, la misma histeria que le deshac��a los nervios era el alimento, un poco m��gico, que sosten��a su tonicidad.
Quer��a entra?ablemente a Lidia; y con la moral de las hist��ricas burguesas, hubiera envilecido a su hija para hacerla feliz--esto es, para proporcionarle aquello que habr��a hecho su propia felicidad.
As��, la inquietud del padre de N��bel a este respecto tocaba a su hijo en lo m��s hondo de sus cuerdas de amante. ?C��mo hab��a escapado Lidia? Porque la limpidez de su cutis, la franqueza de su pasi��n de chica que surg��a con adorable libertad de sus ojos brillantes, eran, ya no prueba de pureza, sino de escal��n de noble gozo por el que N��bel ascend��a triunfal a arrancar de una manotada a la planta podrida la flor que ped��a por ��l.
Esta convicci��n era tan intensa, que N��bel jam��s la hab��a besado. Una tarde, despu��s de almorzar, en que pasaba por lo de Arrizabalaga, hab��a sentido loco deseo de verla. Su dicha fu�� completa, pues la hall�� sola, en bat��n, y los rizos sobre las mejillas. Como N��bel la retuvo contra la pared, ella, riendo y cortada, se recost�� en el muro. Y el muchacho, a su frente, toc��ndola casi, sinti�� en sus manos inertes la alta felicidad de un amor inmaculado, que tan f��cil le habr��a sido manchar.
?Pero luego, una vez su mujer! N��bel precipitaba cuanto le era posible su casamiento. Su habilitaci��n de edad, obtenida en esos d��as, le permit��a por su leg��tima materna afrontar los gastos. Quedaba el consentimiento del padre, y la madre apremiaba este detalle.
La situaci��n de ella, sobrado equ��voca en Concordia, exig��a una sanci��n social que deb��a comenzar, desde luego, por la del futuro suegro de su hija. Y sobre todo, la sosten��a el deseo de humillar, de forzar a la moral burguesa, a doblar las rodillas ante la misma inconveniencia que despreci��.
Ya varias veces hab��a tocado el punto con su futuro yerno, con alusiones a "mi suegro"... "mi nueva familia"... "la cu?ada de mi hija". N��bel se callaba, y los ojos de la madre brillaban entonces con m��s fuego.
Hasta que un d��a la llama se levant��. N��bel hab��a fijado el 18 de octubre para su casamiento. Faltaba m��s de un mes a��n, pero la madre hizo entender claramente al muchacho que quer��a la presencia de su padre esa noche.
--Ser�� dif��cil--dijo N��bel despu��s de un mortificante silencio--. Le cuesta mucho salir de noche... No sale nunca.
--?Ah!--exclam�� s��lo la madre, mordi��ndose r��pidamente el labio. Otra pausa sigui��, pero ��sta ya de presagio.
--Porque usted no hace un casamiento clandestino ?verdad?
--?Oh!--se sonri�� dif��cilmente N��bel--. Mi padre tampoco lo cree.
--?Y entonces?
Nuevo silencio cada vez m��s tempestuoso.
--?Es por m�� que su se?or padre no quiere asistir?
--?No, no se?ora!--exclam�� al fin N��bel, impaciente--. Est�� en su modo de ser... Hablar�� de nuevo con ��l, si quiere.
--?Yo, querer?--se sonri�� la madre dilatando las narices--. Haga lo que le parezca... ?Quiere irse, N��bel, ahora? No estoy bien.
N��bel sali��, profundamente disgustado. ?Qu�� iba a decir a su padre? ��ste sosten��a siempre su rotunda oposici��n a tal matrimonio, y ya el hijo hab��a emprendido las gestiones para prescindir de ella.
--Puedes hacer eso, mucho m��s, y todo lo que te d�� la gana. ?Pero mi consentimiento para que esa entretenida sea tu suegra, ?jam��s!
Despu��s de tres d��as N��bel decidi�� aclarar de una vez ese estado de cosas, y aprovech�� para ello un momento en que Lidia no estaba.
--Habl�� con mi padre--comenz�� N��bel--y me ha dicho que le ser�� completamente imposible asistir.
La madre se puso un poco p��lida, mientras sus ojos, en un s��bito fulgor, se estiraban hacia las sienes.
--?Ah! ?Y por qu��?
--No s��--repuso con voz sorda N��bel.
--Es decir... ?que su se?or padre teme mancharse si pone los pies aqu��?
--No s��--repiti�� ��l con inconsciente obstinaci��n.
--?Es que es una ofensa gratuita la que nos hace ese se?or! ?Qu�� se ha figurado?--a?adi�� con voz ya alterada y los labios temblantes.--?Qui��n es ��l para darse ese
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