Cuentos de Amor de Locura y de Muerte | Page 3

Horacio Quiroga
hasta el lunes, N��bel.
N��bel objet��:
--?No me permitir��a venir esta noche? Hoy es un d��a extraordinario...
--?Bueno! ?Esta noche tambi��n! Acomp��?alo, Lidia.
Pero N��bel, en loca necesidad de movimiento, se despidi�� all�� mismo, y huy�� con su ramo cuyo cabo hab��a deshecho casi, y con el alma proyectada al ��ltimo cielo de la felicidad.
II
Durante dos meses, todos los momentos en que se ve��an, todas las horas que los separaban, N��bel y Lidia se adoraron. Para ��l, rom��ntico hasta sentir el estado de dolorosa melancol��a que provoca una simple gar��a que agrisa el patio, la criatura aquella, con su cara angelical, sus ojos azules y su temprana plenitud, deb��a encarnar la suma posible de ideal. Para ella, N��bel era varonil, buen mozo e inteligente. No hab��a en su mutuo amor m��s nube para el porvenir que la minor��a de edad de N��bel. El muchacho, dejando de lado estudios, carreras y superfluidades por el estilo, quer��a casarse. Como probado, no hab��a sino dos cosas: que a ��l le era absolutamente imposible vivir sin su Lidia, y que llevar��a por delante cuanto se opusiese a ello. Present��a--o m��s bien dicho, sent��a--que iba a escollar rudamente.
Su padre, en efecto, a quien hab��a disgustado profundamente el a?o que perd��a N��bel tras un amor��o de carnaval, deb��a apuntar las ��es con terrible vigor. A fines de Agosto, habl�� un d��a definitivamente a su hijo:
--Me han dicho que sigues tus visitas a lo de Arrizabalaga. ?Es cierto? Porque t�� no te dignas decirme una palabra.
N��bel vi�� toda la tormenta en esa forma de dignidad, y la voz le tembl�� un poco.
--Si no te dije nada, pap��, es porque s�� que no te gusta que hable de eso.
--?Bah! c��mo gustarme, puedes, en efecto, ahorrarte el trabajo... Pero quisiera saber en qu�� estado est��s. ?Vas a esa casa como novio?
--S��.
--?Y te reciben formalmente?
--C-creo que s��.
El padre lo mir�� fijamente y tamborile�� sobre la mesa.
--?Est�� bueno! ?Muy bien!... Oyeme, porque tengo el deber de mostrarte el camino. ?Sabes t�� bien lo que haces? ?Has pensado en lo que puede pasar?
--?Pasar?... ?qu��?
--Que te cases con esa muchacha. Pero f��jate: ya tienes edad para reflexionar, al menos. ?Sabes qui��n es? ?De d��nde viene? ?Conoces a alguien que sepa qu�� vida lleva en Montevideo?
--?Pap��!
--?S��, qu�� hacen all��! ?Bah! no pongas esa cara... No me refiero a tu... novia. Esa es una criatura, y como tal no sabe lo que hace. ?Pero sabes de qu�� viven?
--?No! Ni me importa, porque aunque seas mi padre...
--?Bah, bah, bah! Deja eso para despu��s. No te hablo como padre sino como cualquier hombre honrado pudiera hablarte. Y puesto que te indigna tanto lo que te pregunto, averigua a quien quiera contarte, qu�� clase de relaciones tiene la madre de tu novia con su cu?ado, pregunta!
--?S��! Ya s�� que ha sido...
--Ah, ?sabes que ha sido la querida de Arrizabalaga? ?Y que ��l u otro sostienen la casa en Montevideo? ?Y te quedas tan fresco!
--?...!
--?S��, ya s��, tu novia no tiene nada que ver con esto, ya s��! No hay impulso m��s bello que el tuyo... Pero anda con cuidado, porque puedes llegar tarde!... ?No, no, c��lmate! No tengo ninguna idea de ofender a tu novia, y creo, como te he dicho, que no est�� contaminada a��n por la podredumbre que la rodea. Pero si la madre te la quiere vender en matrimonio, o m��s bien a la fortuna que vas a heredar cuando yo muera, d��le que el viejo N��bel no est�� dispuesto a esos tr��ficos, y que antes se lo llevar�� el diablo que consentir en eso. Nada m��s te quer��a decir.
El muchacho quer��a mucho a su padre a pesar del car��cter duro de ��ste; sali�� lleno de rabia por no haber podido desahogar su ira, tanto m��s violenta cuanto que ��l mismo la sab��a injusta. Hac��a tiempo ya que no ignoraba esto: la madre de Lidia hab��a sido querida de Arrizabalaga en vida de su marido, y a��n cuatro o cinco a?os despu��s. Se ve��an a��n de tarde en tarde, pero el viejo libertino, arrebujado ahora en sus artritis de enfermizo solter��n, distaba mucho de ser respecto de su cu?ada lo que se pretend��a; y si manten��a el tren de madre e hija, lo hac��a por una especie de compasi��n de ex amante, rayana en vil ego��smo, y sobre todo para autorizar los chismes actuales que hinchaban su vanidad.
N��bel evocaba a la madre; y con un extremecimiento de muchacho loco por las mujeres casadas, recordaba cierta noche en que hojeando juntos y reclinados una Illustration, hab��a cre��do sentir sobre sus nervios s��bitamente tensos, un hondo h��lito de deseo que surg��a del cuerpo pleno que rozaba con ��l. Al levantar los ojos, N��bel hab��a visto la mirada de ella, en l��nguida imprecisi��n de mareo, posarse pesadamente sobre la suya.
?Se hab��a equivocado? Era terriblemente hist��rica, pero con rara manifestaci��n desbordante; los nervios
Continue reading on your phone by scaning this QR Code

 / 64
Tip: The current page has been bookmarked automatically. If you wish to continue reading later, just open the Dertz Homepage, and click on the 'continue reading' link at the bottom of the page.