�� hiciesen tajadas �� mi madre. Un pazguato de Bulgaro de dos varas y tercia, viendo que habia yo perdido los sentidos con esta escena, se puso �� violarme; con lo qual volv�� en m��, y empec�� �� morder, �� ara?ar, y �� querer sacar los ojos al Bulgarote, no sabiendo que era cosa de estilo quanto en la quinta de mi padre estaba pasando; pero me di�� el belitre una cuchillada junto �� la teta izquierda, que todav��a me queda la se?al. Ha, espero que me la ense?ar�� vm., dixo el ingenuo Candido. Ya la ver�� vm., dixo Cunegunda, pero sigamos el cuento. Siga vm., replic�� Candido.
A?ud�� pues as�� el hilo de su historia Cunegunda: Entr�� un capitan bulgaro, que me vi�� llena de sangre, debaxo del soldado que no se incomodaba; y enojado del poco respeto que le tenia el malandrin, le mat�� encima de m��: h��zome luego poner en cura, y me llev�� prisionera de guerra �� su guarnicion. All�� lavaba las pocas camisas que el tenia, y le guisaba la comida; el decia que era yo muy bonita, y tambien he de confesar que era muy lindo mozo, y que tenia la carne suave y blanca, pero poco entendimiento, y m��nos filosof��a: y �� tiro de ballesta se echaba de ver que no le habia educado el doctor Pangl��s. A cabo de tres meses perdi�� todo quanto dinero tenia, y no cur��ndose mas de m��, me vendi�� �� un Jud��o llamado Don Isacar, que tenia casa de comercio en Holanda y en Portugal, y se perdia por mugeres. Prend��se mucho de mi el tal Jud��o, pero nada pudo conseguir, que me he resistido �� el mas bien que al soldado bulgaro; porque una honrada muger bien puede ser violada una vez, pero con ese mismo contratiempo se fortalece su virtud. El Jud��o para domesticarme me ha tra��do �� la casa de campo que vm. ve. Hasta ahora habia creido que no habia en la tierra mansion mas hermosa que la granja de Tunder-ten-tronck, pero ya estoy desenga?ada de mi error.
El inquisidor general me vi�� un dia en misa, no me quit�� los ojos de encima, y me mand�� �� decir que me tenia que hablar de un asunto secreto. Llev��ronme �� su palacio, y yo le dixe quien eran mis padres. Represent��me ent��nces quanto desdecia de mi nobleza el pertenecer �� un israelita. Su Ilustr��sima propuso �� Don Isacar que le hiciera cesi��n de m��; y este, que es banquero de palacio y hombre de mucho poder, nunca tal quiso consentir. El inquisidor le amenaz�� con un auto de fe. Al fin atemorizado mi Jud��o hizo un ajuste en virtud del qual la casa y yo habian de ser de ��mbos de mancomun; el Jud��o se reserv�� los l��nes, los mi��rcoles y los s��bados, y el inquisidor los demas dias de la semana. Seis meses ha que subsiste este convenio, aunque no sin freq��entes contiendas, porque muchas veces han disputado sobre si la noche de s��bado �� domingo pertenecia �� la ley antigua, �� �� la ley de gracia. Yo empero �� entr��mbas leyes me lie resistido hasta ahora, y por este motivo pienso que me quieren tanto. Finalmente, por conjurar la plaga de los terremotos, y por poner miedo �� Don Isacar, le plugo al Ilustr��simo se?or inquisidor celebrar un auto de fe. Honr��me convid��ndome �� la fiesta; me di��ron uno de los mejores asientos, y se sirvi��ron refrescos �� las se?oras en el intervalo de la misa y el suplicio de los ajusticiados. Confieso que estaba sobrecogida de horror de ver quemar �� los dos Jud��os, y al honrado Vizcayno casado con su comadre; pero ?qu�� asombro, qu�� confusi��n y qu�� susto fu�� el mio quando vi con un sambenito y una coroza una cara parecida �� la de Pangl��s! Estregu��me los ojos, mir�� con atencion, le vi ahorcar, y me tom�� un desmayo. Ap��nas habia vuelto en m��, quando le vi �� vm. desnudo de medio cuerpo: all�� fu�� el c��mulo de mi horror, mi consternacion, mi desconsuelo, y mi desesperacion. Digo de verdad que la c��tis de vm. es mas blanca y mas encarnada que la de mi capitan de Bulgaros; y esta vista aument�� todos los afectos que abrumada y consumida me tenian. A dar gritos iba, y�� decir: deteneos, inhumanos; pero me falt�� la voz, y habrian sido en balde mis gritos. Quando os hubi��ron azotado �� su sabor, decia yo entre m��: ?C��mo es posible que se encuentren en Lisboa el amable Candido y el sabio Pangl��s; uno para llevar doscientos azotes, y otro para ser ahorcado por ��rden del ilustr��simo Se?or inquisidor que tanto me ama? ?Qu�� cruelmente me enga?aba Pangl��s, quando me decia que todo era perfect��simo!
Agitada, desatentada, fuera de mi unas veces, y muri��ndome otras de
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