Candido, o El Optimismo | Page 7

Voltaire
mundos posibles, c��mo ser��n los otros? Vaya con Dios, si no hubieran hecho mas que espolvorearme las espaldas, que ya los Bulgaros me habian hecho el mismo agasajo. Pero t��, caro Pangl��s, el mayor de los fil��sofos, ?porqu�� te he visto ahorcar, sin saber por qu��? O mi amado anabautista, tu que eras el mejor de los hombres, ?porqu�� te has ahogado en el puerto? Y t��, baronesita Cunegunda, perla de las ni?as, ?porqu�� te han sacado el reda?o? Volv��ase diciendo esto �� su casa, sin poderse tener en pi��, predicado, azotado, absuelto, y bendito, quando se le acerc�� una vieja que le dixo: Hijo mi��, ten buen ��nimo, y s��gueme.

CAPITULO VII.
_Que cuenta como una vieja remedi�� las cuitas de Candido, y como top�� este con su dama._
No cobr�� ��nimo Candido, pero sigui�� �� la vieja �� una ruin casucha, donde le di�� su conductora un bote de pomada para untarse, y le dex�� de comer y de beber; luego le ense?�� una camita muy aseada, y al lado de la cama un vestido completo: Come, hijo, bebe y duerme, le dixo, y Nuestra Se?ora de Atocha, el se?or San Antonio de Padua, y el se?or Santiago de Compostela se queden contigo: ma?ana volver��. Confuso Candido con todo quanto habia visto, y quanto habia padecido, y inas todav��a con la caridad de la vieja, le quiso besar la mano. No es mi mano la que has de besar, le dixo la vieja; ma?ana volver��. Untate con la pomada, come y duerme.
No obstante sus muchas desventuras, comi�� y durmi�� Candido. Al otro dia le trae la vieja de almorzar, le visita las espaldas, se las estriega con otra pomada, y luego le trae de comer: �� la noche vuelve, y le trae que cenar. El tercer dia fu�� la misma ceremonia. ?Qui��n es vm.? le decia Candido; ?qui��n le ha inspirado tanta bondad? ?c��mo puedo darle dignas gracias? La buena se?ora nunca respondia palabra, pero volvi�� aquella noche, y no traxo que cenar. Ven conmigo, le dixo, y no chistes; y diciendo esto agarr�� �� Candido del brazo, y ech�� �� andar con el por el campo. A cosa de medio quarto de legua que hubi��ron andado, lleg��ron �� una casa sola, cercada de canales y jardines. Llama la vieja �� un postigo: abren, y lleva �� Candido por una escalera secreta �� un gabinete dorado, donde le dexa sobre un canap�� de terciopelo, cierra la puerta, y se marcha. A Candido se le figuraba que so?aba, teniendo su vida entera por un sue?o funesto, y el momento actual por un sue?o delicioso.
Presto volvi�� la vieja, sustentando con dificultad del brazo �� una muger que venia toda tr��mula, de magestuosa estatura, cubierta de piedras preciosas, y tapada con un velo. Alza ese velo, dixo �� Candido la vieja. Arr��mase el mozo, y alza con mano t��mida el velo. ?Qu�� instante! ?qu�� pasmo! cree que est�� viendo �� su baronesita, �� su Cunegunda; y as�� era la verdad, porque era ella propia. F��ltale el aliento, no puede articular palabra, y cae desmayado �� sus plantas. Cunegunda se cae sobre el canap��: la vieja los inunda en aguas de olor; vuelven en s��, se hablan; primero en voces interrumpidas, en preguntas y respuestas que no se dan vado unas �� otras, en suspiros, l��grimas y gritos. La vieja, recomend��ndoles que metan m��nos bulla, los dexa libres. ?Con que es vm., dice Candido! ?con que la veo en Portugal, y no ha sido violada, y no le han pasado de parte �� parte las entra?as, como me habia dicho el fil��sofo Pangl��s! S�� tal, replic�� la hermosa Cunegunda, pero no siempre son mortales esos accidentes. --?Y han sido muertos el padre y la madre de vm.?--Por mi desgracia, s��, respondi�� llorando Cunegunda.--?Y su hermano?--Mi hermano tambi��n.--?Pues porqu�� est�� vm. en Portugal? ?c��mo ha sabido que tambi��n yo lo estaba? ?porqu�� raro acaso me ha hecho venir �� esta casa? Todo lo dir��, replic�� la dama; pero antes es forzoso que me diga vm. quantos sucesos le han pasado desde el inocente beso que me di��, y las patadas con que se le hici��ron pagar.
Obedeci�� Candido con profundo respeto; y puesto que estaba confuso, que tenia tr��mula y flaca la voz, y que aun le dolia no poco el espinazo, cont�� con la mayor ingenuidad quanto desde el punto de su separacion habia padecido. Alzaba Cunegunda los ojos al cielo, y verti�� tiernas l��grimas por la muerte del buen anabautista y de Pangl��s; habl�� despues como sigue �� Candido, el qual no perdi�� una palabra, y se la comia con los ojos.

CAPITULO VIII.
_Historia de Cunegunda._
Durmiendo �� pierna suelta estaba en mi cama, quando plugo al cielo que entraran los Bulgaros en nuestra soberbia quinta de Tunder-ten-tronck, y degollaran �� mi padre y �� mi hermano,
Continue reading on your phone by scaning this QR Code

 / 44
Tip: The current page has been bookmarked automatically. If you wish to continue reading later, just open the Dertz Homepage, and click on the 'continue reading' link at the bottom of the page.