Candido, o El Optimismo | Page 6

Voltaire
dia del juicio final. El marinero se meti�� sin detenerse en medio de las ruinas, arrostrando la muerte por buscar dinero, con el que encontr�� se fu�� �� emborrachar; y despu��s de haber dormido la borrachera, compr�� los favores de la ramera que top�� primero, y que se di�� �� ��l entre las ruinas de los desplomados edificios, y en mitad de los moribundos y los cad��veres, puesto que Pangl��s le tiraba de la casaca, dici��ndole: Amigo, eso no es bien hecho, que es pecar contra la razon universal, porque ahora no es ocasion de holgarse. Por vida del Padre Eterno, respondi�� el otro, yo soy marinero, y nacido en Batavia; quatro veces he pisado el crucifixo en quatro viages que tengo hechos al Japon. Pues no vienes mal ahora con tu razon universal.
Candido, que la caida de unas piedras habia herido, tendido en el suelo en mitad de la calle, y cubierto de ruinas, clamaba �� Pangl��s: ?Ay! tr��eme un poco de vino y aceyte, que me muero. Este temblor de tierra, respondi�� Pangl��s, no es cosa nueva: el mismo azote sufri�� Lima a?os pasados; las mismas causas producen los mismos efectos; sin duda que hay una veta de azufre subterr��nea que va de Lisboa �� Lima. Veros��mil cosa es, dixo Candido; pero, por Dios, un poco de aceyte y vino. ?C��mo veros��mil? replic�� el fil��sofo, pues yo sustentar�� que est�� demostrada. Candido perdi�� el sentido, y Pangl��s le llev�� un trago de agua de una fuente inmediata.
Habiendo hallado el siguiente dia algunos manjares meti��ndose por entre los escombros, cobr��ron algunas fuerzas, y trabaj��ron luego, �� exemplo de los demas, en alivio de los habitantes que de la muerte se habian librado. Algunos vecinos que habian socorrido les di��ron la m��nos mala comida que en tama?o desastre se podia esperar: verdad es que fu�� muy triste el banquete; los convidados ba?aban el pan en llantos, pero Pangl��s los consolaba sustentando que no podian suceder las cosas de otra manera; porque todo esto, decia, es lo mejor que hay; porque si hay un volcan en Lisboa, no podia estar en otra parte; porque no es posible que no esten las cosas donde estan; porque todo est�� bien.
Un hombrecito vestido de negro, familiar de la inquisicion, que junto �� el estaba sentado, interrumpi�� muy cortesmente, y le dixo: S��n duda, caballero, que no cree vm. en el pecado original; porque, si todo est�� perfecto, no ha habido pecado ni castigo.
Perd��neme Vueselencia, le respondi�� con mas cortes��a Pangl��s, porque la caida del hombre y su maldicion hacian parte necesaria del mas excelente de los mundos posibles. ?Seg��n eso este caballero no cree que seamos libres? dixo el familiar. Otra vez ha de perdonar Vueselencia, replic�� Pangl��s, porque puede subsistir la libertad con la necesidad absoluta; porque era necesario que fu��ramos libres; porque finalmente la voluntad determinada.... En medio de la frase estaba Pangl��s, quando hizo el familiar una se?a �� su secretario que le escanciaba vino de Porto �� de Oporto.

CAPITULO VI.
_Del magn��fico auto de fe que se hizo para que cesara el terremoto, y de los doscientos azotes que peg��ron �� Candido._
Pasado el terremoto que habia destruido las tres quartas partes de Lisboa, el mas eficaz medio que ocurri�� �� los sabios del pais para precaver una total ruina, fue la fiesta de un soberbio auto de fe, habiendo decidido la universidad de Co?mbra que el espect��culo de unas quantas personas quemadas �� fuego lento con toda solemnidad es infalible secreto para impedir los temblores de tierra. Habian sido presos por tanto un Vizcayno que estaba convicto de haberse casado con su comadre, y dos Portugueses que se hab��an comido un pollo un viernes, y la olla sin tocino un s��bado; y despues de comer se llev��ron atados al doctor Pangl��s y su disc��pulo Candido, al uno por lo que habia dicho, y al otro por haberle escuchado con ademan de aprobar lo que decia. Pusi��ronlos separados en unos aposentos muy frescos, donde nunca incomodaba el sol, y de all�� �� ocho dias los visti��ron de un san-benito, y les engalan��ron la cabeza con unas mitras de papel: la coroza y el san-benito de Candido llevaban llamas boca abaxo, y diablos sin garras ni rabo; pero los diablos de Pangl��s tenian rabo y garras, y las llamas ardian h��cia arriba. As�� vestidos sali��ron en procesion, y oy��ron un sermon muy tierno, al qual se sigui�� una bell��sima m��sica en fabordon. A Candido, mi��ntras dur�� el canto, le peg��ron doscientos azotes �� compas; al Vizcayno y �� los dos que habian comido la olla sin tocino los quem��ron, y Pangl��s fu�� ahorcado, aunque no era estilo. Aquel mismo d��a, tembl�� la tierra con un furor espantable.
Candido at��nito, desatentado, confuso, ensangrentado y palpitante, decia entre s��: ?Si este es el mejor de los
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