Candido, o El Optimismo | Page 5

Voltaire
continente, no m��nos que la teolog��a escol��stica. Todav��a no se ha introducido en la Turqu��a, en la India, en la Persia, en la China, en Sian, ni en el Japon; pero razon hay suficiente para que la padezcan dentro de algunos siglos. Mi��ntras tanto es bendicion de Dios lo que entre nosotros prospera, con particularidad en los ex��rcitos numerosos, que constan de honrados ganapanes muy bien educados, los quales deciden la suerte de los estados, y donde se puede afirmar con certeza, que quando pelean treinta mil hombres en campal batalla contra un ex��rcito igualmente numeroso, hay cerca de veinte mil galicosos por una y otra parte.
Portentosa cosa es esa, dixo Candido, pero es preciso tratar de curaros. ?Y c��mo me he de curar, amiguito, dixo Pangl��s, si no tengo un ochavo; y en todo este vasto globo �� nadie sangran, ni le administran una lavativa, sin que pague �� que alguien pague por ��l?
Estas ��ltimas razones determin��ron �� Candido �� irse �� echar �� los pi��s de su caritativo anabautista Santiago, �� quien pint�� tan tiernamente la situacion �� que se v��a reducido su amigo, que no dificult�� el buen hombre en hospedar al doctor Pangl��s, y curarle �� su costa. Esta cura no cost�� �� Pangl��s mas que un ojo y una oreja. Como sabia escribir y contar con perfeccion, le hizo el anabautista su tenedor de libros. Vi��ndose precisado �� cabo de dos meses �� ir �� Lisboa para asuntos de su comercio, se embarc�� con sus dos fil��sofos. Pangl��s le explicaba de qu�� modo todas las cosas estaban peifect��simamente, y Santiago no era de su parecer. Fuerza es, decia, que hayan los hombres estragado algo la naturaleza, porque no naci��ron lobos, y se han convertido en lobos. Dios no les di�� ni ca?ones de veinte y quatro, ni bayonetas, y ellos para destruirse han fraguado bayonetas y ca?ones. Tambien pudiera mentar las quiebras, y la justicia que embarga los bienes de los fallidos para frustrar �� los acreedores. Todo eso era indispensable, replic�� el doctor tuerto, y de los males individuales se compone el bien general; de suerte que quanto mas males particulares hay, mejor est�� el todo. Mi��ntras estaba argumentando, se obscureci�� el cielo, sopl��ron furiosos los vientos de los quatro ��ngulos del mundo, y �� vista del puerto de Lisboa fu�� embutido el nav��o de la tormenta mas hermosa.

CAPITULO V.
_De una tormenta, un naufragio, y un terremoto. De los sucesos del doctor Pangl��s, de Candido, y de Santiago el anabautista._
Sin fuerza y medio muertos la mitad de los pasageros con las imponderables bascas que causa el balance de un nav��o en los nervios y en todos los humores que en opuestas direcciones se agitan, ni aun para temer el riesgo tenian ��nimo: la otra mitad gritaba y rezaba; estaban rasgadas las velas, las xarcias rotas, y abierta la nave: quien podia trabajaba, nadie se entendia, y nadie mandaba. Algo ayudaba �� la faena el anabautista, que estaba sobre el combes, quando un furioso marinero le pega un fiero embion, y le derriba en las tablas; pero fu�� tanto el esfuerzo que al empujarle hizo, que se cay�� de cabeza fuera del nav��o, y se qued�� colgado y agarrado de una porcion del m��stil roto. Acudi�� el buen Santiago �� socorrerle, y le ayud�� �� subir; pero con la fuerza que para ello hizo, se cay�� en la mar �� vista del marinero que le dex�� ahogarse, sin dignarse siquiera de mirarle. Candido que se acerca, y ve �� su bienhechor que viene un instante sobre el agua, y que se hunde para siempre, se quiere tirar tras de el al mar; pero le detiene el fil��sofo Pangl��s, demostr��ndole que habia sido criada la cala de Lisboa con destino �� que se ahogara en ella el anabautista. Prob��ndolo estaba _�� priori_, quando se abri�� el nav��o, y todos pereci��ron, m��nos Pangl��s, Candido, y el desalmado marinero que habia ahogado al virtuoso anabautista; que el bribon sali�� �� salvamento nadando hasta la orilla, donde aport��ron Candido y Pangl��s en una tabla.
As�� que se recobr��ron un poco del susto y el cansancio, se encamin��ron �� Lisboa. Llevaban algun dinero, con el qual esperaban librarse del hambre, despues de haberse zafado de la tormenta. Apenas pusi��ron los pi��s en la ciudad, lament��ndose de la muerte de su bien-hechor, la mar embati�� bramando el puerto, y arrebat�� quantos nav��os se hallaban en ��l anclados; se cubri��ron calles y plazas de torbellinos de llamas y cenizas; hund��anse las casas, ca��an los techos sobre los cimientos, y los cimientos se dispersaban, y treinta mil moradores de todas edades y sex?s eran sepultados entre ruinas. El marinero tarareando y votando decia: Algo ganar��mos con esto. ?Qual puede ser la razon suficiente de este fen��meno? decia Pangl��s; y Candido exclamaba: Este es el
Continue reading on your phone by scaning this QR Code

 / 44
Tip: The current page has been bookmarked automatically. If you wish to continue reading later, just open the Dertz Homepage, and click on the 'continue reading' link at the bottom of the page.