ser b��pedo y sin plumas, que tenia alma, se le llev�� �� su casa, le limpi��, le di�� pan y cerbeza, y dos florines, y ademas quiso ense?arle �� trabajar en su f��brica de texidos de Persia, que se hacen en Holanda. Candido, arrodill��ndose casi �� sus plantas, clamaba: Bien decia el maestro Pangl��s, que todo estaba perfectamente en este mundo; porque infinitamente mas me enternece la mucha generosidad de vm., que lo que me enoj�� la inhumanidad de aquel se?or de capa negra, y de su se?ora muger.
Yendo al otro dia de pasco se encontr�� con un pordiosero, cubierto de lepra, los ojos casi ciegos, carcomida la punta de la nariz, la boca tuerta, ennegrec��dos los dientes, y el habla gangosa, atormentado de una violenta tos, y que �� cada esfuerzo escupia una muela.
CAPITULO IV.
_De qu�� modo encontr�� Candido �� su maestro de filosof��a, el doctor Pangl��s, y de lo que le aconteci��._
Mas que �� horror movido �� compasion Candido le di�� �� este horroroso pordiosero los dos florines que de su honrado anabautista Santiago habia recibido. Mir��le de hito en hito la fantasma, y vertiendo l��grimas se le colg�� al cuello. Zaf��se Candido asustado, y el miserable dixo al otro miserable: ?Ay! ?con que no conoces �� tu amado maestro Pangl��s? ?Qu�� oygo? ?vm., mi amado maestro! ?vm. en tan horrible estado! ?Pues qu�� desdicha le ha sucedido? ?porqu�� no est�� en la mas hermosa de las granjas? ?qu�� se ha hecho la se?orita Cunegunda, la perla de las doncellas, la obra maestra de la naturaleza? No puedo alentar, dixo Pangl��s. Llev��le sin tardanza Candido al pajar del anabautista, le di�� un mendrugo de pan; y quando hubo cobrado aliento Pangl��s, le pregunt��: ?Qu�� es de Cunegunda? Es muerta, respondi�� el otro. Desmay��se Candido al oirlo, y su amigo le volvi�� �� la vida con un poco de vinagre malo que encontr�� acaso en el pajar. Abri�� Candido los ojos, y exclam��: ?Cunegunda muerta! Ha perfect��simo entre los mundos, ?adonde est��s? ?y de qu�� enfermedad ha muerto? ?ha sido por ventura de la pesadumbre de verme echar �� patadas de la soberbia quinta de su padre? No por cierto, dixo Pangl��s, sino de que unos soldados bulgaros le sac��ron las tripas, despues que la hubi��ron violado hasta mas no poder, habiendo roto la mollera al se?or baron que la quiso defender. La se?ora baronesa fu�� hecha pedazos, mi pobre alumno tratado lo mismo que su hermana, y en la granja no ha quedado piedra sobre piedra, ni troxes, ni siquiera un carnero, ni una gallina, ni un ��rbol; pero bien nos han vengado, porque lo mismo han hecho los Abaros en una baron��a inmediata que era de un se?or bulgaro.
Desmay��se otra vez Candido al oir este lamentable cuento; pero vuelto en s��, y habiendo dicho quanto tenia que decir, se inform�� de la causa y efecto, y de la razon suficiente que en tan lastimosa situacion �� Pangl��s habia puesto. ?Ay! dixo el otro, el amor ha sido; el amor, el consolador del humano linage, el conservador del universo, el alma de todos los seres sensibles, el blando amor. Ha, dixo Candido, yo tambien he conocido �� ese amor, �� ese ��rbitro de los corazones, �� esa alma de nuestra alma, que nunca me ha valido mas que un beso y veinte patadas en el trasero. ?C��mo tan bella causa ha podido producir en vm. tan abominables efectos? Respondi��le Pangl��s en los t��rminos siguientes: Ya conociste, amado Candido, �� Paquita, aquella linda doncella de nuestra ilustre baronesa; pues en sus brazos goc�� los contentos celestiales, que han producido los infernales tormentos que ves que me consumen: estaba podrida, y acaso ha muerto. Paquita debi�� este don �� un Franciscano instruid��simo, que hab��a averiguado el or��gen de su achaque, porque se le habia dado una condesa vieja, la qual le habia recibido de un capitan de caballer��a, que le hubo de una marquesa, �� quien se le di�� un page, que le cogi�� de un jesuita, el qual, siendo novicio, le habia recibido en l��nea recta de uno de los compa?eros de Cristobal Colon. Yo por mi no se le dar�� �� nadie, porque me voy �� morir luego.
?O Pangl��s, exclam�� Candido, qu�� raro ��rbol de genealog��a es ese! ?fu�� acaso el diablo su primer tronco? No por cierto, replic�� aquel varon eminente, que era indispensable cosa y necesario ingrediente del mas excelente de los mundos; porque si no hubieran pegado �� Colon en una isla de Am��rica este mal que envenena el manantial de la generacion, y que �� veces estorba la misma generacion, y manifiestamente se opone al principal blanco de naturaleza, no tuvi��ramos ni chocolate ni cochinilla; y se ha de notar que hasta el dia de hoy es peculiar de nosotros esta dolencia en este
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