la opinión contraria--repuse con la
mayor viveza, anhelando que la disconformidad de pareceres alejase de
mí la intolerable y odiosísima amistad que quería manifestarme el
inglés--. Creo que las autoridades españolas hacen bien en no consentir
que desembarquen los ingleses. En Cádiz hay guarnición suficiente
para defender la plaza.
--¿Lo cree usted?--me preguntó.
--Lo creo--respondí procurando quitar a mis palabras la dureza y
sequedad que quería infundirles el corazón--. Nosotros agradecemos el
auxilio que nos están dando nuestros aliados, más por odio al común
enemigo que por amor a nosotros; esa es la verdad. Juntos pelean
ambos ejércitos; pero si en las acciones campales es necesaria esta
alianza, porque carecemos de tropas regulares que oponer a las de
Napoleón, en la defensa de plazas fuertes harto se ha probado que no
necesitamos ayuda. Además, las plazas fuertes que como esta son al
mismo tiempo magníficas plazas comerciales, no deben entregarse
nunca a un aliado por leal que sea; y como los paisanos de usted son
tan comerciantes, quizás gustarían demasiado de esta ciudad, que no es
más que un buque anclado a vista de tierra. Gibraltar casi nos está
oyendo y lo puede decir.
Al decir esto, observaba atentamente al inglés, suponiéndole próximo a
dar rienda suelta al furor, provocado por mi irreverente censura; pero
con gran sorpresa mía, lejos de ver encendida en sus ojos la ira, noté en
su sonrisa no sólo benevolencia, sino conformidad con mis opiniones.
--Caballero--dijo tomándome la mano--, ¿me permitirá usted que le
importune repitiéndole que deseo mucho su amistad?
Yo estaba absorto, señores.
--Pero milord--preguntó doña Flora--; ¿en qué consiste que aborrece
usted tanto a sus paisanos?
--Señora--dijo lord Gray--, desgraciadamente he nacido con un carácter
que si en algunos puntos concuerda con el de la generalidad de mis
compatriotas, en otros es tan diferente como lo es un griego de un
noruego. Aborrezco el comercio, aborrezco a Londres, mostrador
nauseabundo de las drogas de todo el mundo; y cuando oigo decir que
todas las altas instituciones de la vieja Inglaterra, el régimen colonial y
nuestra gran marina tienen por objeto el sostenimiento del comercio y
la protección de la sórdida avaricia de los negociantes que bañan sus
cabezas redondas como quesos con el agua negra del Támesis, siento
un crispamiento de nervios insoportable y me avergüenzo de ser inglés.
»El carácter inglés es egoísta, seco, duro como el bronce, formado en el
ejército del cálculo y refractario a la poesía. La imaginación es en
aquellas cabezas una cavidad lóbrega y fría donde jamás entra un rayo
de luz ni resuena un eco melodioso. No comprenden nada que no sea
una cuenta, y al que les hable de otra cosa que del precio del cáñamo, le
llaman mala cabeza, holgazán y enemigo de la prosperidad de su país.
Se precian mucho de su libertad, pero no les importa que haya millones
de esclavos en las colonias. Quieren que el pabellón inglés ondee en
todos los mares, cuidándose mucho de que sea respetado; pero siempre
que hablan de la dignidad nacional, debe entenderse que la quincalla
inglesa es la mejor del mundo. Cuando sale una expedición diciendo
que va a vengar un agravio inferido al orgulloso leopardo, es que se
quiere castigar a un pueblo asiático o africano que no compra bastante
trapo de algodón.
--¡Jesús, María y José!--exclamó horrorizada doña Flora--. No puedo
oír a un hombre de tanto talento como milord hablando así de sus
compatriotas.
--Siempre he dicho lo mismo, señora--prosiguió lord Gray--, y no ceso
de repetirlo a mis paisanos. Y no digo nada cuando quieren echársela
de guerreros y dan al viento el estandarte con el gato montés que ellos
llaman leopardo. Aquí en España me ha llenado de asombro el ver que
mis paisanos han ganado batallas. Cuando los comerciantes y
mercachifles de Londres sepan por las Gacetas que los ingleses
han dado batallas y las han ganado, bufarán de orgullo creyéndose
dueños de la tierra como lo son del mar, y empezarán a tomar la medida
del planeta para hacerle un gorro de algodón que lo cubra todo. Así son
mis paisanos, señoras. Desde que este caballero evocó el recuerdo de
Gibraltar, traidoramente ocupado para convertirle en almacén de
contrabando, vinieron a mi mente estas ideas, y concluyo modificando
mi primera opinión respecto al desembarco de los ingleses en Cádiz.
Señor oficial, opino como usted: que se queden en los barcos.
--Celebro que al fin concuerden sus ideas con las mías, milord--dije
creyendo haber encontrado la mejor coyuntura para chocar con aquel
hombre que me era, sin poderlo remediar, tan aborrecible--. Es cierto
que los ingleses son comerciantes, egoístas, interesados, prosaicos;
pero ¿es natural que esto lo diga exagerándolo hasta lo sumo un
hombre que ha nacido de mujer inglesa y en tierra inglesa? He oído
hablar de hombres
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